Las exhortaciones prácticas (corramos, retengamos, etcétera) se reanudan ahora. El escritor dice: “Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia [perseverancia] la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor [Líder] y consumador [Culminador] de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (LBLA). En el capítulo 11, hemos visto varios elementos de fe exhibidos en las vidas de los santos del Antiguo Testamento, pero ahora en el capítulo 12, el escritor dirige nuestra atención a Alguien que es mucho más grande que todos ellos juntos: Cristo mismo. Es como una persona que pasa por un museo de bellas artes. Examina y aprecia las diversas pinturas mientras camina por los pasillos, pero entonces se encuentra con la obra maestra que supera a todas las demás. Del mismo modo, los santos del Antiguo Testamento exhibieron ciertos aspectos admirables de la fe, pero a menudo con algo de debilidad e incluso fracaso. Mas cuando venimos a Cristo, vemos todos los aspectos de la fe exhibidos perfectamente. Él se presenta ante nosotros en este capítulo como el Objeto de nuestra fe y como el Ejemplo de nuestro andar en esta tierra.
Dado que los creyentes hebreos estaban en peligro de desmayar en la senda y sumirse bajo la presión de sus pruebas, el escritor es guiado por el Espíritu a hablar de dos grandes cosas que Dios emplea para motivarnos a ir en pos de Cristo:
1) Somos atraídos por el encanto de Cristo en gloria (versículos 1-4).
2) Somos impulsados por las pruebas de la vida que Dios usa como disciplinas en el entrenamiento de Sus hijos (versículos 5-11).
Estas dos cosas podrían distinguirse como: cortejar y destetar. La primera cautiva nuestros afectos y la segunda educa nuestros espíritus. Estas cosas son necesarias para el peregrino en la senda de fe.
Correr con paciencia la carrera
Versículo 1.— La exhortación en este capítulo es que “corramos con paciencia la carrera que nos es propuesta”. Así, la senda de fe es considerada como una “carrera” que debemos “correr con paciencia”. El correr implica energía espiritual y la paciencia implica perseverancia. Estos dos elementos son necesarios para que una carrera sea exitosa. Si somos creyentes en el Señor Jesucristo, estamos en la carrera. Sin embargo, no todos los que están en la carrera se encuentran corriendo, debido a la falta de energía y perseverancia. Por tal razón, todo cristiano necesita entender desde el principio que la senda de fe no es una carrera de velocidad, sino una carrera de larga distancia que continúa a lo largo de nuestras vidas.
El escritor comienza por recordarles a los creyentes hebreos que ellos estaban rodeados por “una tan grande nube de testigos”. Estos son los santos del Antiguo Testamento mencionados en el capítulo 11. No son testigos en el sentido de espectadores. Es decir, no están arriba en el cielo mirándonos, observando lo que estamos haciendo. Los santos que han muerto y han ido al cielo aún no han sido glorificados. Están allí en sus almas y espíritus, pero no en sus cuerpos, los cuales aguardan la resurrección. Por lo tanto, no ven lo que está sucediendo en la tierra (Job 14:21; Eclesiastés 9:5). Los santos del Antiguo Testamento son tenidos por testigos debido a que hacen constar el hecho de que una persona puede exitosamente vivir por fe en la tierra y contar con la aprobación de Dios. Estos testigos están ahí para animarnos con su ejemplo. Han andado por la senda de fe antes que nosotros y han llegado a la meta. Se han enfrentado a todo tipo de oposición en el camino y por fe han superado esos obstáculos. Así, ellos permanecen como una prueba de que se puede andar por la senda de fe para la gloria de Dios.
Dado que hay muchos impedimentos al correr la carrera, se nos dice que corramos “dejando todo” lo que impida nuestro progreso. Los dos impedimentos principales que menciona el escritor son: los pesos y los pecados. Estos deben ser eliminados si queremos correr la carrera con éxito. Lo mismo sucede cuando un atleta se prepara para una carrera; este arroja todo lo que es innecesario para que nada le estorbe. Nosotros necesitamos hacer lo mismo en esta carrera espiritual.
Un “peso” es algo que no es moralmente incorrecto en sí mismo, sin embargo, no nos permite avanzar en la carrera. El peso en particular que el escritor seguramente tenía en mente aquí es la ornamentación exterior de la religión terrenal en el judaísmo. Pero podría tratarse de cualquier búsqueda terrenal que atrape la atención de nuestros corazones y exija nuestro tiempo y energía. Aunque tal cosa puede no ser pecaminosa, tenderá a distraernos de Cristo en gloria y hará descender nuestros pensamientos y mentes a la tierra. Sea lo que sea, hay que despojarnos de eso. De manera similar, un corredor no entra a la carrera llevando un par de botas pesadas y una mochila en la espalda. No es porque esas cosas estén en contra de las reglas de la carrera, sino porque lo agobiarán. Nota: quitar pesos en nuestras vidas es algo que Dios no hace; es algo que Él quiere que nosotros hagamos.
Podríamos agregar que la exhortación aquí es a desprendernos de “todo” peso, pues podría haber una serie de cosas en nuestras vidas que nos estén agobiando. Tenemos la tendencia de retener aquello que nos es muy preciado, y deshacernos de cualquier otra cosa, y luego contentarnos pensando que hemos hecho la voluntad de Dios. Pero por lo general la cosa que nos es más querida es la que se convierte en el peso más grande en nuestra vida, y por eso necesita ser atendida en primer lugar. Este ejercicio nos desafía y revela dónde se encuentran nuestros afectos realmente. Debido a que nuestros corazones son engañosos (Jeremías 17:9), es posible que ni siquiera nos demos cuenta de que hay un peso en nuestra vida. Lo mismo pasa con una persona que no siente el peso mientras está sentada, pero una vez que se levanta y comienza a correr, este se hace evidente. Por lo tanto, la forma más sencilla de detectar un peso en nuestra vida será corriendo: poner energía en seguir a Cristo seriamente.
