Confirmados En La Verdad Presente

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1. "Confirmados En La Verdad Presente"

"Confirmados En La Verdad Presente"

Prefacio
El objeto de estos bosquejos es hacernos recordar de las verdades bíblicas que están cada vez más olvidados.
No son ideas originales del autor. Es la verdad que por muchos años ha sido aceptada y ha sido de mucha bendición entre los amados hermanos cristianos.
El escritor le sugiere que se guarde una copia de este librito como referencia de estos temas cuando estén en la meditación del lector.
Si tratara de beneficiar a otras personas, no tenga reparos en solicitar copias adicionales.
Nuestro ferviente deseo es que contendamos “eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.”
Encomendamos el librito a Dios para que Él sea glorificado. A Su Nombre sea la alabanza.
H. E. Hayhoe
Introducción: La Palabra De Dios
“Toda escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra” (2a Tim. 3:16).
Por ella somos renacidos (1a Ped. 1:23).
Por ella nuestras almas son alimentadas y por ella crecemos (1a Ped. 2:2).
Es la norma por la cual todas las enseñanzas deben de ser juzgadas. “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8:20). “Por esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error” (1a Jn. 4:6).
Si hay algo en esta serie de artículos que no está de acuerdo con la mente de Dios tal como es revelada en Su Palabra, rechácelo cuanto antes.
“Tu palabra es verdad”—Juan 17:17.
El Pecado—¿Que Es?
El pecado es desorden, o licencia. Este es el verdadero sentido de la Juan 3:4. (Entre Adán y Moisés no hubo ley impuesta, por consiguiente no había “transgresión,” pero sí hubo mucho pecado). Es hacer su propia voluntad.
La debida actitud del hombre es sujetarse a la voluntad de Dios; por lo tanto el pecado es el acto de una voluntad independiente.
“Todo lo que no es de fe, es pecado” (Romanos 14:23). Quiere decir, la fe nos conduce a la presencia de Dios y andamos conscientemente ante Él.
“El pensamiento del necio es pecado” (Prov. 24:9). Es decir, nuestros pensamientos expresan lo que somos por naturaleza. “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos” (Mar. 7:21).
“Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Esto es un resumen de todo lo que el apóstol había dicho antes. Es por la misma naturaleza caída que el pecado es manifestado, y por esto se dice, “están destituidos de la gloria de Dios.”
“El pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno, y no lo hace” (Stgo. 4:17). Hacer lo bueno es el principio activo de la obediencia en el “nuevo hombre.” No obedecer es dar lugar al “viejo hombre” (Efe. 4:22-24).
La Palabra de Dios habla del “pecado” como la naturaleza que heredamos como hijos de Adán (véase Sal. 51:5) . . . . En Romanos, capítulos 6 al 8:2 tenemos el rescate de Su poder por medio del “Espíritu de vida en Cristo Jesús” por la fe.
El Perdón
La verdad acerca del perdón eterno del pecado no fue revelado antes de la venida de Cristo. Por lo común, el perdón mencionado en el Antiguo Testamento era gubernativo; es decir, tuvo que ver con esta vida no con la eternidad.
La enseñanza comprensiva de la Epístola a los Hebreos tiene por meta introducir a los creyentes a la bienaventuranza del capítulo 10, v. 4:
“Porque con UNA SOLA OFRENDA hizo perfectos para siempre a los santificados.”
Esta es la bienaventuranza presente de la cristiandad: “no hay más ofrenda por el pecado” (Heb. 10:18).
Esta es la posición actual de cada creyente delante de Dios. Pedro la predicó: “ . . . todos los que en Él creyeren, recibirán perdón de pecados por Su nombre” (Hechos 10:43); Pablo también: “ . . . por éste os es anunciada remisión de pecados; y de todo lo que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en éste es justificado todo aquel que creyere” (Hechos 10:38-39), y aun añadiendo el hecho bendito de la justificación. Luego la obra de Dios en gracia soberana para con aquellos que creen las buenas nuevas está resumida en Romanos 8:1: “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”.
¡Quiera Dios que ninguna enseñanza falsa jamás eche a perder el fruto bendito, precioso y glorioso que es el resultado de la obra redentora del Hijo de Dios en la cruz!
¡Regocijémonos en ella y a Él alabémosle ahora y para siempre!
La Paz
“Justificados pues por la fe, TENEMOS paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1).
