El Cristiano y Como Atender a sus Medios de Vida

Table of Contents

1. El cristiano y cómo atender a sus medios de vida

El cristiano y cómo atender a sus medios de vida

Incuestionablemente muchos de los cristianos son llamados por Dios a pasar por este mundo ganando su pan para sí mismo y su familia. Esto es encomiable y es como debe ser. Pocos de nosotros podemos soportarnos sin la necesidad de trabajar teniendo los medios necesarios. Mas no hay ninguna razón porqué nuestro bendito Señor no pueda ser servido con todo nuestro corazón, ni tampoco impida que rindamos un verdadero, enérgico y amoroso servicio a Su Nombre mientras nuestras manos estén ocupadas en proveer lo poco que es necesario aquí en este mundo.
Es muy posible que la gracia de Dios puede llamar a Su servicio a personas que estén trabajando activamente comprometidas con aquello que es altamente estimado entre los hombres. Reconocemos, por supuesto, a hombres así llamados por Dios mientras comenzaban o ya permanecían en aquella ocupación en la cual se aprecian los valores del corazón natural humano. Bajo tales circunstancias se ha notado la demostración de una gran sencillez. No quiero decir que sea incorrecto tener aquello que los hombres llaman profesión. Mas sí, yo estoy usando las glorias celestiales de Cristo para juzgar el espíritu en el cual es ordenado todo lo que está en el mundo; debo advertir y llamar la atención contra la vanagloria del hombre en estas cosas—ya sea el deseo de tener prestigio terrenal, o el de valorizar demasiado los bienes para sí y la familia—en esto nuestros pensamientos y sentimientos serían conducidos por lo que el mundo opina de aquellas cosas.
Así como en Juan 2:4 Cristo dijo que Su hora todavía no había venido, tampoco ha llegado la nuestra (1ª Cor. 4:8). Si nosotros somos de Él, no tenemos que inmiscuirnos con cualquier cosa de la gloria de este mundo, aún si tratara del fragmento más bello. Esto sería solamente un motivo de deshonra para un hijo de Dios. Poco importa cuán grande sea el premio del mundo, ¿por qué hemos de ambicionarlo? ¿No son nuestras todas las cosas? (1ª Co. 3:21-23). ¿No hemos de juzgar al mundo y aún a los ángeles? (1ª Co. 6:2-3).
No me extiendo mucho en el hecho de que a menudo estos objetos del presente llevan su propia marca de insignificancia e inutilidad y aún los sabios de este mundo confiesan que el único provecho que tienen consiste en el deleite en obtenerlos y no en poseerlos. ¿Quién no sabe que para algunos el obtener la ansiada "cinta azul" o el "premio al mérito", el "diploma" es la más grande recompensa que ambicionó en toda su vida? ¡Estos, sin embargo, son considerados hombres sensatos! Más, ¿qué cosas no harían o padecerían los más ricos y los más nobles para obtener tal momentánea frivolidad?
Permítaseme, entonces, dar énfasis al cristiano genuino que debe cuidarse del mundo y mirar a Cristo en gloria en cualquier actividad que emprenda, ya sea para sí mismo o para sus hijos. No quiero decir que todos los cristianos deben buscar un solo nivel de ocupación, o que es algo de fe que uno abandone aquellas circunstancias en que fue llamado—si en eso puede ocuparse con Dios—y abandonándolo busque una actividad para la cual él no es idóneo. Esto no es de fe, es una tontería. Pero dando la justa proporción a todo esto me permita insistir que, si hay que ocuparse en algo, o hacer una obra, no importa cualquiera que ella sea, siempre que sea honesta, ya sea confeccionar zapatos, o redactar un escrito; debe haber sólo un motivo de hacerlo—hacerlo todo por el Señor. Si tenemos la certeza de que estamos haciendo Su voluntad, podemos desempeñar cualquier trabajo con una buena conciencia y un corazón alegre. Lo desastroso para el creyente en Cristo es olvidarse que estamos aquí en el mundo para hacer Su voluntad y para testificar del Señor que fue rechazado acá, pero glorificado en el cielo.
