Éxito

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1. Éxito

Éxito

El Apóstol empieza este tercer capítulo de Filipenses recordando que les repetía lo que ya les había escrito anteriormente a él no le era ninguna molestia, y para ellos era una cosa de seguridad. Esto es, él se estaba repitiendo las mismas cosas y no consideraba que fuera nada inoportuno debido a que era para que ellos tuvieran mayor convicción.
En algunas ocasiones he pensado acerca de las pequeñas charlas que hemos tenido con los jóvenes que, después de todo, consisten en buena parte de una línea muy semejante de cosas, y que si uno no tuviera la aprobación escritural para insistir, es posible que no se pudiera estar alentado a considerar la misma línea de cosas. En todas las épocas, los jóvenes afrontan los mismos problemas de la vida; se enfrentan a las mismas dificultades y a las mismas decisiones. La Palabra de Dios constituye la única solución a las dificultades de los jóvenes cristianos.
Al dirigirme a los jóvenes esta tarde acerca del tema del “Éxito,” no estaré dirigiéndome a aquellos que están todavía en sus pecados y sin Cristo, sino a aquellos que han confesado al Señor Jesucristo como Salvador y Señor, y para ellos el tema del éxito es uno muy vital. La palabra éxito no aparece en la Biblia (menos Heb. 13:7), aunque si está su equivalente “prosperar.” Y esta es una palabra que supongo que se halla con mucha frecuencia en el vocabulario del mundo presente. Nunca ha habido un día en el que esta línea de cosas fuera más insistida sobre los jóvenes que el día en el que vivimos. A fin de que sus vidas puedan ser vividas de manera que contribuyan a su propio aliento y al bien de la sociedad, tienen que conseguir lo que el mundo denomina “el éxito.” Si hubiéramos de ser guiados por las normas del mundo y por sus ideales, viviríamos una vida diferente de la que está trazada para los jóvenes cristianos en la Palabra de Dios, y lo que yo deseo decir ahora tratará de el contraste entre estas dos normas: los ideales de la Palabra de Dios, y los ideales del mundo a nuestro alrededor.
Se oye hablar de alguien en el mundo, y una de las preguntas que de inmediato se hace acerca de él, con respecto a su posición o logros, es “¿Ha conseguido un buen éxito en sus empresas?” Si esta pregunta recibe una respuesta satisfactoria, hay un suspiro de alivio. Se piensa que esto es algo esencial. En el mundo conocemos el éxito como consistiendo en la acumulación de una cierta cantidad de propiedad o de dinero, o una buena posición. Un hombre que pueda poner su firma al final de un cheque y que quizás este cheque cuente su historia en un número de siete u ocho cifras — éste, a los ojos del mundo, es alguien que ha tenido éxito. Habrá otro hombre que se ha mantenido ocupado cuidando de sus varios intereses — propiedades, por ejemplo. El mundo le señala y dice de él “éste es un ciudadano que ha tenido éxito.” Otro no ha acumulado tanto, pero es un gran líder político. El mundo le rinde su tributo. En cada caso estos hombres han vivido de tal manera que se han colocado en una posición envidiable en este mundo y otros le contemplan y dicen, “¡Esto está bien; no me disgustaría ser así!” Esto es lo que el mundo considera como éxito. Si se hace una reunión de antiguos graduados de un instituto que hayan estado separados por muchos años, empezarán a preguntar acerca de los ausentes. El primer deseo será el de repasar toda la lista y hallar cómo cada uno se ha ido defendiendo por el mundo. ¡Son tantas las ocasiones en las que he oído esto! “¿Qué sabes de Carlos?” “Se fue al Oeste y estableció un negocio maderero, y tiene un gran complejo en la ciudad de Seattle. Le ha ido bien.” Todos se sienten satisfechos y el éxito de Carlos les hace que ellos se sientan cómodos. Se ve esto mismo por todas partes. Es natural que quedemos afectados por estas cosas y que nos sintamos bajo una cierta obligación moral de ponernos a su nivel — de llegar a la norma establecida y reconocida a todo nuestro alrededor.