El último versículo del capítulo 4 nos demuestra que esta fe descansa en lo que Dios ha hecho al entregar a Cristo por nuestros delitos y resucitarle para nuestra justificación.
Efesios 2:14 nos dice que “Él es nuestra paz.”
Colosenses 1:20 declara que Él ha hecho la paz pacificando “por la sangre de Su cruz.”
Esta paz es el fruto de creer de corazón que Dios ha provisto en Cristo una expiación perfecta en Su sangre por el pecado. La obra fue consumada en la cruz y Su resurrección es el testimonio de la aceptación por Dios de la obra que Su propio Hijo ha llevado a cabo.
El Nuevo Nacimiento
Ser “nacido de nuevo” realmente quiere decir ser “nacido de Dios” (1a Jn. 5:1). Participamos de la vida y de la naturaleza de Aquel que nos hizo nacer por Su palabra.
No es una nueva entronización de la naturaleza espiritual del hombre; tampoco es la naturaleza vieja mejorada o regida por una nueva vida.
Juan 1:12 declara que llegamos a ser los hijos de Dios cuando creemos en Su nombre.
Con Dios por su objeto, la nueva vida se manifiesta. Anda en la luz, es decir, tiene el conocimiento de Dios y revelado en el Hijo (1a Juan 1:7).
Su fruto es la obediencia y la justicia (1a Jn. 2:3-5 y 2:29); además los afectos divinos tienen a Dios por su objeto, y el amor para con todos los hijos de Dios como su carácter (1a Jn. 3:14).
Cuando la nueva vida se manifiesta, el mundo no nos conoce, por cuanto los hijos de Dios viven con deseos enteramente nuevos—objetos nuevos—placeres nuevos. “Nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo” (1a Jn. 3:1-3; Rom. 5:11).
¡Ojalá que esta vida nueva sea desplegada en todos Sus hijos para gloria de Dios!
La Expiación
La palabra “expiación” en el hebreo literalmente significa “cubrir”, y se refiere al ocultar la culpabilidad de la vista de Dios.
La expiación, entonces, se refiere a la cruz donde la paga completa por el pecado fue hecha por la obra sacrificatoria y redentora de Cristo.
La santidad de la naturaleza de Dios reclamó el juicio del pecado. El amor de Dios proveyó el sacrificio.
Todas las santas exigencias de Dios como “luz” fueron satisfechas en la cruz, de modo que Dios puede mostrarse en la plenitud de Su gracia; por lo tanto las riquezas de Su gracia son hechas notorias ahora en la bendición presente de todo aquel que haya creído el evangelio.
Esta plenitud de bendición es dada a saber o conocer por el Espíritu mediante los apóstoles en las epístolas neotestamentarias. Es Cristo hablando del cielo (comp. Heb. 12:25).
El conocimiento de todo ello es por fe en la Palabra de Dios. El disfrutar de estas bendiciones es el resultado de andar en el camino de la obediencia a la Palabra; y así el Espíritu Santo sin estorbo puede llenar nuestros corazones con el amor precioso de Cristo, y nuestras mentes con el fruto de Su obra expiatoria que ha glorificado a Dios al quitar nuestros pecados.
La Sustitución
En la Palabra de Dios la sustitución se relaciona con los convertidos o sea los que forman la familia de fe, jamás con los inconversos.
La propiciación es para todo el mundo (1a Juan 2:2). Es decir, Cristo ha cumplido con los reclamos de la naturaleza santa de Dios y ha llevado el juicio total del pecado en la cruz, de manera que Dios puede en justicia perdonar a cualquier pobre pecador que acepte el mensaje de Su gracia.
Pero la Palabra de Dios nunca dice que Cristo llevó los pecados de todo el mundo.
La Escritura dice, “habiendo Él llevado el pecado de muchos” (Isa. 53:12); y este pasaje es confirmado por Hebreos 9:28.
Pedro dice (hablando a los creyentes): “el cual mismo llevó NUESTROS PECADOS en Su cuerpo sobre el madero” (1a Pedro 2:24). Él fue nuestro sustituto.
¡Cuán bendita la verdad divina que todo creyente, delante de Dios, es judicialmente PERDONADO! “Nunca más me acordaré de sus pecados e iniquidades” (Heb. 10:17). “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os son perdonados por Su nombre” (1a Juan 2:12).