Se ha sugerido que hay tres señales reveladoras que indican la presencia de un peso en nuestra vida:
• Nos sentimos intranquilos con ello y no tenemos paz al respecto.
• Nos hallamos defendiéndolo y argumentando en su favor cuando surge en una conversación.
• Vamos por ahí buscando personas —particularmente hermanos mayores, tenidos por “espirituales”— que nos digan que no tiene nada de malo.
El escritor menciona también que el “pecado” debe ser puesto a un lado. El “pecado que tan fácilmente nos envuelve” (LBLA) del que habla aquí, no se refiere a cierto pecado acosador que podamos tener que a menudo nos derrota, sino al principio del pecado (que es iniquidad o hacer nuestra propia voluntad) que obra en nuestras vidas. Nada nos obstaculizará tan rápidamente como la voluntad propia; esta debe ser juzgada. El gran pecado en la epístola a los Hebreos es la “incredulidad”, la cual si no es juzgada por aquella persona que es un creyente meramente profesante, le conducirá a la apostasía (Hebreos 3:12).
Versículo 2.— Para superar estos obstáculos y tener la energía necesaria para correr la carrera con paciencia, el escritor nos señala a Cristo en gloria como el Objeto de nuestra fe. El despojarse de los pesos y del pecado no es suficiente para asegurar el éxito en la senda de fe. Aunque tales ejercicios son necesarios, son cosas negativas que no sostendrán al creyente en la senda. La fe debe tener un Objeto que perseguir. Por lo tanto, el escritor dice: “Puestos los ojos ... en Jesús”. La nota al pie de la traducción de J. N. Darby dice: “Eso significa, apartar la vista de otras cosas y fijar el ojo exclusivamente en Uno”. Poner los ojos en Cristo, donde Él está en lo alto, llena el corazón con cosas que pertenecen a esa esfera. Esto, a su vez, actúa como un poder positivo en nuestras vidas que nos da energía para ir en pos de aquellas cosas, en lugar de lo que es meramente terrenal. Así, aunque los santos del Antiguo Testamento son de estímulo para nosotros en la senda, no son nuestro objeto. Nota: no se nos dice: “puestos los ojos en los testigos”. Los tenemos como ejemplos detrás de nosotros, pero Cristo es el Objeto que Dios pone delante de nosotros a quien debemos mirar. En esto, tenemos una clara ventaja sobre los santos del Antiguo Testamento. Ellos no tenían a Cristo en lo alto como su Objeto; nosotros sí. Él aún no había venido en la época de ellos y, por lo tanto, no estaba sentado a la diestra de Dios para que ellos lo miraran y buscaran en fe.
En cuanto a que Cristo es nuestro Ejemplo, Él recorrió la senda de fe perfectamente, desde el principio hasta el final de Su vida, y de este modo es verdaderamente el “Autor y Consumador de la fe”. Lo que lo motivaba en la senda era “el gozo puesto delante de Él” (LBLA). Su gozo era doble: En primer lugar, era Su gozo hacer la voluntad de Dios para la gloria de Dios (Salmo 40:8; Juan 4:34). Esto lo hizo a la perfección. Como resultado, y como una señal de Su aprobación, Dios lo levantó de entre los muertos y lo sentó a Su diestra (Salmo 110:1; Filipenses 2:9-11). En segundo lugar, el Señor miraba al momento en que se uniría con la Iglesia (Su cuerpo y esposa), por lo cual se entregó a Sí mismo a la muerte (Efesios 5:25-27), y esto también llenó Su corazón de gozo. Esta perspectiva lo sostuvo en la senda y le permitió sufrir “la cruz” y menospreciar la “vergüenza”. Es poco probable que el escritor se estuviera refiriendo a la obra de Cristo en la cruz para hacer expiación, porque lo está colocando ante nosotros como nuestro Ejemplo, y ciertamente no podemos seguirlo en lo que a hacer expiación se refiere. Su muerte en la cruz aquí lo relaciona más con un Mártir justo. En esto, Él es un ejemplo de paciencia. Él perseveró en obediencia a la voluntad de Dios a pesar de toda la oposición, y completado Su trayecto “sentóse á la diestra del trono de Dios”.
Versículos 3-4.— El escritor dice: “Reducid pues á vuestro pensamiento á aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, porque no os fatiguéis en vuestros ánimos desmayando. Que aun no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Él quiere que contemplemos las circunstancias increíblemente difíciles que el Señor soportó a manos de los pecadores. Él llegó hasta el límite al hacer la voluntad de Dios, pues “resistió hasta la sangre”. Es decir, Él se negó a dejar de hacer la voluntad de Dios, ¡y eso le costó la vida! ¡Preferiría morir antes que desobedecer! ¡Qué ejemplo nos da el Señor!
Los creyentes hebreos debían “reducir ... su pensamiento á Él” en esto, porque aún no habían sido llamados a ir tan lejos. De manera similar, al seguir el ejemplo del Señor, debemos vivir y servir a Dios con el pensamiento de agradarle (Hebreos 13:21), y un día escuchar al Señor decir: “Bien, buen siervo y fiel ... entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21). Necesitamos tener este tipo de compromiso con la voluntad de Dios, incluso si eso significa que nuestra vida acabe en martirio.