¿Cuáles son los más grandes deseos del mundo? Avanzar y avanzar, hacer hazañas grandiosas; y lo que se hace hoy día sea un paso para algo mayor de mañana. Esto niega la verdadera posición del cristiano en el mundo y si fuera el caso de un cristiano así probaría que el deseo de su corazón está llevado por la corriente del mundo. Es natural para el hombre desear algo sumamente fácil y lo más grande de la tierra; pero, amados, ¿estará eso de acuerdo a nuestra fidelidad de corazón a Cristo? Esta es realmente la cuestión: ¿doy yo más importancia o prefiero al primer Adán, o al Segundo Adán, Cristo? (1ª Co. 15:45, 48).
Si me he entregado de corazón al Segundo hombre, ¿no debo probarlo con mis hechos cada día? ¿O es que debemos honrar al Señor sólo los domingos? Seguramente que esto no sería fidelidad a nuestro Señor. ¿Ha sido Ud. llamado por la gracia de Dios a recibir a Su Hijo revelado estando en un puesto que el mundo considera humilde o sin honra? Continúe en el mismo sitio. ¿Qué más admirable oportunidad para la fe—la cual se examina por las cosas en relación con Cristo en gloria—para que Ud. permanezca en su profesión u oficio, pero con Dios? No le pido que siga Ud. a uno o a otro hombre, sino que, escudriñando la Palabra de Dios, pueda decir hasta qué punto Ud. puede honrar con su trabajo o su profesión a Cristo glorificado tal cual es Él. Porque, ¿no somos nosotros cartas de Dios conocidas y leídas por todos los hombres? (2ª Co. 3:2). ¿No es así que ríos de agua viva de Dios fluirán de nosotros?
Créame, no hay nada de Cristo en aferrarse en lo que uno posee, o en defender nuestros derechos o dignidad, aun cuando sean reconocidos como causa digna a los ojos del mundo que en esta época se opone a toda negación de la libertad y que clama por los derechos humanos, pero menosprecia la autoridad.
Muy poco de Cristo hay en aquel hombre humilde que está procurando ansiosamente aprovechar de las oportunidades urgiendo adelantar sin vacilaciones su camino conforme su estima de los valores de este mundo. Ya sea persona de alta o baja posición, hablando en términos humanos, ambos tienen la igual manera de demostrar lo que piensan de Cristo. Cualesquiera que sean las aflicciones que pueden haber, ello no es sino una pequeña ofrenda en demostración de lo que significa Cristo ante nuestros ojos.
Para nuestra guía no hay otro criterio que la Palabra de Dios. Nuestra sabiduría humana aparte de la Palabra es vana y tonta; la cuestión es inquirir cuál sea la voluntad del Señor. Todo depende de ella. No escogemos nuestras circunstancias para servir al Señor, más dichosamente aceptamos lo que Él nos da y así demostramos diariamente en esto que Su voluntad referente a nuestras vidas es infinitamente mejor. De las circunstancias en las cuales puedo glorificar mejor Su Nombre Él es el único Juez todo sabio y perfecto. Reconociendo que esto que el mundo aborrece, pero a Él agrada, es mejor para nosotros, debemos entonces hacer la voluntad del Señor y glorificar Su nombre.
Nuestro crucificado Salvador, ahora en gloria, es la clave para vencer al mundo y todo lo que hay en él (1ª Juan 5:4-5). Tomemos un ejemplo, el de un zapatero. ¿Es su objetivo ser el mejor zapatero de la capital? O el ejemplo de un médico, ¿debe anhelar la más grande clientela que todos, aun por medios vedados? ¿Hay algo de Cristo en estas ambiciones desmedidas? ¿Es esto reconocer practica-mente que pertenecemos al glorificado Señor Jesús? ¿Verdaderamente estamos elevando el trabajo hacia Él y haciéndolo por Él? Nuestros corazones saben bien que si el Señor nos dio algo por hacer, que sea para Él, entonces nuestro amor se manifestará en hacerlo de la mejor manera. Lejos sea el pensamiento que cristianos deben contar como virtud hacer el trabajo de mala gana, con flojera o negligentemente, y en esta forma descargarse de sus obligaciones.
