Éxodo 1: Israel en Egipto

Exodus 1
El gran tema del libro del Éxodo es el de la redención. En Génesis tenemos la creación, y luego, después de la caída, y del anuncio de un Libertador en la simiente de la mujer, que heriría la cabeza de la serpiente (Génesis 3:1515And I will put enmity between thee and the woman, and between thy seed and her seed; it shall bruise thy head, and thou shalt bruise his heel. (Genesis 3:15)) —la revelación, de hecho, del segundo Hombre, de quien Adán era una figura (Romanos 5:1414Nevertheless death reigned from Adam to Moses, even over them that had not sinned after the similitude of Adam's transgression, who is the figure of him that was to come. (Romans 5:14)), y en quien todos los consejos de Dios se establecerían— ‘todos los grandes principios elementales que encuentran su desarrollo en la historia de las relaciones de Dios con el hombre, la cual está registrada en los libros siguientes’. El libro de Génesis, por lo tanto, ha sido acertadamente denominado como el ‘semillero’ de la Biblia. Pero en el libro del Éxodo, el tema es uno: la redención con sus consecuencias, consecuencias en gracia, y cuando el pueblo, mostrando su insensibilidad para con la gracia, así como también la ignorancia de su propia condición, se colocaron ellos mismos bajo la ley, consecuencias del gobierno. Aun así, se cumple el gran resultado de la redención, el establecimiento de un pueblo delante de Dios, en relación con Él; y esto es lo que imparte un interés tal al libro, y hace que sea tan instructivo para el lector Cristiano.
Los cinco primeros versículos contienen una breve declaración de los nombres de los hijos de Jacob que entraron en Egipto con su padre —ellos y sus familias, que suman, junto con José y su casa ya en Egipto, setenta almas—. Los detalles, de los que esto es un breve resumen, se encuentran en Génesis 46. La ocasión inmediata de que ellos descendieran a Egipto fue la hambruna; pero mediante la hambruna, así como mediante la iniquidad de los hijos de Jacob al vender a su hermano a los Ismaelitas (Génesis 37:2828Then there passed by Midianites merchantmen; and they drew and lifted up Joseph out of the pit, and sold Joseph to the Ishmeelites for twenty pieces of silver: and they brought Joseph into Egypt. (Genesis 37:28)), Dios no hizo más que llevar a cabo el cumplimiento de Sus propios propósitos. Mucho antes de esto, Él había dicho a Abraham, “Ten por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con gran riqueza” (Génesis 15:13-1413And he said unto Abram, Know of a surety that thy seed shall be a stranger in a land that is not theirs, and shall serve them; and they shall afflict them four hundred years; 14And also that nation, whom they shall serve, will I judge: and afterward shall they come out with great substance. (Genesis 15:13‑14)). Esta es la historia de los doce primeros capítulos en el Éxodo; y ello nos llena de admiración para reflexionar que, independientemente de las actuaciones de los hombres, incluso en maldad y en prepotente rebelión, ellos están subordinados al establecimiento de los consejos divinos de gracia y amor. Tal como Pedro dijo ciertamente, en el día de Pentecostés con respecto a Cristo, “a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:2323Him, being delivered by the determinate counsel and foreknowledge of God, ye have taken, and by wicked hands have crucified and slain: (Acts 2:23)). Así, incluso la ira del hombre es uncida a las ruedas del carruaje de los decretos de Dios.
Existe, indudablemente, una razón por la cual se nos muestra, al comienzo del libro, a los hijos de Israel en Egipto. En la Escritura, Egipto es un tipo del mundo, y de ahí que Israel en Egipto llega a ser una figura de la condición natural del hombre. De este modo, después de la declaración de que “murió José, y todos sus hermanos, y toda aquella generación” (Éxodo 1:66And Joseph died, and all his brethren, and all that generation. (Exodus 1:6)), la narración pasa rápidamente a describir sus circunstancias y su condición. Se indica, en primer lugar, su aumento y, efectivamente, su prosperidad. Ellos “fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra” (Éxodo 1:77And the children of Israel were fruitful, and increased abundantly, and multiplied, and waxed exceeding mighty; and the land was filled with them. (Exodus 1:7)). Eran los hijos de la promesa, si bien estaban en Egipto, y como tales el favor de Dios reposaba sobre ellos. En virtud de esto se nos presenta este retrato de prosperidad terrenal. Dios jamás olvida a Su pueblo, aunque ellos puedan olvidarse de Él.