Las disciplinas de un Padre amoroso
Versículos 5-11.— El otro medio que Dios usa para mantener nuestros pies en la senda son las pruebas que encontramos en la vida. Las pruebas de la vida son utilizadas por Él para producir un efecto doble en nosotros; ambos efectos tienen como propósito la gloria de Dios y la bendición nuestra.
Por un lado, Dios toma las pruebas de la vida, y con maravillosa sabiduría, amor y destreza, las usa en Su entrenamiento de nuestros espíritus. Se ha dicho correctamente que Dios tiene más cosas que hacer en nosotros que a través de nosotros (en cuanto al servicio). Él utiliza esas cosas duras y difíciles para sacar a la luz ciertos aspectos de la carne que podrían estar obrando dentro de nosotros, de los cuales no nos damos cuenta. De esta manera, se nos da la oportunidad de juzgar estas cosas, y como resultado, que “participemos de Su santidad” (versículo 10, LBLA). Por otro lado, Dios usa las mismas pruebas para conformarnos a la imagen de Su Hijo (Romanos 8:29). A través del calor de las pruebas, Él produce semejanza a Cristo en nosotros. Así es como las cualidades morales de Cristo —compasión, amabilidad, mansedumbre, humildad, etc.— se forman en nosotros.
Dios se ha propuesto llenar el cielo con personas que sean tal como Su Hijo, y por esa razón esta obra de conformidad moral es necesaria. Es como el escultor, a quien en la inauguración de una de sus obras (una estatua de un león) se le preguntó cómo fue que produjo una obra de arte tan magnífica; él respondió: “¡Solamente quité todo lo que no parecía un león!”. Del mismo modo, Dios está trabajando en cada uno de Sus hijos teniendo a la vista la imagen de Su propio Hijo, y quitando de ellos todo lo que no se parece a Él. Así, los sufrimientos y las pruebas que atravesamos en el camino están siendo utilizados por Él para arrancar de nosotros los bordes ásperos, y a veces esto puede ser doloroso. Sin embargo, si el producto final es que somos hechos más como Cristo, entonces estos sufrimientos que son por “un poco de tiempo” valen la pena (1 Pedro 5:10).
El aspecto que particularmente está ante nosotros en este capítulo se relaciona con lo primero: la eliminación de cosas carnales en nuestros espíritus y en nuestros caminos, por medio de lo cual llegamos a ser más santos de manera práctica. Los maestros de la Biblia llaman a esto “Santificación práctica o progresiva”. Debemos tener en cuenta que estamos en la escuela de Dios, y como resultado, estamos bajo Su entrenamiento divino, así como un padre amoroso que entrena a su hijo (Job 36:22). Su objetivo con nosotros es convertirnos en compañeros idóneos para Su Hijo. Él nos ama tanto que no nos dejará en el estado moral en el que nos encontrábamos cuando recién nos salvó. De modo que Su escuela tiene mucho que ver con efectuar un cambio moral en los creyentes. Además, Dios quiere que participemos con Él en este trabajo. Si estamos dispuestos a cooperar y a ejercitarnos respecto a nuestro andar y caminos, el proceso será exitoso.
Siendo este el caso, el escritor explica el propósito divino detrás de este trabajo. Él dice: “Y estáis ya olvidados de la exhortación que como con hijos habla con vosotros, diciendo: Hijo mío, no menosprecies el castigo del Señor, ni desmayes cuando eres de Él reprendido. Porque el Señor al que ama castiga, y azota á cualquiera que recibe por hijo. Si sufrís el castigo, Dios se os presenta como á hijos; porque ¿qué hijo es aquel á quien el Padre no castiga? Mas si estáis fuera del castigo, del cual todos han sido hechos participantes, luego sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos por castigadores á los padres de nuestra carne, y los reverenciábamos, ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, á la verdad, por pocos días nos castigaban como á ellos les parecía, mas éste para lo que nos es provechoso, para que recibamos Su santificación. Es verdad que ningún castigo al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; mas después da fruto apacible de justicia á los que en él son ejercitados” (versículos 5-11). Por lo tanto, vemos que Dios está buscando producir el “fruto apacible de justicia (práctica)” en nosotros.
Dos maneras en las que no se debe reaccionar
Versículo 5.— Comienza hablando de dos maneras en las que no debemos reaccionar cuando una prueba llega a nuestra vida, porque si reaccionamos equivocadamente, no nos beneficiaremos de ella. En primer lugar, no debemos “menospreciarla” (versículo 5a). Esto se refiere a tomar a la ligera el problema y descartarlo como algo que no tiene importancia. Podemos ser indiferentes a la prueba y decir: “Le sucede a mucha gente; no es gran cosa”, pero al hacer esto, nos perderemos de lo que Dios tiene para nosotros en ella. Luego, en segundo lugar, no debemos “desmayar” bajo ella (versículo 5b). Esto se refiere a abatirse y desanimarse, y como consecuencia, darse por vencido. Esta reacción a menudo resultará en quejas, lo cual, en esencia, es cuestionar la sabiduría del proceder de Dios con nosotros, y esto nunca es algo bueno.
Los tratos correctivos de Dios
Versículo 6.— Dios utiliza tanto la disciplina como el azote en Su entrenamiento divino (LBLA). Estas son cosas ligeramente diferentes. La disciplina es una corrección relacionada con la eliminación de las faltas de carácter que podamos tener; no tiene que ver con cierto pecado en particular en nuestra vida. El azote, por otro lado, es la corrección relacionada con pecados positivos en los que podemos estar andando cuando seguimos nuestra propia voluntad. Es un juicio gubernamental directo que Dios designa para llevarnos al arrepentimiento, que cuando se alcanza puede ser levantado. (Véase Collected Writings of J. N. Darby, volumen 26, páginas 261-262).
