Hebreos 1:1-3: Cristo superior a los profetas

Hebrews 1:1‑3
Cristo, el Apóstol de nuestra profesión
El escritor comienza esta gran tesis magnificando a Cristo. Como se mencionó en la introducción, en los capítulos 1–2, Él es presentado como el “Apóstol” de nuestra profesión. Él es visto como habiendo venido de Dios para cumplir la voluntad de Dios para gloria de Dios. En estos capítulos, Él es comparado con los dos tipos más grandes de mensajeros que tuvo el sistema legal: los profetas y los ángeles. En todos los sentidos se muestra que Él es infinitamente superior.
Las glorias de Cristo como Hijo de Dios e Hijo del Hombre
En estos primeros capítulos, las glorias de Cristo se ven de dos maneras:
•  Como el Hijo de Dios, enfatizando Su deidad (capítulos 1:1–2:4).
•  Como el Hijo del Hombre, enfatizando Su humanidad perfecta (capítulo 2:5-18).
Hay un tipo de estas dos facetas de la Persona de Cristo en “el arca” del sistema del tabernáculo (Éxodo 25:10-16). Estaba hecha de dos materiales: “oro puro”, que tipifica Su divinidad, y “madera de acacia” (LBLA) (“madera incorruptible” según la versión Septuaginta), que tipifica Su humanidad perfecta. En Hebreos 1 tenemos el oro puro, y en Hebreos 2 tenemos la madera de acacia.
El propósito de magnificar la grandeza de Cristo
Tal vez el argumento más fuerte y convincente que los judíos pondrían ante una persona que quisiera abandonar el judaísmo es el hecho de que Dios mismo lo había ordenado. Dios lo entregó a la nación de Israel por la mano de Moisés y por “disposición de ángeles” (Hechos 7:53). Su argumento es que, dado que la mayor Autoridad en el universo designó este sistema de adoración, ninguna persona en la tierra debería pensar en alterarlo. Los judíos incrédulos recalcarían este punto sobre aquellos que estaban contemplando abandonar el judaísmo, y les dirían que estaban siendo persuadidos a “apartarse [apostatar] de Moisés” (Hechos 21:21) por predicadores cristianos que no tenían ninguna autoridad para enseñar tales cosas. De dar ese paso, ellos dirían: ¡Este fue un acto de desobediencia y rebelión, con el que están rechazando a Dios mismo!
Esto, por supuesto, sería terriblemente perturbador para los creyentes judíos cuyas conciencias habían sido formadas por las demandas de ese sistema legal. Sin embargo, si ellos entendieran que el Dios que le dio a Israel la religión del judaísmo era la misma Persona que ahora los estaba llamando a salir de ella, responderían con más confianza al llamado. Por lo tanto, los capítulos 1–2 están dedicados a establecer el hecho de que el Señor Jesucristo es Dios en la Persona del Hijo, y que es Él quien les está hablando acerca de dejar el judaísmo por algo mejor en el cristianismo. Él es el Orador divino a lo largo de la epístola.
La palabra hablada por Cristo es mayor que la de los profetas
Versículo 1.— La primera palabra en la epístola es “Dios”. Es el único libro en la Biblia que comienza de esta manera. Inmediatamente nos pone cara a cara con la Persona que está hablando en esta epístola. No es un profeta, ni un ángel, ni un apóstol de Cristo, sino Dios mismo en la Persona del Hijo. Dado que no podría haber una Persona más grande en el universo, el lector debe tomar con mucha seriedad lo que está a punto de ser declarado.
El escritor nos informa que mientras que Dios ha hablado a su pueblo Israel a través de algunos mensajeros poderosos en tiempos pasados, ahora ha hablado de una manera mucho mayor. Él dice: “Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo á los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por [en la Persona de] el Hijo”.
“Profetas” (versículo 1) y “ángeles” (versículo 4) fueron los dos grandes tipos de mensajeros que Dios usó en la economía judía para comunicarse con Su pueblo. Los judíos hacían referencia con orgullo a estos mensajeros como una marca de que la nación contaba con el favor de Dios, y eso es cierto, porque ningún otro pueblo sobre la tierra ha tenido jamás tan distinguidos medios de comunicación de parte de Dios (Deuteronomio 4:7). Sin embargo, el punto que el escritor está haciendo aquí es que con la venida de Cristo (Su primer advenimiento), Dios ha hablado a Su pueblo “en el Hijo” (traducción J. N. Darby). Este es un medio de comunicación infinitamente mayor que el de los profetas y los ángeles. ¡No es simplemente que Dios ha enviado un Mensajero mayor en Cristo, sino que Dios mismo ha venido a la nación para hablarles en la Persona del Hijo! Si los judíos se sintieron privilegiados de tener mensajeros tan exaltados como los profetas y ángeles que vinieron a ellos de parte de Dios, ¡deberían haberse sentido doblemente privilegiados de haber tenido una “visitación” de Dios mismo! (Lucas 1:78; 19:44).
