Dios tiene muchos tesoros de Su amor y de Su consejo que quiere compartir con los suyos. En el libro de Efesios nos revela los planes que tuvo desde antes de la fundación del mundo para la gloria de Cristo y la Iglesia que está ligada íntimamente a Él. Los santos del Antiguo Testamento no entendieron que Cristo iba a morir en la cruz en vez de reinar cuando vino por primera vez, aunque les fue revelado en las Escrituras. Pero que iba a resucitar de entre los muertos, ascender al cielo y como Hombre glorificado mandar Su Espíritu para que more dentro de cada creyente en realidad fue una sorpresa, algo completamente nuevo para ellos. Esto fue un misterio escondido de antemano, pues sus planes eternos para nuestra época eran un solo cuerpo compuesto por judíos y gentiles: Su pueblo celestial. El gran deseo de la oración inspirada por el Espíritu en Efesios 3:14-21, es que comprendamos en nuestro espíritu este misterio ya revelado de nuestra posición en los cielos con Cristo glorificado.
Dios enfatiza la importancia que para Él tiene que comprendamos el misterio cuando menciona cada persona de la Trinidad en estos versículos. Así, en el verso 14 leemos: “Doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo”. El Padre es la fuente de nuestra bendición y conforme al propósito eterno planificó nuestra parte en la gloria de Su Hijo. Aquí se Le presenta como Padre de cada familia, es decir, cada distinto grupo de Su universo: “de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:15). En una forma especial es Padre para cada creyente; pero también es Padre para los santos del Antiguo Testamento y de quienes vivirán en la tierra durante el milenio y como Creador de los ángeles. En cada área vamos a ver la gloria de Cristo manifestada según los propósitos de Dios el Padre; lo cual nos hace maravillarnos mientras la contemplamos.
La batalla de Satanás contra nuestra comprensión es tan fuerte que necesitamos “ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu” (Efesios 3:16). El hombre interior es nuestra parte espiritual y necesita el poder del Espíritu Santo para agarrarse del misterio y no soltarlo; pues jamás lograremos guardarlo en la carne contra los ataques del enemigo que quiere que tengamos en poco lo que es tan precioso para Dios. Cristo debe ocupar el centro y cetro de nuestros corazones: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones” (Efesios 3:17). El objeto de nuestra fe es Él; pero también Quien nos llena en forma práctica mientras contemplamos Sus glorias.
“Seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura” (Efesios 3:18). Del misterio comprendemos que Sus planes incluían a toda clase de personas, “la anchura”; se extiende hasta la eternidad, “la longitud”; nos alcanzó en nuestra necesidad, “la profundidad”; y nos levantó hasta los cielos donde mora Cristo, “la altura”. Al contemplar esto nos acercamos a Dios y sumergimos profundamente en Su amor: “Y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:19). Jamás llegaremos al fondo del amor de Cristo porque “excede a todo conocimiento”. Además, “Dios es amor” y aunque podamos tener cuanto queramos de este amor, aun así no lo comprenderemos por completo. Hay siete deseos en esta oración que termina así: “A Él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades” (Efesios 3:21). ¿Puedes hallar los otros?