¡Alabémosle por Su gracia infinita!
Propiciación
La propiciación significa el sacrificio que se cumple con los reclamos de la naturaleza santa de Dios, con respecto a los pecados.
“Cristo Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en Su sangre” (Rom. 3:24-25). En este pasaje se presenta a Cristo como Aquel que ha hecho la propiciación perfecta con Su propia sangre. Por la fe obtenemos el beneficio.
“Al cual Dios ha propuesto” habla del magnífico hecho de que era el corazón de Dios el que en pura gracia proveyó el sacrificio, el de Su propio Hijo amado.
Cristo “es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1a Jn. 2:2). Este pasaje nos dice que la obra de la propiciación es para todo el mundo, a fin de que cualquiera de la raza de Adán pudiera venir a Cristo y ser salvo.
Dios no fue revelado como el “Dios Salvador” para todo el mundo hasta que vino Cristo e hizo la propiciación por el pecado. ¡Glorifiquémosle por Su misericordia y cantemos a Su Nombre! (Rom. 15:9-10).
La Justificación
El justificar [en el plan divino] es declarar a una persona justa; queda como si nunca hubiera cometido un solo pecado.
En la cristiandad la justificación trae al creyente a una posición nueva delante de Dios.
El creyente justificado está “en Cristo” delante de Dios. “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2a Cor. 5:17).
La gracia es su cauce: “siendo justificados gratuitamente por Su gracia” (Rom. 3:24).
La fe es su medio: “concluimos ser el hombre justificado por fe” (Rom. 3:28).
La sangre es su base: “justificados en Su sangre” (Rom. 5:9).
La “justificación de vida” (Rom. 5:18) es nuestra posición ante Dios en Cristo quien es nuestra vida: “Cristo, vuestra vida” (Col. 3:4).
¡Maravillosa gracia! ¡Qué alabanza debe resonar cuando nos vemos a nosotros mismos “en Cristo” delante de Dios, y nos damos cuenta que la voluntad y el corazón de Dios nos pusieron allí!
La Redención
La redención significa que somos rescatados por precio, de nuestra condición de esclavitud, y puestos en libertad.
El verdadero conocimiento de la redención nos hace disfrutar de paz perfecta, en dependencia constante del Redentor.
Israel fue redimido de Egipto cuando cruzó el Mar Bermejo; luego cantó. Asimismo nosotros “nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo” (Rom. 5:11).
Esperamos la redención de nuestros cuerpos (Rom. 8:23). Esta se realizará cuando el Señor venga por nosotros y sobrevista a los muertos y a los vivos con cuerpos glorificados (1a Cor. 15:51-54; Fil. 3:21).
Así es que esperamos “la redención de la posesión adquirida” [todo cuanto Cristo habrá adquirido por medio de Su magna obra redentora]—Efesios 1:14. cuando la nueva creación gozará de la bienaventuranza del rescate (Rom. 8:19-22).
Los incrédulos no serán redimidos, pero tendrán que arrodillarse y confesar a Cristo como Señor antes de ser echados en las tinieblas de afuera (Isa. 45:23; Rom. 14:11; Fil. 2:10; Mat. 22:13).
La Santificación
La santificación precede a la justificación. (léase la Cor. 6:11).
Una persona o un vaso santificado es APARTADO PARA DIOS de una manera absoluta y perfecta: “en la cual voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Heb. 10:10).
Esta es siempre nuestra posición delante de Dios como el fruto de la obra de Cristo en la cruz. Esta es “santificación en cuanto a la posición” y nunca cambia.
“Santificad al Señor Dios en vuestros corazones” (1a Ped. 3:15). Esto quiere decir tenerlo a Él ante nosotros, excluyendo a todo lo demás, de manera que Le reconocemos por todo lo que Él es y ha sido manifestado a nosotros. “A Jehová de los ejércitos, a Él santificad: sea Él vuestro temor, y Él sea vuestro miedo” (Isa. 8:13).
Todo creyente tiene “santificación de posición.”
La Santificación Progresiva
Primera de Tesalonicenses 5:23 da expresión a ella:
“El Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sea guardado entero sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
En Hebreos 12:14 también dice: “seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.”
No seguimos la santidad para obtenerla [pues ya la tenemos], sino porque tenemos al “nuevo hombre que es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad” (Efe. 4:24).