En “otro tiempo” Dios había hablado a Su pueblo “de muchas maneras” (en diferentes formas) “por los profetas” —a través de sueños, a través de visiones, a través de una voz audible, etc.— pero ahora “en estos postreros tiempos” de comunicación profética, Él ha hablado “en el Hijo”. Esto fue de dos maneras: en primer lugar, cuando el Señor estaba aquí en la tierra (capítulo 2:3), y en segundo lugar, al momento de escribir esta epístola, Él estaba hablando desde el cielo (capítulo 12:25).
Una digresión
Para comprender adecuadamente lo que se está impartiendo en este pasaje, debemos tomar en cuenta la digresión que ocurre a partir del capítulo 1:2 (después de la palabra “Hijo”) hasta el final del capítulo, donde el Espíritu Santo guía al escritor a desplegar la gloria y la grandeza de la Persona de Cristo, antes de continuar con una advertencia Suya en el capítulo 2:1-4. Esto se hace para enfatizar QUIÉN es el que está hablando, y así lograr que con mayor fuerza lo dicho halle cabida en sus corazones y conciencias. Si seguimos el hilo del argumento saltándonos la digresión, se leerá: “Dios” nos “ha hablado por [en la Persona de] el Hijo ... por tanto, es menester que con más diligencia atendamos á las cosas que hemos oído”. El punto aquí es que, como la importancia de todo lo que es dicho depende de la grandeza de la persona que lo ha dicho, ellos, por consiguiente, deben atender con más diligencia lo que se dice en esta epístola porque ¡es Dios mismo quien está hablando!
Una visión séptuple de la gloria de Cristo
Versículos 2-3.— Como ya se mencionó, el propósito de la digresión es magnificar la gloria y grandeza de Cristo. El escritor, por lo tanto, se vuelve para asignarle muchos atributos maravillosos de la deidad, y así distinguirlo de todos los demás como el Hijo de Dios. Se mencionan siete cosas en particular que prueban Su superioridad sobre todos los profetas que alguna vez vivieron y hablaron por Dios:
EL HEREDERO DE TODO: En primer lugar, siendo el Hijo, Él ha sido “constituido Heredero de todo” (versículo 2). La herencia es todo lo creado. ¡Esta simple declaración nos dice que todo le pertenece a Él! A ningún profeta, independientemente de lo distinguido que pudiera haber sido, jamás se le dio tal cosa. Esto inmediatamente separa al Hijo de todos los profetas. Cuando Cristo se levante para redimir Su herencia en un día venidero (Efesios 1:14), Él la compartirá con nosotros porque somos “herederos de Dios y coherederos de Cristo”, y así reinaremos sobre ella juntos (Romanos 8:17; 1 Corintios 3:21-22). Pero ese no es el punto que el escritor está haciendo aquí. Su énfasis está en la dignidad de Cristo de tener la herencia por el hecho de ser quien es.
EL CREADOR DEL UNIVERSO: En Segundo lugar, Él “hizo el universo” (versículo 2). De nuevo, un profeta podría referirse a las obras creadoras de Dios al hablar a la gente, pero jamás se atrevería a afirmar ser el creador de ellas. El hecho de que Cristo creó el universo (Juan 1:3; Colosenses 1:15-16) atestigua Su deidad, porque la Escritura declara claramente que Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1, etc.).
EL RESPLANDOR DE LA GLORIA DE DIOS: En tercer lugar, Cristo es “el resplandor” o brillo de la gloria de Dios (versículo 3). Por tanto, Él es el gran Revelador de Dios (Juan 1:18). Esto es más que el testimonio dado por un profeta acerca de Dios; se trata del resplandor real de Dios mismo, algo que sólo podría ser hecho por una Persona divina. Así, todas las cualidades morales y espirituales de Dios brillan en Él. No se trata de un mero reflejo de Dios, como cuando Moisés reflejó la gloria de Dios en su rostro, sino de llevar en exhibición los atributos mismos de Dios. H. Smith dijo: “El Hijo se ha acercado a nosotros de una manera que hace posible que veamos a Dios mostrado en todos Sus atributos” (The Epistle to the Hebrews [La Epístola a los Hebreos], página 8).