Cuando afrontamos esta línea de cosas con la Palabra de Dios como norma — cuando tenemos en cuenta la Palabra de Dios — es muy diferente como aparecen entonces las cosas. Este criterio — esta norma — nunca deja de decir la verdad. La Palabra de Dios es la única norma por la cual tú y yo podemos juzgar estos asuntos. Si la norma que tuviéramos fuera una norma errónea, ¿cómo podríamos esperar que las consecuencias no fueran erradas? Me voy a referir a una experiencia reciente para ilustrar esto. Es algo muy insignificante en sí mismo pero creo que ilustra este punto. Quería un tubo nuevo para mi calefacción. Tomé la medida del tubo y salió exactamente de 25 cm. Hice el pedido del tubo, y cuando llegó no ajustaba en absoluto, y tuve una discusión bastante intensa con el que me lo había suministrado y no podíamos ponernos de acuerdo. Me quedé perplejo; tenía la completa seguridad de estar en lo cierto. Después descubrí que alguien había cortado unos dos centímetros de la cinta que había utilizado para medir. Tenía un patrón — una norma — errónea. Mis conclusiones estaban equivocadas a pesar de que estaba totalmente seguro de que estaba en lo cierto. Así sucede al medir lo que se llama éxito en el mundo. ¿Cuál es la norma que estamos utilizando?
En el tercer capítulo de Filipenses tenemos a un hombre que había empezado con una norma mundana a la vista y que había recibido un repentino choque espiritual que le hizo cambiar radicalmente. Desde aquel momento adoptó una nueva norma que, hasta el día de su muerte, transformó su vida por completo. Creo que en su medida hará lo mismo por nosotros si estamos dispuestos a hacer el cambio que Saulo de Tarso hizo cuando estaba en el camino de Damasco con las cartas en su bolsillo que le daban autoridad para llevar a Jerusalén a todos los que invocaran el nombre del Señor, para que fueran castigados. ¿Qué clase de hombre era él a los ojos del mundo? Supongo que tenía casi todo lo que un hombre pueda tener como valioso y de codiciar. Tenemos una lista aquí al principio del cuarto versículo. ¡Qué linaje tan espléndido! Algo de lo que enorgullecerse. Una espléndida ascendencia. “Hebreo de hebreos” — esto es, verdadera sangre azul. “En cuanto a la ley, fariseo”; ésta era su posición en la comunidad; los fariseos eran la cumbre en lo religioso. “En cuanto a celo” — aquí hay energía en actividad — “perseguidor de la iglesia.” “En cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.” Esto es reputación. En su caso no se trataba solamente de reputación, sino también de carácter. ¿Qué es lo que va él a hacer de un comienzo así? ¡Cuán pocos consiguen un tal punto de partida — un respaldo como este! ¿Qué va él a hacer con ello? ¡Tirarlo por la borda! ¡Hacer una limpieza a fondo y empezar totalmente de nuevo! Tan solo escuchad lo que dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” ¡Qué cambio tan radical! Se precisa el gran poder de la fe para hacer una cosa así. Él había visto al Señor en gloria. Él había experimentado aquella luz por encima del brillo del sol al mediodía, y fue aquella una visión que nunca se desvaneció; siempre le acompañaba y a la vista de ello podía arrojarlo todo por la borda y decir, “Estimo todas las cosas como pérdida.
Se necesita fe para que alguien tire cosas que para él le son ganancia. Hay algunas cosas que podemos echar a un lado y vivir mejor sin ellas. He visto a jóvenes abandonando malos hábitos — el tabaco y el alcohol. Estas son cosas de las que es bueno librarse, pero nadie podría decir qué era arrojar por la borda algo que le era una ganancia. Él Apóstol dijo, “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” ¿Podemos por la gracia de Dios rechazar aquellas cosas que en el mundo nos sirven para nuestro beneficio temporal, y considerarlas como Pablo hizo, a fin de poder ganar a Cristo? Esta es verdadera fe. Esta es la energía de la fe en actividad en el alma. Esto es lo que hará que un hombre tenga éxito, sea prosperado. Creo que si jamás hubo algún caso dentro de la Biblia que pudiera denominarse como un éxito desde el punto de vista de Dios, este fue el Apóstol Pablo. Cuando llegó al final de su carrera, en lugar de tener una gran cosecha de remordimientos y quejas, posee una justa satisfacción al mirar atrás con la humilde complacencia, consciente en su alma de que había luchado la buena batalla, guardado la fe, y acabado su carrera, y que estaba preparada para él una corona de justicia que el Señor, el Juez justo, le daría.