Tres cosas necesarias para sacar provecho de las pruebas
Versículos 6-11.— El escritor pasa a describir tres cosas que son necesarias para poder sacar “provecho” de nuestras pruebas.
En primer lugar, necesitamos entender que el amor divino está detrás de todo lo que viene a nuestras vidas. Por lo tanto, dice: “El Señor al que ama castiga” (versículo 6). ¡Nunca olvidemos que la mano que sostiene la vara de corrección tiene una herida de clavo en ella! Puede que no entendamos el por qué y para qué de lo que está sucediendo en nuestra vida, pero podemos estar seguros de que la mano que nos hiere es movida por un corazón que ama. Verdaderamente Dios tiene en vista nuestro bien en todo lo que permite en nuestras vidas, porque “Su camino es perfecto” (Salmo 18:30, LBLA). Podemos estar seguros, por lo tanto, de que Él no ha cometido un error en lo que ha permitido que nos suceda. Sin esta confianza en Dios, es poco probable que nos beneficiemos mucho de nuestras pruebas.
En segundo lugar, él dice que necesitamos “estar sujetos al Padre de nuestros espíritus” (versículo 9, LBLA). Esto se refiere a un espíritu de sumisión que se inclina bajo la poderosa mano que “ha determinado” la prueba en nuestra vida (Job 23:14). Es la disposición de nuestra parte lo que le permite hacer Su obra en nosotros, como el barro en las manos del alfarero. Tener un espíritu sumiso es la manera en que reconocemos que Su sabiduría y Su proceder para con nosotros son correctos y buenos, y que admitimos que Él sabe lo que es mejor para nosotros. Luchar contra una prueba manifiesta un espíritu no juzgado que no se beneficiará de ella. Nota: Él es llamado “el Padre de los espíritus”. Esto significa que Él es el Entrenador divino de nuestros espíritus, y como tal, está tratando de formar un espíritu correcto en nosotros. Esto demuestra que Él no solo está interesado en lo que hacemos, ya sea que se trate de algo bueno o malo, sino que también le interesa nuestra actitud. Esto es lo que vemos en Daniel: tenía “un espíritu extraordinario” (Daniel 5:12; 6:3, LBLA).
En tercer lugar, necesitamos ser “ejercitados” acerca de lo que sucede en nuestra vida. Cuando se nos presenta una prueba, no debemos decir: “¿Cómo puedo sacarme de esto?”, sino más bien, “¿Qué puedo sacar de esto?”. En tiempos de prueba, necesitamos escudriñar nuestros corazones y revisar nuestras vidas, y pedirle al Señor que nos muestre lo que Él está tratando de enseñarnos (versículo 11). Eliú animó a Job a hacer esto en su prueba. Le rogó que dijera al Señor: “Enséñame Tú lo que yo no veo: que si hice mal, no lo haré más” (Job 34:32). Si el Señor nos muestra algo en nuestras vidas que es incongruente con Su santidad, debemos juzgarlo y seguir adelante (1 Corintios 11:31). De esta manera “participamos de Su santidad” (versículo 10, LBLA).
Ánimo para continuar en la senda de fe
Versículos 12-15.— Con Cristo ante nuestras almas (versículos 1-4) y Dios obrando entre bastidores para nuestro bien en todo cuanto venga a nuestras vidas (versículos 5-11), el escritor sigue adelante dando algunos estímulos sencillos que acompañan sus comentarios anteriores. Él dice: “Por lo cual alzad las manos caídas y las rodillas paralizadas”. Las manos caídas y las rodillas paralizadas describen a alguien que está desanimado. Este era evidentemente el estado de algunos de los santos hebreos en aquel momento. Su remedio es simple; levantar las manos caídas. Levantar las “manos” (hablando figurativamente) tiene que ver con la oración (1 Timoteo 2:8). Las “rodillas” también están asociadas con la oración (Hechos 9:40; 20:36; 21:5; Efesios 3:14). Por lo tanto, los anima a orar. Santiago habla de manera similar: “¿Está alguno entre vosotros afligido? haga oración” (Santiago 5:13). Entrar en la presencia de Dios de esta manera revitaliza nuestro poder espiritual y nos ayuda a vencer el desaliento. Recargamos nuestras baterías espirituales allí y obtenemos energía renovada para continuar en la senda.
Versículo 13.— Luego dice: “Y haced derechos pasos á vuestros pies, porque lo que es cojo no salga fuera de camino, antes sea sanado”. Esto demuestra que en tiempos de desánimo debemos tener especial cuidado con lo que hacemos y hacia dónde vamos, porque si nuestros pies se desvían, aunque sea un poquito, nuestro mal ejemplo podría hacer tropezar a otros. Por lo tanto, ahora más que nunca necesitamos mantener nuestros pies en la senda. No podemos hacer “sendas derechas” (LBLA) para los pies de otros, pero sí podemos cuidar hacia dónde van nuestros pies, y de esta manera tener precaución de no desalentar a los demás. Evidentemente, había algunos entre estos creyentes hebreos que estaban teniendo problemas en su andar, a quienes él llama “cojos” (figurativamente hablando). Estos eran especialmente vulnerables. Su deseo para ellos era que no se apartaran del camino, sino que fueran “sanados”. Si los más fuertes anduvieran en una senda derecha en pos del Señor Jesús, eso sería un estímulo para los más débiles, y tal vez resultaría en su sanidad.