LA IMAGEN MISMA DE LA SUSTANCIA DE DIOS: En cuarto lugar, Cristo, el Hijo de Dios, no es sólo el Revelador de Dios, ¡Él es Dios! (versículo 3). Todos los atributos esenciales de la deidad están en Él personalmente. Él es la misma “imagen [expresión]” de la “sustancia” de Dios. Sería una blasfemia para cualquier profeta reclamar tales atributos, y ninguno se ha atrevido a hacerlo.
EL SUSTENTADOR DEL UNIVERSO: En quinto lugar, Cristo, el Hijo de Dios, es también el Sustentador del universo (versículo 3). Es decir, Él mantiene toda la creación en curso día a día. Por lo tanto, Él no sólo es el Heredero de “todo” y el Creador de “todas las cosas”, sino que también es el Sustentador de “todas las cosas”. La Escritura dice: “Por Él todas las cosas subsisten” (Colosenses 1:17). Él hace esto, como se nos dice, “por la Palabra de Su potencia [poder]” (Salmo 147:15-18; 148:8).
EL PURGADOR DE LOS PECADOS: En sexto lugar, Cristo hizo “la purgación de nuestros pecados por Sí mismo” (versículo 3). Es decir, Él ha resuelto toda la cuestión del pecado mediante el sacrificio de Sí mismo. Como resultado, el pecado ha sido “deshecho” ante Dios judicialmente (capítulo 9:26), y un día será “quitado” de la creación por completo (Juan 1:29). No hace falta decir que esto es algo que ningún profeta o sacerdote en el sistema mosaico hizo, o podría hacer. Aquellos sacrificios del Antiguo Testamento en el Día de la Expiación (Levítico 16) indicaban la persistencia de los pecados del pueblo año tras año (Éxodo 30:10; Levítico 16:34; Hebreos 9:7,25; 10:3). No podían deshacer el pecado, ni podían purgar la conciencia de un creyente, como lo hace el sacrificio perfecto de Cristo (capítulos 9:14; 10:1-2). La RVA dice que Él purgó nuestros pecados”, lo cual no es una traducción correcta. Restringe el alcance de Su obra de purificación a los pecados de los creyentes, mientras que la obra aquí es general, tocando cada aspecto de la presencia del pecado en la creación (capítulo 2:9).
Se nos dice que Cristo hizo esto “por Sí mismo”. J. N. Darby dijo: “El verbo griego aquí tiene una forma peculiar, que le da un sentido reflexivo, haciendo que lo hecho regrese al hacedor, devolviendo la gloria de lo hecho sobre Aquel que lo hizo” (Synopsis of the Books of the Bible, sobre Hebreos 1:3, nota al pie). Por lo tanto, la obra consumada de Cristo en la cruz fue hecha por Él mismo y para Sí mismo, pero el énfasis en el versículo no está tanto en lo que Él hizo —por grande que sea— sino en QUIÉN lo hizo. Al notar esto, el hermano Darby dijo: “Incidentalmente se habla de la purgación de nuestros pecados, y luego escuchamos de Su gloria en lo alto” (Collected Writings, volumen 27, página 388).
EL EXALTADO A LA DIESTRA DE DIOS: En séptimo lugar, habiendo completado la obra de purgación, el Señor ascendió al cielo y “se sentó” a la “diestra de la Majestad [grandeza] en las alturas” (versículo 3). ¡Por el hecho de ser quien es, Él podría entrar en el verdadero santuario en los cielos y sentarse en el trono de Dios! J. N. Darby comentó: “Él podría sentarse en el trono de Dios, y no ensuciarlo” (Collected Writings, volumen 27, página 339). Satanás, como “querubín grande”, intentó hacer eso mismo e inmediatamente fue expulsado del cielo (Isaías 14:12-15; Ezequiel 28:11-19), pero cuando Cristo ascendió al trono, todo el cielo se levantó para coronarlo de gloria y de honra (Hebreos 2:9). Siendo quien era, entró en la presencia de “la Majestad en las alturas” y no fue opacado por la gloria de Dios que brillaba allí. ¡Ese era Su lugar por derecho porque Él es Dios! Ningún profeta se sentará jamás en un lugar tan exaltado. Se dice que los cristianos están sentados en lugares celestiales en Cristo Jesús (Efesios 2:6), pero ellos tampoco se sentarán jamás a la diestra de Dios; ese lugar está reservado solo para Cristo. Él se sienta allí por el hecho de ser QUIEN es.