Aparece ahora otra figura en la escena: “Se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José” (versículo 8). La declaración de que “no conocía a José” es en extremo significativa. José en Egipto fue un tipo de Cristo en Su gloria terrenal y, por consiguiente, no conocerle a Él es algo característico de un estado moral. El Faraón, de hecho, es el dios de este mundo, y como tal debe estar necesariamente en antagonismo al pueblo del Señor. Por consiguiente, leemos inmediatamente acerca de sus maquinaciones astutas y designios maliciosos para destruir la prosperidad de ellos, y para reducirlo a servidumbre impotente y desesperada (versículos 9 al 12). ¿Y cuál fue su motivo? “Para que no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra” (versículo 10). Satanás conoce aquello que tenemos tendencia a olvidar, que el mundo debe aborrecer a los hijos de Dios, y que ellos, si son fieles, deben estar en antagonismo con el mundo, y de ahí que él, en la persona de Faraón, parece proveer para la contingencia de una guerra, y para evitar la liberación de ellos. Él, por tanto, puso “sobre ellos comisarios de tributos que los molestasen con sus cargas; y edificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramesés” (versículo 11).1
Así son llevados a estar bajo servidumbre al mundo, “Y los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza, y amargaron su vida con dura servidumbre” (versículos 13 y 14). El otro aspecto del retrato es, “Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían” (versículo 12). Esto surgió del hecho ya señalado, que, no obstante su condición, ellos eran el pueblo de la promesa, incluidos en los propósitos de Dios, y como tal, se velaba sobre ellos, eran protegidos, y bendecidos; de modo que Faraón, como el dios de este mundo, era impotente para llevar a cabo su destrucción. La verdadera cuestión era, tal como muestra el asunto, entre Dios y Faraón; y el rey de Egipto estaba, en sus ardides contra los hijos de Israel, luchando contra Dios. De ahí su fracaso en todo aspecto. Por otra parte, la condición de los Israelitas retrata muy sorprendentemente la condición del pecador —más bien el pecador al que se le ha hecho sentir el yugo acerado de ser esclavo del pecado y de Satanás—. Tal como con el hijo pródigo, el cual cae cada vez más bajo, hasta que está a punto de morir y en degradación completa, antes de que vuelva en sí, así hace Dios aquí que los hijos de Israel sientan el peso de sus cargas, y prueben la amargura de su vil servidumbre, para despertar en ellos un deseo de liberación antes de que Él comience a actuar a favor de ellos. Existe una cosa tal como el pecador siendo insensible a su degradación, y estando satisfecho, si es que no está feliz, en su alejamiento de Dios; pero si él ha de ser salvo, debe pasar a través de la experiencia que es prefigurada por este relato de la condición de los Israelitas. Hasta entonces, él no conoce jamás su estado verdadero, o jamás desea liberación.
El resto del capítulo (versículos 15 al 22) se ocupa con una descripción de otro intento para debilitar, y a su tiempo destruir, a los hijos de Israel. Pero nuevamente está la actividad de otro a favor de ellos. Faraón era un rey absoluto, y ninguno de sus súbditos se atrevía a oponerse a su voluntad; pero incluso estas débiles mujeres son sostenidas en su desobediencia, porque consideraban que su primer deber era temer a Dios. El monarca más poderoso en el mundo es impotente contra Dios, y así igualmente contra los que se identifican con Dios o con Su pueblo. Por eso Sifra y Fúa “no hicieron como les mandó el rey de Egipto” (versículo 17), y Dios trató con ellas, y debido a que temieron a Dios, Él prosperó sus familias (versículos 17 al 21). “Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31,31What shall we then say to these things? If God be for us, who can be against us? (Romans 8:31) BTX). Por tanto, podemos aprender primeramente, la impotencia total del enemigo para frustrar los propósitos de Dios; en segundo lugar, la invencibilidad de aquellos que están relacionados con Sus propósitos; en tercer lugar, de qué manera el temor de Dios puede elevar al más débil y al más humilde sobre el temor del hombre y luego, al final de todo, cuán grato para el corazón de Dios es toda señal de fidelidad a Él en medio de una escena donde Satanás reina, como dios de este mundo, y oprime y procura destruir a Su pueblo.
Pero la enemistad de Faraón aumenta, y “mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (versículo 22). El capítulo siguiente nos mostrará de qué manera Dios usó este mismo decreto del rey para preparar un libertador para Su pueblo.
 
1. Nota: Ni siquiera el sitio donde estaban estas ciudades —aunque se ofrece muchas conjeturas— puede ser identificado ahora con alguna certeza.