Queridos jóvenes, aquella corona no era solamente para Pablo, sino que Él se la dará a todos aquellos que aman Su venida; y, de cierto, ¿no amáis Su venida? Si eres un hijo de Dios, no puedes evitar regocijarte al anticipar el momento en el que el Señor Jesús va a aparecer en gloria y vendrá a tomar posesión de todo lo que es Suyo por derecho y título de propiedad. Él está rechazado ahora; Él no está en ejercicio de Sus derechos; Él es el Calumniado y el Desechado. Así lo sentimos en nosotros mismos; sufrimos con Cristo; sentimos que Él no tiene aquello que le pertenece, pero anticipamos el día en que Él va a tener todo lo que Le pertenece. En aquel día, Su gozo será el nuestro. Pablo pudo acabar su carrera con aquella satisfacción en su alma de que había guardado la fe y que había peleado la buena batalla.
En algunas ocasiones nos encontramos con jóvenes que sienten en alguna forma que han sido dotados de una manera superior. Me encontré no hace mucho con un joven que me dijo que él era algo diferente de los demás debido a que había adquirido unas dotes mentales superiores y que no se podía permitir el tomarse un camino de rechazamiento en este mundo; esto podría estar bien para alguien con dotes mediocres. Para él constituiría una pérdida — una vergüenza — el ponerse a un lado y rechazar todo este notable adelantamiento para vivir una vida humilde para Cristo. No digo que lo expresara en estas palabras, pero no puedo dejar de sentir que este era lo que llenaba su mente. No discuto sus afirmaciones acerca de sus dotes. Creo que era un joven inteligente. Es posible que esta sea la actitud de algunos aquí. Estaba pensando de lo que tenemos en 1ª Corintios 4:7 a este respecto: “Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” Jóvenes cristianos que estáis aquí esta tarde, ¿os halláis entre los favorecidos que habéis recibido algo superior en cuanto a capacidad mental o inteligencia? ¿Dónde lo conseguisteis? ¿Cuántas veces os habéis felicitado por poseerla? Pero, ¿dónde la conseguisteis? “Si lo recibiste, ¿por qué te glorías?” “¿Quién te distingue?” Es Dios quien te lo dio, y es a Él a quien tendrás que dar cuenta por poseerlo.
En el evangelio de Mateo, donde el Señor da los talentos a Sus siervos, Él da a cada hombre de acuerdo a sus varias habilidades. Él no dio lo mismo a cada uno. Cuando vino a pasar cuentas con ellos, también les tuvo esto en cuenta. Así que Él va a pasar cuenta con nosotros en base a esto mismo. Sois mayordomos de aquello que Dios os ha confiado. ¿Qué vais a hacer con ello? Podéis utilizar todo este espléndido equipo de cualidades que decís que tenéis para lograr beneficiaros, con cada éxito como escalón para el siguiente, empujando y abriéndoos paso hasta llegar a la cima. Podéis utilizar todas las cualidades que os han sido dadas con este propósito; este es el ego. Pero entonces, ¿qué pasa con que “se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”? ¿Qué pasará en aquel día cuando tengas que dar cuenta de tu mayordomía, y se te pregunte como has utilizado lo que Dios te ha dado? Uno vino al Señor y Le dijo que había guardado lo que Le había dado, escondido en la tierra. Fue repulsado por el Señor. Dios os ha dado estas cosas para que las utilicéis para Él, y en aquel día que vendrá os lo demandará de vuestra mano.
En este tercer capítulo de Filipenses vemos otra vez, en el versículo 8º, “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo.” Decís, “Esto es muy desalentador para la ambición. Tengo que tener un objetivo para mi vida — algo por lo que vivir.” De acuerdo; esto es verdad; uno tiene que tener un objetivo, pero el Apóstol Pablo había tenido un objetivo hecho añicos, arrebatado de su mano en el camino de Damasco — pero se le dio otro objetivo en su lugar. Él dejó uno para adoptar el otro. Dios nunca le pide a ninguno de los Suyos que vaya a vivir su vida sin ningún objeto. Nuestras vidas son mayormente formadas por el carácter del objeto que tenemos ante nosotros y esto nunca es más cierto que en las vidas de los cristianos. Debemos tener un objeto; Dios lo sabe, y, ¡qué objeto que nos ha dado! Un Objeto tal que este mundo no puede conocer.