Desde el punto de vista de la fe el asunto es que cualquier cosa que se haga, desde lo mínimo a lo grandioso, todo lo debemos hacer para Él y por Él (Col. 3:22, 24). En esa forma testificamos en nuestro discurrir diario que no estamos viviendo para nuestra propia satisfacción, o la del mundo, sino por Aquel que murió y resucitó (2ª Co. 5:15). El Espíritu Santo nos dará suficiente poder en todo. Qué dulce testimonio el pensar que a cambio de las cosas perdurables que pertenecen a este mundo haya un testimonio que nunca ha de pasar. Somos peregrinos atravesando un suelo extranjero; nuestro hogar es con Cristo, pero por ahora estamos aquí donde el Señor nos llamó y nos colocó. Aquí permaneceremos tanto tiempo cuanto nos pida trabajar por Él (Flp. 1:24-26). Al mandato de Jehová partimos, y al mandato de Él quedamos (Núm. 9:18-23). Así es que estamos a Su entera disposición.
Ahora estamos en el desierto, y entretanto, en vez de contar con una peña fluyendo agua (Ex. 17:5-7; Is. 48:21), nosotros tenemos dentro la fuente que mana aguas vivas (Juan 4:14). Esto es, el gozo de Jesús reproduciéndose aquí abajo—es el poder del Espíritu de Dios dando ahora al corazón el poder de deleitarse con Él arriba.
Con este gozo abundando en nosotros, sabiendo que Le pertenecemos, todas las glorias de este mundo son como basura, las estimamos solamente como oropeles de ilusión con los que el diablo está entreteniendo a este mundo perdido y condenado.
Queridos lectores, os pregunto: ¿Hasta qué punto estamos buscando esto, y sólo esto? La misma cosa me pregunto a mí mismo. Yo deseo la gracia de Dios para que ninguna parte de la verdad que a Él mismo plació revelarnos pueda ser degenerada a palabras de escaso entendimiento. Nadie, como nosotros debemos preservarnos más de este peligro. La misericordia de Dios ha despertado a Su pueblo, los ha llamado, los ha reconfirmado a la verdad, y mucho más—a "la fe que ha sido dada una vez a los santos" (Judas 3). Es una inmensa bendición, pero esta bendición conlleva responsabilidad y peligro. ¿Quiénes están más expuestos a perderla y volverse en acérrimos enemigos? Aquellos que habiendo conocido la verdad cesen de vivirla y de amarla. ¿Cómo podemos vivir en ella si Cristo no es el objeto singular de nuestras almas? Al substituirlo a Él con cualquier comodidad, pasatiempo o ansia de renombre, estamos manchando el testimonio desde su principio. Solamente el Señor conoce en qué puede terminar tal inconstancia, a menos que la misma gracia de Dios que nos salvó cuando estábamos lejos de Él, intervenga nuevamente para librarnos de los resultados de nuestra infidelidad e ingratitud.
Nuestro bendito Dios Padre que tiene todo Su deleite en Cristo espera que nosotros enaltezcamos a su Hijo, y Él da al mismo tiempo suficiente provisión de responsabilidad para verificar cuál sea la causa de incredulidad en nosotros Pero, Él puede—como efectivamente lo hace—restaurarnos. Que confiemos más en Su gracia para conservarnos libres de caída tanto como para restaurarnos. Que discernamos Su mente sobre cosas y personas, y juzguemos severamente todo lo que menosprecie Su Palabra y niegue la gloria del Señor Jesucristo.
¡Quiera el Señor hacernos y mantenernos más humildes! Quiera Él darnos mirado más y más a Él mismo en gloria para que juzguemos todo lo de este mundo como esperando la hora de juicio que viene. Nuestro gozo consiste en glorificar a Cristo por el Espíritu Santo que nos es dado. El mismo Jesús glorificado que conocemos ya envió Su Espíritu Santo para que participemos de Su gloria. Que con nuestro trabajo, nuestras ocupaciones o nuestra profesión seamos vasos testificando de ÉL; necesitando, si fuese obligatorio, ser quebrantados para que las aguas fluyan a raudales, o por lo menos que seamos canales por las cuales puedan pasar las corrientes de agua viva, para la alabanza de Su gracia y Su gloria. (Ef. 1:6).
W. KELLY
VERDADES BILICAS
Apartado 1469 Casilla 1158
Lima 100, Perú Santa Cruz, Bolivia
P.O, Box 649
Addison, Illinois 60101 EE. UU.