Gozo Y Paz

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Si estamos andando con el Señor, descubriremos que podemos mostrar amor y solicitud por otros, y que podemos olvidarnos de nosotros mismos. No tenemos necesidad de preocuparnos por nosotros mismos, y esto nos hará felices. Deberíamos poner al Señor Jesús en el primer lugar en nuestras vidas, y hacer que nuestro objeto sea complacerle. Luego deberíamos mirar a nuestro alrededor, a otros, y pedir al Señor cómo podemos serles de ayuda. Si hacemos esas cosas por este orden, descubriremos que el Señor se cuidará de nuestra dicha sin que nosotros pensemos en ello. Pero si seguimos al Señor para ser felices, probablemente no lo seremos, porque éste es otro motivo falso; es otra cisterna rota. A veces disfrutamos de unas ocasiones de gozo especial, como, por ejemplo, cuando pasamos tiempo en compañía de otros cristianos alejados del mundo. Como he mencionado antes, podemos gozar tanto del Señor bajo esas circunstancias que pensamos que nunca podremos volver a sentirnos infelices. Quizá digamos: «¡Quiero aferrarme a esto! ¡Quiero gozar de esta dicha en todo momento!» Lo que deberíamos estar diciendo es: «Quiero seguir a Cristo. Quiero vivir para Él y ser más como Él. Quiero agradarle más, por amor a Él.» Entonces nuestro motivo será verdadero, porque estaremos ocupados con Él, y no con nosotros mismos. Agradar al Señor Jesús es el más alto motivo que pone ante nosotros la Palabra de Dios.
Las ocasiones de especial gozo son como el entusiasmo que sentimos cuando apretamos a fondo el pedal del acelerador y reducimos una marcha para hacer un adelantamiento. Nos encanta la sensación de poder que sentimos con ello, pero nunca pensaríamos en conducir cincuenta kilómetros en tercera. El auto no está hecho para operar de esta manera, y tendremos que poner marcha directa después de haber llegado a una cierta velocidad. Del mismo modo, los rápidos o las cataratas de un río pueden formar un hermoso paisaje y ser una necesidad para renovar el oxígeno del agua, pero no constituyen la parte más productiva de un río. Generalmente, los peces no viven en los rápidos, y los ríos llenos de rápidos no son buenos para la navegación. Es la parte quieta y plácida del río la más útil, y es el funcionamiento constante del auto a una marcha normal lo más útil para llevarnos de uno a otro lugar.
En tanto que el Señor puede darnos unos tiempos de un especial gozo, yo daría más significación a la paz que al gozo. La paz para el creyente tiene un doble sentido. En Juan 14:27, el Señor Jesús dijo a Sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy.» Creo que la primera mención de paz se refiere a la que tenemos en Romanos 5:1, que es la paz que viene de saber que todos nuestros pecados están perdonados, y que nada tenemos que temer del juicio de Dios. Pero la segunda mención de paz es la que el Señor llamó «mi paz», y esta era la paz que Él tenía en el cumplimiento de la voluntad del Padre y en el conocimiento de que Su Padre estaba ordenando cada circunstancia para Él como el Hombre perfecto, dependiente. Esta paz nos ha sido dada, y podemos gozar también de ella en la medida en que no haya nada entre nuestras almas y el Señor, de que Él sea nuestro objeto, y que estemos tratando de agradarle.
Deberíamos siempre andar en paz, aunque no siempre podamos andar en gozo. El Señor fue el Varón de dolores, pero Él estuvo siempre andando en aquella paz que denominó «mi paz». El dolor es una parte necesaria de la vida cristiana, y no deberíamos esperar lo contrario. Estamos siguiendo a un Cristo rechazado en un mundo que sigue estando contra Él. Pero Él ha pasado también por él, y como legado nos ha dejado Su paz.
Los más dichosos cristianos son aquellos que ni siquiera piensan en sí mismos, aquellos que tienen los corazones llenos de Cristo, buscando agradarle, y luego ocupados en el bien y la bendición de otros. Pero, de nuevo, que no lo hacen buscando ser felices, ¡sino para agradar al Señor! Piensa en Su felicidad, no en la tuya. Encontrarás que esto dará un brillo a tu rostro, un impulso a tu andar, y aquella confianza con la que los cristianos deberíamos andar. Moisés no sabía que su rostro resplandecía, pero otros sí lo vieron. Al andar con el Señor, habrá en nosotros una dignidad moral que los otros verán, y sabrán esto de nosotros, que hemos estado con Jesús.
Cuando contemplamos la cruz maravillosa
En la que el Señor de la gloria fue a morir,
Nuestra gran ganancia cual nada contemplamos,
Y desdén echamos sobre nuestra altivez.
No dejes, Señor, que vayamos a jactarnos
Más que en la muerte de Cristo, nuestro Dios;
Las frivolidades que buscan seducirnos,
Ofrendar quisiéramos por su gran amor.
De cabeza y manos, y pies del Padeciente,
Fluye mezcla rara de amor y de dolor;
¿Dónde tal amor y dolor juntos hallamos,
Dónde espinas fueron corona de esplendor?
Pobre ofrenda nuestra sería el universo,
Si este fuera nuestro para poderlo dar;
Un amor que toda capacidad trasciende
Pide nuestra alma, y vida — todo el ser.
Isaac Watts