Hay algunos en el mundo, creemos, que viven lo que se denomina una vida altruista. Tienen grandes propósitos morales de servir a la humanidad. No se hallan conscientes de cuanto egocentrismo se halla mezclado con ello, quizás, pero creen que se han dedicado a una vida de sacrificio y de servicio. Pero para vosotros, Dios os ha dado un Objeto en la forma de una Persona, y la Persona es el Hijo de Dios. El Apóstol podía decir, “El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí.” En su carrera por la vida se mezcló no solamente la ambición llena de propósito sino el amor y el afecto, todo ello dirigido al Objeto ante él. No era un sentido del deber; ni que el resolviera actuar así, sino que los afectos de su corazón fueron atraídos por aquel Objeto: “El Hijo de Dios, el cual me amó.”
Noten que en el 8º versículo él no dice, “Cristo Jesús, el Señor” — sino “mi Señor.” El Apóstol Pablo tenía el sentimiento en su alma de que el Señor Jesucristo era su Señor. ¿Qué es esto? Que Él tenía una autoridad absoluta sobre su vida.
Queridos jóvenes, es una bendición tener un Salvador, pero ¿os dáis cuenta de que tenéis un Señor, y que aquel que es nuestro Señor tiene el derecho de demandar todo de nosotros; no sobre la base de una obediencia legal, sino por agradecimiento de lo que Él ha hecho por nosotros? “El Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí.” ¿No tiene acaso Él el derecho a todo lo mejor que le podamos ofrecer? ¿Retendremos algo para no entregárselo? ¿No sumaremos todo lo que tenemos — lo mejor que tenemos — ambiciones y deseos, y los tomaremos todos para ponerlos a Sus pies y decir, “Mi Señor”? Tomás hizo esta confesión: “¡Señor mío, y Dios mío!” Si se lo llevamos todo a Él y lo ponemos todo en Sus manos y le decimos, “Señor Jesús, todo Te lo he entregado; Tú serás el único propósito de mi vida,” ¿creéis vosotros que una vida vivida con este sentimiento en el alma podrá constituir un fracaso? Querido joven cristiano, esto no puede ser posible; tiene que ser un éxito.
A menudo he relatado la historia de una joven en Hamilton, Ontario, paralítica y ciega. ¿Es ella un éxito? Venid con nosotros algún día a visitarla a su habitación en el hospital y, al hablar con ella del Señor Jesús, seréis testigos de la sonrisa de gozo que ilumina su rostro y la oiréis hablar con afecto acerca de Él. Su alma entera está viva al nombre del Señor Jesús. ¿Tiene éxito esta joven? ¿Constituye la vida de ella un éxito o un fracaso? Hace un tiempo que ella disfrutaba de salud, y estaba estudiando para ser enfermera; y ahora ella se halla allí tendida, una paralítica sin esperanza de curación, una inválida impotente a la merced de los cuidados de otros; pero, ¿ha puesto Dios las cosas tan difíciles en Su Palabra que sea necesario tener salud y energía para tener éxito? Esto sería cruel. No; Él lo ha dispuesto de tal manera que incluso un inválido que no puede levantar una mano ni abrir un ojo pueda tener un éxito brillante. Oímos esta expresión en el mundo: “Tuvo un brillante éxito.” Creo que al mirar hacia esta pobre joven, confinada para el resto de sus días (ha estado ahora allí durante diez años ya), Dios puede verdaderamente decir, “Un brillante éxito.” Solamente cito esto para mostrar como Él ve las cosas. Si creemos la Palabra de Dios, tenemos que creer que todas las cosas están dirigiéndose hacia un mismo punto: El juicio espera más adelante. Este mundo ha sido juzgado en la cruz de Cristo; y que escenario más miserable en el que exponer el propio egoísmo — el lugar en el que el bendito Hijo de Dios fue desechado y rechazado y donde Su nombre es injuriado hasta el día de hoy. ¿Qué lugar recibe Él en los asuntos de este mundo — sus disposiciones y sus sistemas? Jóvenes, vosotros sabéis que Jesucristo no tiene en esto ningún lugar. Si tenéis ambición de hacer aquí famoso vuestro nombre, ¡qué ambición más hueca! ¿Es éste el lugar en el que depositar con cariño las ambiciones — o siquiera permitirlas en vuestro corazón? Que podamos decir con verdadera energía del alma: “Me siento satisfecho de contar todo esto como pérdida para Cristo — contarlo como desperdicio — para poder ‘ganar a Cristo, y ser hallado en Él, no teniendo mi [propia] justicia . . . sino . . . la justicia que es de Dios por la fe.’ ”
Pablo habla así en el 10º versículo: “A fin de conocerle, y el poder de Su resurrección, y la participación de Sus padecimientos.” ¡Cómo el mundo adora el poderío en estos días! Aquí está el gran poder de Dios que resucitó a Cristo de los muertos. Este es un poder que tenéis para compartirlo. Cristo ya no está más en la tumba; Él no está ya más en humillación, sino que está resucitado, por el gran poder de Dios, de la tumba y todas las cosas son hechas nuevas — un nuevo comienzo. Dios empezó todo de nuevo cuando resucitó a Cristo de los muertos. Allí es donde tú y yo hemos de empezar: con la resurrección de Cristo de los muertos. ¿Qué es lo que ello significa para los viejos deseos y ambiciones? Ponlos en el lugar de la muerte. “Llegando a ser semejante a Él en Su muerte.”