Versículo 14.— Ellos debían “seguir la paz con todos, y la santidad [santificación], sin la cual nadie verá al Señor” (versículo 14). Nuevamente, esto es santificación práctica. El contexto del capítulo 12 determina que para ver al Señor de la manera en la que el escritor habla aquí se requiere el ojo de la fe, como se menciona en el versículo 2. (Véase también el capítulo 2:9). Así, si no tenemos cuidado de seguir la santidad práctica en nuestras vidas, perderemos de vista a Cristo en lo alto y seguramente iremos a la deriva en nuestras almas. La santificación práctica es una de las tres cosas indispensables mencionadas en la epístola. Ellas son:
• Sin “derramamiento de sangre” no hay remisión de pecados (capítulo 9:22).
• Sin “fe” es imposible agradar a Dios (capítulo 11:6).
• Sin “santidad” nadie verá al Señor (capítulo 12:14).
Nota: “paz” y “santidad” se encuentran juntas aquí. Si las separamos, será una paz falsa, porque no podemos (debidamente) tener paz a expensas de la santidad.
Versículo 15.— Añade: “Mirando [vigilando] bien que ninguno se aparte [carezca] de la gracia de Dios, que ninguna raíz de amargura brotando os impida, y por ella muchos sean contaminados”. Esto muestra que, si perdemos nuestro disfrute de las cosas que la gracia de Dios nos ha traído, y caemos en un mal estado de alma, es probable que causemos problemas al difundir nuestra infelicidad entre nuestros hermanos. Una “raíz de amargura” es alguna queja o insatisfacción que crece bajo tierra (por así decirlo) en el alma de una persona. Pero luego, después de algún tiempo, sale y afecta a otros. Una persona que está amargada de esta manera por lo general irá por ahí buscando a aquellos que son de un espíritu afín, y verterá sus quejas en ellos. El resultado es que “muchos” quedan “contaminados”. Judas Iscariote es un ejemplo de esto. Su queja de que María ungiese al Señor con una libra de perfume de nardo puro (lo cual él pensó que era un desperdicio) fue una raíz de amargura que afectó a los otros apóstoles, y ellos se dejaron llevar y también la criticaron (Juan 12:3-8). Siendo este el caso, el escritor aconseja a los creyentes hebreos que velen diligentemente para impedir que tal cosa se levante en medio de ellos y que tengan cuidado de no dejarse influenciar por ello.
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Hebreos 12:16-27: Quinta advertencia contra la apostasía
El peligro de no escuchar la voz de Dios hablando desde el cielo
Versículos 16-27.— El escritor hace una última digresión para advertir de nuevo en contra de la apostasía. Esta vez es en relación con negarse a escuchar la voz de Dios hablando desde el cielo.
Ha hablado de los “cojos”, ahora pasa a hablar de los “profanos”. Esta es una clase diferente de personas. Como ya hemos mencionado, uno que es cojo es un creyente espiritualmente débil cuyo andar se ve afectado de alguna manera, mientras que una persona profana es simplemente un creyente profesante que en determinado momento apostatará. Él muestra aquí que un apóstata generalmente será conocido por mantener un carácter inmoral y/o profano en su vida. Menciona a Esaú como un ejemplo de esto último. No se dice que Esaú fuese un fornicario, pero lo que sí se dice es que era una persona profana. J. Flanigan dijo: “Aquí no se halla implícito ni demostrado que Esaú fuera un fornicario” (What the Bible Teaches [Lo que la Biblia enseña], Hebreos, página 265). W. Kelly dijo: “Podría tomar una variedad de formas; y aquí tenemos especificado impureza carnal y un carácter profano, cosas intolerables donde Dios está y es conocido. De este último mal, Esaú es el ejemplo, quien por una comida vendió su primogenitura” (The Epistle to the Hebrews, páginas 245-246).
Ser profano significa tratar las cosas divinas y sagradas como si fueran cosas comunes. Esaú demostró su carácter profano al cambiar su primogenitura por una comida común (Génesis 25:29-34). ¡Estuvo dispuesto a intercambiar su bendición por un momento de gratificación! Esto nos muestra lo que pensaba de su primogenitura. El escritor luego dice: “Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fué reprobado (que no halló lugar de [para] arrepentimiento), aunque la procuró con lágrimas”. La palabra “después” en este versículo se refiere a un tiempo posterior en la vida de Esaú cuando su padre Isaac era ya un anciano y quería bendecir a sus hijos antes de morir. Como sabemos, su hermano Jacob se coló y engañó a su padre y le robó la bendición (Génesis 27). Cuando Esaú se dio cuenta de lo sucedido, intentó, pero no pudo encontrar una manera de lograr el “arrepentimiento” —es decir, un cambio de mente (el significado del arrepentimiento)— en lo que su padre había pronunciado tocante a la bendición. Aunque Esaú “la procuró con lágrimas”, no pudo revertir el resultado; la bendición había sido invocada sobre su hermano Jacob (Génesis 27:38). Sus lágrimas fueron a causa de la bendición que perdió; no porque él estuviese arrepentido de su vida pecaminosa. Lloró, no porque fuera un pecador, sino porque era un perdedor. W. Kelly dijo: “No era el arrepentimiento lo que Esaú buscaba fervientemente con sus lágrimas, sino la bendición que su padre había dado a otro por error” (The Epistle to the Hebrews, página 246).
Las implicaciones aquí son obvias. Si los creyentes meramente profesantes que había entre los hebreos cedieran a la tentación de obtener un alivio momentáneo del sufrimiento que estaban experimentando a cambio de regresar al judaísmo, perderían privilegios que nunca recuperarían, ¡incluso si los buscaran con lágrimas! Esto, como el escritor ha enseñado varias veces en la epístola, se debe a que es imposible renovar para arrepentimiento a un apóstata que se vuelve atrás de esta manera. Si ellos apostataban, se convertirían en perdedores como Esaú.