Es el carácter de la nueva vida, el que se nos exhorta a desplegar.
Cristo en la gloria es la medida y el carácter de ella.
Es por la fe, pues tiene a Jesús como objeto. El poder para andar en santidad nos lo da el Espíritu Santo.
Disfrutaremos de la posición de ser “santificados en Cristo Jesús” (1a Cor. 1:2) en la medida que andemos en la verdad.
¡Quiera el precioso amor de Cristo constreñir nuestros corazones a andar en el camino de obediencia a Su Palabra y en un apartamiento santo de “toda especie de mal” (1a Tes. 5:22).
El Perdón Gubernamental
El perdón gubernamental divino significa el perdón que Dios otorga en sus tratos con sus hijos. Tiene que ver con esta vida.
Cuando un creyente peca, pierde su comunión íntima como un hijo para con el Padre, pero no pierde su parentesco como un hijo de Dios.
El tema de la primera epístola de Juan es la comunión; por lo tanto el apóstol dice: “Si confesamos nuestros pecados (no dice: “si pedimos perdón”), Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad” (1a Jn. 1:9).
Este es el perdón gubernamental. Se refiere a él en Mateo 6:14-15 y en el Mateo 18:35. La oración que el Señor enseñó a sus discípulos es del mismo tenor: “Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben” (Luc. 11:4. Véase también Stgo. 5:15).
El “pecado de muerte” (1a Jn. 5:16-17) es el cometido por un creyente que ha deshonrado tanto al Señor por medio del pecado, que es quitado del mundo por el gobierno de Dios, aunque su alma no queda perdida.
Primera de Corintios 11:30 es otro pasaje que se refiere al gobierno divino. Algunos estaban enfermos y algunos durmieron (q.d., fueron quitados por la muerte), porque “partían el pan” indignamente y andaban desordenadamente con pecado no juzgado en sus vidas.
¡Ojalá que andemos cuidadosamente y con oración, con corazones ejercitados para agradar a Dios quien ha hecho grandes cosas para nosotros!
Una Vida Sin Pecado
Primera de Juan 1:8 declara: “Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros.”
Santiago 3:2 afirma: “Porque todos ofendemos en muchas cosas.”
Romanos 6:12 exhorta: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, para que le obedezcáis en sus concupiscencias.”
Segunda de Corintios 4:10-11, exhorta y declara: “Llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por Jesús, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal.”
Estos versículos dirigidos a los creyentes demuestran que la vieja naturaleza todavía está en nosotros. Es preciso, entonces, que velemos continuamente en la oración (véase 1a Ped. 4:7).
Colosenses 3:3 declara: “Muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.” Romanos 6:6 afirma que morimos en la muerte de Cristo: “nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que no sirvamos más al pecado.”
Romanos 6:11 nos exhorta así: “Pensad que de cierto estáis muertos al pecado, mas vivos a Dios en Cristo Jesús Señor nuestro.” De esta manera hemos de comenzar nuestra vida cristiana; luego Segunda de Corintios 4:10 (citada arriba) nos exhorta a llevar a cabo esta verdad en la vida cotidiana.
Finalmente, Segunda de Corintios 3:18 nos explica la manera de ganar la victoria por medio de ocuparnos con Cristo.
La Santidad
La santidad consiste en el aborrecer el mal y deleitarse en el bien.
Tenemos tres clases de naturaleza humana en las Escrituras:
La inocente—antes de que el hombre Adán cayese en el pecado.
La caída—la condición presente del hombre.
La santa—la verdadera naturaleza de Dios.
La santidad no es meramente la separación del mal, sino es la naturaleza divina en el creyente que aborrece el mal—porque son “nacidos de Dios” (1a Jn. 5:1). Pedro habla de “los domésticos [la familia] de la fe” cual “participantes de la naturaleza divina, habiendo huído de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia” (2a Ped. 1:4), pues ellos poseen una naturaleza que tiene a Dios por su objeto, y viven como los llamados “a su gloria eterna por Jesucristo” (1a Ped. 5:10).
Pablo nos dice en Efesios 4:24 que “el nuevo hombre . . . es criado conforme a Dios en justicia y en santidad de verdad.”
Todas las exhortaciones en la Palabra de Dios nos son dadas con la mira de que nuestras vidas correspondan con lo que nos ha sido dado en Cristo, no con algo que pudiéramos ganar por medio de nuestros propios esfuerzos.