“O pompa y gloria mundanales,
En vano exponéis vuestros encantos.”
¿Hemos despedido a todos aquellos deseos y ambiciones mundanas, las hemos puesto en el lugar de la muerte? Tenemos vida asociados con Cristo en resurrección y somos ahora participantes en Sus sufrimientos. En aquel día venidero, vamos a ser participantes de Su gloria. ¡Si tan solamente pudiéramos tener nuestros ojos abiertos y ver todo lo que podría ser nuestro si echáramos nuestra suerte con Él! Moisés lo hizo así. Él miró hacia adelante y eligió “antes ser maltratado con el pueblo de Dios . . . porque tenía puesta la mirada en el galardón.” Él estaba mirando hacia adelante al día de las recompensas al final de la carrera. No fue un perdedor. Y allí lo encontramos, en el monte compartiendo la gloria de Cristo.
Desearía expresar esto de tal manera que cautivara los corazones de nuestros jóvenes. Algunos de ellos se están deslizando hacia el mundo; otros están siendo arrastrados por la corriente, creyendo que podrían estar en este mundo, y diciendo, “¿Podría permitirme vivir una vida escondida? ¿Puedo permitirme el lujo de establecerme y no ser nadie en este mundo?” Triste es decirlo, hay los que han tomado la decisión errónea; le han dado la espalda a Cristo como Objeto de ellos y han rehusado conformarse a Cristo en Su muerte. Es triste; está sucediendo ahora.
Me pregunto si hay alguno aquí que tiene esto bajo consideración. Queridos jóvenes, si tenéis a Cristo como vuestro Objeto nunca, nunca os veréis traicionados. Nunca ha habido desengaño al final de una vida que haya tenido a Cristo como su Objeto, pero si tenéis algo menos que Cristo, de cierto que os veréis desengañados tarde o temprano.
Vamos de nuevo a leer el pasaje que antes hemos mencionado de Josué para terminar:
“No se aparte de tu boca este Libro de la Ley; antes medita en ella de día y de noche, para que cuides de obrar de acuerdo con todo aquello que está en él escrito: porque entonces harás próspero tu camino, y entonces tendrás buen éxito” (Jos. 1:8, V.M.).
Si deseáis una receta para llegar al éxito, aquí la tenéis. Para vosotros, el Libro de la Ley es la Palabra de Dios, y la promesa es tan cierta en la actualidad como cuando fue hecha a Josué, debido a que todo ha sido hecho más seguro ahora. Tenemos la revelación de Dios en Cristo, y todas las seguridades de que si ponemos a Cristo en primer lugar, tendremos un camino próspero y un buen éxito. Así que no imaginéis ni por un momento que una vida por Cristo puede significar el fracaso. No puede significar fracaso. Vivir para este mundo tiene que significar fracaso al final, a la vista de aquel día. Quisiera apremiaros a vosotros, jóvenes, que por la gracia de Dios os aferréis a Cristo como vuestro Objeto; haced de este Libro, la Palabra de Dios, la base sobre la que vivís y tenéis vuestro ser, y tendréis un buen éxito.