Los dos sistemas en contraste: La ley y la gracia
Finalmente, el escritor pone los dos sistemas de la Ley y la gracia uno al lado del otro y pide a los hebreos que consideren cuál de ellos preferirían tener. Estos sistemas son resumidos bajo la figura de dos montañas: el Monte Sinaí (versículos 18-21) y el Monte de Sión (versículos 22-24).
Versículos 18-21.— El pacto legal se describe primero. El Monte Sinaí es donde la Ley fue dada, y representa todo el sistema del judaísmo dado por Dios a través de Moisés. El escritor repasa la solemne escena de su inauguración, estando el monte rodeado de oscuridad, fuego, relámpagos, truenos, humo, sonido de trompeta, etc. Estas cosas simbolizaban el hecho de que el Dios con quien estaban entrando en una relación de pacto era inaccesible en términos meramente humanos. Si un hombre o una bestia tocaban accidentalmente la montaña, ¡tendrían que ser apedreados hasta la muerte! (Éxodo 19:13). (La Reina-Valera agrega que serían “pasados con dardo”, pero esta frase tiene muy poco apoyo de los manuscritos griegos y realmente no debería estar en el texto). El pueblo se presentó ante Dios con temor. Al presentarse Él en este carácter legal, ellos quedaron absolutamente aterrorizados de encontrarse con Él. Incluso el mediador (Moisés) tuvo miedo, y dijo: “Estoy asombrado y temblando”. Toda la escena era algo que infundiría terror en el corazón de cualquiera, incluso en el del guerrero más fuerte.
El Dios del antiguo pacto era un Dios que debía ser temido—un Dios de juicio. Los términos de esta relación legal con Él eran: “¡Haz esto y haz aquello, o si no, serás juzgado!” Él exigía obediencia, y si el pueblo fallaba en obedecerle, eso significaba condenación y muerte para ellos. Por esta razón Pablo llamó al antiguo pacto un “ministerio de muerte” y un “ministerio de condenación” (2 Corintios 3:7-9). No hace falta decir que una relación con Dios en estos términos no es muy atractiva. Al ser confrontados con esta exhibición visible del poder y la majestad de Dios, el pueblo se mantuvo a distancia y le pidió a Moisés que hablara con Él en lugar suyo, lo cual Moisés hizo (Éxodo 20:21).
Una vez más, las implicaciones aquí son obvias. Al hacerles recordar a los hebreos la severidad del sistema legal, el escritor estaba en realidad preguntándoles sin decirlo con palabras si realmente querían regresarse a eso. ¿De veras querían tener una relación con Dios en esos términos? Es similar a lo que Pablo dijo a los gálatas que querían estar bajo la Ley. Él les preguntó: “Decidme, los que queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley?” (Gálatas 4:21). Sin duda, ellos no estaban viendo al sistema legal como lo que realmente era, y eso muestra que el juicio gubernamental que estaba sobre ese sistema les estaba afectando la vista (Salmo 69:23; 2 Corintios 3:14-15). Afortunadamente, dado que estos creyentes hebreos habían tomado terreno cristiano al profesar creer en el Señor Jesús, el escritor pudo decir: “no os habéis llegado al monte” Sinaí.
Versículos 22-24.— Él entonces procede a describir a qué se habían “llegado” mediante lo que la gracia ha obrado en Cristo. Es un vasto sistema de bendición, no solo para los cristianos, sino para todos los hijos de Dios, algunos de los cuales tendrán una porción terrenal de bendición y otros tendrán bendiciones celestiales (Efesios 3:15). El escritor menciona ocho cosas aquí. Ocho es un número que sugiere un nuevo comienzo. En consecuencia, habrá todo un nuevo orden de cosas para los cielos y la tierra en el Milenio (Isaías 65:17; 66:22). En la Reina-Valera 1909 estas ocho cosas se encuentran claramente separadas por la palabra “y”, tal como sucede en la traducción de J. N. Darby. (Véase su nota al pie).
1) “Sión”.— Esta es la Jerusalén terrenal bajo la influencia de la gracia de Dios, en aquel momento cuando el Señor se levante para restaurar y bendecir al remanente creyente de Israel. El Salmo 132:13-14 dice que el Señor ha escogido a Sión como Su lugar de descanso en la tierra. En ese día milenario que viene, Él morará allí, y ella será el centro administrativo de la tierra (Salmo 48:1-3; Jeremías 3:17; Ezequiel 48:35; Sofonías 3:5). También será el centro de la enseñanza moral y espiritual (Isaías 2:1-3; Miqueas 4:1-2) y el centro de adoración para todas las naciones (Salmo 99:1-9; Isaías 56:7; Zacarías 14:16).