Para resumir los atributos del Hijo de Dios arriba mencionados, Él es:
•  El fin de toda la historia, siendo “Heredero de todo”.
•  El comienzo de toda la historia, habiendo “hecho el universo”.
•  Más allá de toda la historia, siendo “el resplandor” de la gloria de Dios y “la misma imagen de Su sustancia”.
•  A lo largo de toda la historia, como el que “sustenta todas las cosas”.
•  El Único Sacrificio para toda la historia, habiendo hecho la “purificación de pecados” (traducción J. N. Darby).
•  Por encima de toda la historia, como estando sentado “á la diestra de la Majestad en las alturas”.
Cristo sentado a la diestra de Dios en cuatro facetas
Es significativo que Cristo es visto sentado a la diestra de Dios cuatro veces en esta epístola. Cuando los cielos fueron “abiertos” para que Esteban mirara, vio a Cristo “de pie a la diestra de Dios” (Hechos 7:56, LBLA). El Señor estaba de pie en ese momento porque todavía estaba extendiendo la oportunidad a los judíos de recibirlo como su Mesías, a pesar de que lo habían rechazado y crucificado. Él seguía allí listo para regresar a la tierra a establecer el reino, como se afirma en los escritos de los profetas del Antiguo Testamento, si tan solo se arrepentían y se convertían (Hechos 3:19-20). Pero ellos no quisieron tener a Cristo sino que enviaron a Esteban al cielo con este mensaje: “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). Fue solo después de esto que Dios judicialmente puso a un lado a la nación y comenzó una nueva partida en Sus tratos hacia los gentiles (Hechos 15:14) para llamar de entre ellos creyentes a ser parte de una cosa completamente nueva —la Iglesia de Dios—. La epístola a los Hebreos, escrita algunos años después de la lapidación de Esteban, nos da otro vistazo del cielo, y vemos a Cristo, ya no de pie, sino sentado a la diestra de Dios. Esto demuestra que Dios ya no estaba alcanzando a la nación según el pacto como lo hiciera una vez, y que ahora la oportunidad de que Cristo regresara a la tierra como el Mesías de Israel y estableciera el reino había terminado. Aquellas cosas han quedado suspendidas por un período de tiempo no revelado.
Del periódico The Remembrancer [El Recordador]: “JESÚS seguía de pie, pues no fue sino hasta que Israel rechazó el testimonio del Espíritu Santo que Él se sentó definitivamente, esperando el juicio de Sus enemigos. Antes, permaneció en la posición de Sumo Sacerdote de pie ... los judíos habiendo hecho con el testimonio del Espíritu Santo lo mismo que le hicieron a JESÚS, y habiendo enviado (por así decirlo) en la persona de Esteban un mensajero tras Él para decir: ‘No queremos que Éste reine sobre nosotros’, Cristo definitivamente toma Su lugar sentado en el cielo, hasta que juzgue a los enemigos que no quisieron que Él reinara sobre ellos. Es en esta última posición que Él es visto en la epístola a los Hebreos ... Me parece que esta es la razón por la que se le ve de pie. No había tomado definitivamente Su lugar como sentado para siempre (o ‘a perpetuidad’) —eis to dienekes (Hebreos 10:12)— en el trono celestial hasta que el testimonio del Espíritu Santo a Israel de Su exaltación hubiera sido definitivamente rechazado en la tierra” (The Remembrancer, volumen 18, páginas 158-160).
Se menciona que Cristo está sentado a la diestra de Dios por cuatro razones diferentes:
•  En el capítulo 1:3, Él se sienta allí a causa de la grandeza de Su Persona, como el Hijo de Dios.
•  En el capítulo 8:1, Él se sienta allí a causa de Su presente obra de intercesión, como nuestro Sumo Sacerdote.
•  En el capítulo 10:12, Él se sienta allí como habiendo consumado victoriosamente la obra de expiación, como el gran Redentor.
•  En el capítulo 12:2, Él se sienta allí habiendo caminado perfectamente por la senda de fe, como el Objeto de la fe.
*****
Podemos ver por lo que ha estado delante de nosotros acerca de la grandeza de Cristo en relación con los profetas de Israel, que en realidad, desde que Él es Dios “en la Persona del Hijo” (Hebreos 1:2, traducción J. N. Darby), no existe comparación en absoluto. Cristo es una Persona infinita, el Creador y Sustentador del universo, ¡mientras que los profetas no son más que simples hombres! De hecho, el más grande de todos los profetas dijo: “Viene quien es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de Sus zapatos” (Lucas 3:16).