2) “La ciudad del Dios vivo, Jerusalem la celestial”.— Esto nos lleva al lado celestial de las cosas. Es la ciudad donde morarán los santos celestiales de los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento. No es la ciudad que el apóstol Juan describe en Apocalipsis 21:9–22:5, a la cual llama “la nueva Jerusalem” (Apocalipsis 3:12; 21:2,10). La Nueva Jerusalén es representativa de la Iglesia en su papel administrativo en el mundo venidero. Esta ciudad (“Jerusalem la celestial”) es aquella que Abraham buscaba, “el Artífice y Hacedor de la cual es Dios” (Hebreos 11:10). W. Scott dijo: “Rogamos al lector que preste cuidadosa atención a la distinción entre ‘la nueva Jerusalem’ del Apocalipsis, que es la Iglesia glorificada, y ‘Jerusalem la celestial’ de la que habla Pablo (Hebreos 12:22). Esta última, a diferencia de la primera, no se refiere a las personas, sino que es la ciudad del Dios vivo, una ciudad real, la ubicación de todos los santos celestiales. Es la misma [ciudad] a la que se hace referencia en el capítulo anterior, la que santos y patriarcas buscaban (Hebreos 11:10-16)” (Exposition of the Revelation of Jesus Christ [Exposición de Apocalipsis], página 421). Con respecto a la Jerusalén celestial, W. Kelly comenta: “Ahora dejamos atrás la tierra y por fe contemplamos la ciudad que Abraham miró, tal como Dios la preparó para los peregrinos y extranjeros en la tierra, la ciudad que tiene los fundamentos, cuyo hacedor y constructor es Dios. Es el asiento de gloria en los lugares celestiales para los santos sufrientes con Cristo quienes serán también juntamente glorificados” (The Epistle to the Hebrews, página 249).
3) “Las miríadas de ángeles, un conjunto universal” (traducción W. Kelly).— Esto se refiere a la “congregación universal” (traducción J. N. Darby) de los ángeles quienes en su momento serán colocados bajo el orden administrativo de los santos celestiales que serán glorificados. Las Escrituras indican que el gobierno del “mundo venidero” (el Milenio) estará en manos de los hombres (Hebreos 2:5). Actualmente, la tierra está bajo la jurisdicción de los ángeles, los cuales actúan para Dios directamente en la ejecución de Sus tratos providenciales con los hombres. Pero después de que la presente dispensación de la gracia llegue a su fin y la Iglesia sea llamada al cielo, los ángeles serán reunidos y relevados de su posición y papel actuales. En ese momento, el gobierno de la tierra será puesto en manos de los santos celestiales. Los ángeles todavía llevarán a cabo los tratos providenciales de Dios en la tierra, pero en aquel día será a través del mando administrativo de los santos celestiales glorificados, con la Iglesia desempeñando un papel especial en ello.
Esto se describe en Apocalipsis 4–5. Los “cuatro seres vivientes” (LBLA) representan (simbólicamente) los atributos del poder providencial en la ejecución del juicio sobre la tierra. Estas no son criaturas reales, sino emblemas de la capacidad infinita de Dios para gobernar la tierra providencialmente. Se describen como “un león” (poder), “un becerro” (firmeza), “una cara como de hombre” (inteligencia) y “un águila volando” (rapidez de ejecución). En Apocalipsis 4, estos seres vivientes se encuentran fusionados con los ángeles, y son considerados como una misma cosa al actuar para Dios en Su gobierno de la tierra. Pero en Apocalipsis 5, cuando el Cordero toma el libro, “los cuatro seres vivientes” (LBLA) se encuentran separados de los ángeles y fusionados con los “ancianos” (hombres redimidos glorificados), operando como una sola compañía. Este cambio indica que la administración de la tierra será transferida a las manos de hombres glorificados (Lucas 19:16-19; Romanos 8:17; 2 Timoteo 2:12; Hebreos 2:5; Apocalipsis 21:9–22:5).
4) “La congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos”.— Esta es la Iglesia de Dios en su morada final en los cielos. Cristo es mencionado como el “Primogénito” en las Escrituras (Romanos 8:29; Colosenses 1:15,18; Hebreos 1:6; Apocalipsis 1:5), pero este pasaje no se refiere a Él. La palabra en el griego está en plural y denota una compañía de “primogénitos” y, por consiguiente, se traduce como “los primogénitos”. Como se mencionó anteriormente, se refiere a la Iglesia, a la cual Cristo amó y se entregó a Sí mismo por ella (Mateo 16:18; Efesios 5:25-27). Los que componen la Iglesia son llamados primogénitos porque tienen un lugar de preeminencia por encima de las otras personas bendecidas en la familia de Dios. (En las Escrituras, “primogénito” significa uno que es primero en rango, poseyendo la preeminencia sobre todos los demás: Éxodo 4:22; Salmo 89:27; Jeremías 31:9).
Las epístolas de Pablo revelan las bendiciones especiales que solo la Iglesia tiene, las cuales los otros hijos de la familia de Dios no tienen. Solo ellos poseen la bendición de la filiación en relación con el Padre (Romanos 8:14-16; Gálatas 4:1-7; Efesios 1:4-5), y solo ellos son miembros del cuerpo de Cristo al estar habitados por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:12-13; Efesios 3:6). Esta compañía especial ha sido así distinguida por la gracia soberana de Dios, no porque sean mejores que los demás en Su familia, sino porque Dios se ha propuesto mostrar “la gloria de Su gracia” y “las abundantes riquezas de Su gracia” delante de todos en el mundo venidero (Efesios 1:6; 2:7). Él va a mostrarle al mundo lo que Su gracia puede hacer. Para demostrarlo, Él ha tomado a los peores pecadores de entre los gentiles, y a través de la redención, ¡los ha puesto en el lugar más alto posible de bendición y favor que Su amor podría proporcionar! Llegará el día de exhibición (el Milenio) cuando todo el mundo se admirará de tan maravillosa gracia, que rendirá “alabanza de la gloria de Su gracia” (Efesios 1:6,12,14). (El escritor ha mencionado dos asambleas en este pasaje: una asamblea [o conjunto/congregación] general de ángeles, y la que de manera especial es designada como la asamblea [congregación] de creyentes en el Señor Jesucristo: la Iglesia de Dios).
5) “Dios el Juez de todos”.— Esto se refiere a la gloria judicial de Dios siendo exhibida públicamente en el Milenio. En ese día, Dios será conocido no sólo en gracia, sino también en juicio, porque Él va a “juzgar al mundo con justicia, por aquel Varón al cual determinó” (Hechos 17:31; Salmo 72:1-2; 99:4; Isaías 11:1-4; 32:1).
6) “Los espíritus de los justos hechos perfectos”.— Estos son los santos del Antiguo Testamento. El hecho de que se diga que son “perfectos”, que es el resultado de haber sido resucitados y glorificados, muestra que el escritor está considerando las cosas como serán en el Milenio. Estos santos también tendrán un lugar celestial en el reino (Daniel 7:18,22,27; traducción J. N. Darby).
7) “Jesús, el mediador del nuevo pacto” (LBLA).— Esto nos trae de vuelta a la tierra; muestra una vez más que el escritor tiene el Milenio en mente, porque el nuevo pacto no se hará con Israel sino hasta entonces. El hecho de que él diga “Jesús”, nombre que el Señor llevó como hombre, y no otros nombres como Jehová, etc., muestra que en ese día Israel reconocerá que aquel hombre humilde a quien rechazaron y crucificaron hace mucho tiempo es su Mesías. Y, al hacerlo, serán restaurados y disfrutarán de las bendiciones del nuevo pacto (Jeremías 31:31-34).
8) “La sangre del esparcimiento”.— Esto se refiere a la sangre de Cristo. Es la base de todas las bendiciones en el mundo venidero, tanto en el cielo como en la tierra. La menciona en contraste con la sangre de Abel, quien fue asesinado por su hermano (Génesis 4). La sangre de Abel fue rociada sobre la tierra y clamaba a gran voz pidiendo a Dios que se ejecutara juicio sobre el ofensor, Caín. En contraste, la sangre de Cristo ha sido rociada (simbólicamente) sobre el “propiciatorio” allá arriba (Romanos 3:25, traducción J. N. Darby), y en lugar de clamar por venganza, ¡clama por perdón para aquellos que la derramaron! Nuevamente, las implicaciones aquí son obvias. Al igual que Caín era culpable del asesinato de su hermano, los judíos son culpables de matar a Cristo (Hechos 3:14-15). Pero a pesar de haberle dado muerte, ¡Dios había ideado mucho antes una manera de perdonar a la nación culpable a través de la misma sangre que derramaron! (1 Juan 1:7). Así, el pecado nacional de los judíos puede ser “borrado”, si tan sólo se “arrepienten” y se “convierten” (Hechos 3:19), lo que muchos harán en un día venidero.
Al describir estas ocho cosas, el escritor nos ha llevado a la cima de una montaña (por así decirlo), de la tierra a los cielos y de nuevo de vuelta a la tierra, siendo la cima “Dios el Juez de todos”.
Su punto al presentar esta imagen vívida de los dos sistemas uno al lado del otro es que, si algún judío que había tomado terreno cristiano realmente estaba pensando en regresar al judaísmo, necesitaba reflexionar en torno a lo que estaría renunciando bajo la gracia de Dios, y también en aquello a lo que estaría regresando bajo la Ley. Si estas cosas se entendieran correctamente, cualquier deseo que uno pudiera tener de regresar al judaísmo seguramente sería abandonado. Sinaí nos confronta con mandamientos legales, juicio y condenación. Sión, por otro lado, nos presenta la gracia que ha asegurado la bendición celestial y terrenal para todos los que creen, que supera con creces cualquier cosa que Israel haya tenido bajo el primer pacto. Decidir bajo cuál de estos uno quisiera vivir debería ser algo sencillo y sin ambigüedades.
Una última llamada
Versículos 25-27.— La conclusión a la que llega es clara para los hebreos: no rechacen la voz que habla desde el cielo. El escritor dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si aquellos no escaparon que desecharon al que hablaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháramos al que habla de los cielos”. Si no hubo escapatoria del juicio para aquellos que desobedecieron la voz de Dios que hablaba en la tierra al dar la Ley (Éxodo 20), ¡cuánto menos escaparía alguien del juicio que caerá sobre aquellos que rechacen la voz de Dios que les estuvo hablando desde el cielo!
La santidad del juicio de Dios simbolizado por el sacudimiento del Monte Sinaí no será nada en comparación con la conmoción que viene. ¡El sacudimiento venidero abarcará todo en la tierra y en el cielo! Él cita de Hageo 2:6 para confirmar esto: “Aun una vez, y Yo conmoveré no solamente la tierra, mas aun el cielo”. Esto ocurrirá cuando el Señor haga que la creación material desaparezca después de que el Milenio haya terminado su curso (Hebreos 1:10-12; 2 Pedro 3:10). Como consecuencia, va a haber una eliminación de todas las cosas hechas en esta creación presente, una disolución de todo aquello en lo que la carne podría apoyarse. El punto del escritor al afirmar esto es que, dado que el judaísmo es de la primera creación, también será eliminado. Por lo tanto, aquellos que se aferraban a esa religión terrenal necesitaban darse cuenta de que todo sería disuelto algún día, porque la creación material no continuará. Pero incluso antes de eso, en un futuro muy cercano al tiempo en que se escribió la epístola (63 d. C.), los romanos iban a venir y destruir la ciudad y el templo (70 d. C.). Millares de judíos serían asesinados y miles más serían tomados cautivos. ¡No habría manera de continuar con el judaísmo porque todo sería aniquilado! Por otro lado, las cosas espirituales que la gracia ha introducido a través de Cristo “son inconmovibles”, y por lo tanto “permanecerán” (LBLA).