¡Quiera el Señor que alimentemos esta nueva vida que hemos recibido de Dios, a fin de que la santidad práctica caracterice nuestras vidas para alabanza de Él!
“Hermanos santos, participantes de la vocación celestial” (Heb. 3:1). “Sed santos, porque Yo soy santo” (1a Ped. 1:16).
La Reconciliación
La Escritura nunca habla de la reconciliación de parte de Dios. Es el hombre que precisa de la reconciliación.
Con respecto al HOMBRE, la reconciliación significa un cambio de disposición de parte del hombre hacia Dios. Antes de su arrepentimiento y deseo de reconciliarse con Dios era un enemigo de Él. “Reconciliaos con Dios” (2a Cor. 5:20).
Con respecto a la NUEVA CREACION, la reconciliación trata de un estado de cosas transformado conforme a Dios según Su propia naturaleza santa. “Por Él reconciliar todas las cosas a sí, pacificando por la sangre de Su cruz” (Col. 1:20).
Así que la reconciliación está relacionada con la muerte de Cristo. Como consecuencia de ella se predica ahora las buenas nuevas de que “al que no conoció pecado, Dios hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2a Cor. 5:21), a fin de que aquellos que crean fuesen reconciliados.
Segunda de Corintios 5:19 nos dice que “ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados”; pero el hombre ha rehusado reconciliarse: ha rechazado al Hijo de Dios enviado en el espíritu de gracia.
“Los que están debajo de la tierra” (los seres infernales) nunca se reconciliarán (Fil. 2:10).
La Justicia
La justicia de Dios es el despliegue de la naturaleza de Dios en todos Sus actos.
Nosotros, los creyentes, somos “hechos justicia de Dios” en Cristo (2a Cor. 5:21).
EL, CRISTO, es nuestra justicia delante de Dios (1a Cor. 1:30).
El juicio justo del “pecado”, la raíz, y de los “pecados”, el fruto, fue ejecutado en la cruz.
La sangre de Cristo quitó nuestros pecados (1a Juan 1:7). La muerte de Cristo acabó con nuestra historia adámica delante de Dios (Rom. 6:6; 2a Cor. 5:17).
Ahora Cristo es nuestra vida (Col. 3:4). Estamos “en Cristo” delante de Dios (Rom. 8:1).
Es un hecho bendito que Cristo es la justicia del creyente delante de Dios, de modo que cualquier otra justicia no tiene valor para él. Léase cuidadosamente lo que dice Pablo en Filipenses 3:7-9.
¡Que el Señor nos conceda a cada uno el disfrutarla más y que alabemos Su gracia juntamente!
“Al que no conoció pecado, [Él] hizo [el sacrificio por el] pecado por nosotros; para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él” (2ª Cor. 5:21).
La Vida Eterna
La vida eterna no es sólo una vida que nunca muere. Los ángeles viven para siempre, pero no gozan de lo que la Escritura llama “vida eterna.” Los que mueren en sus pecados vivirán para siempre bajo el juicio de Dios, pero de cierto no tienen vida eterna (comp. 1a Jn. 5:12).
Es una bendita verdad que “aquella vida eterna” es “Cristo, nuestra vida” (1a Jn. 1:2; comp. Col. 3:4).
Es “la dádiva de Dios” para cada uno que cree el evangelio (Rom. 6:23).
Poseyendo a Cristo ya como nuestra vida, tenemos la naturaleza de Dios con los afectos y el carácter moral de esa naturaleza. Esta vida nueva no puede pecar (1a Jn. 3:9).
El Evangelio de Juan da la presentación de “la vida eterna” desplegada en el Hijo de Dios.
En la Primera Epístola de Juan es la misma vida manifestada en aquellos que son “nacidos de Dios.”
Poseyendo la vida eterna, estamos capacitados para recibir y entender los pensamientos de Dios mismo. El bendito resultado es el compartir de una misma mente en “unidad de vida.”
El Espíritu Santo morando en nosotros, los creyentes, nos da poder para nuestro andar; y la Palabra de Dios nos capacita para juzgar lo que impediría la comunión.
¡Quiera Dios que andemos cuidadosamente y con oración, para poder disfrutar de la bienaventuranza de ella!
“El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1a Juan 5:12).
La Muerte—¿Qué Es?
El versículo más sencillo de la Biblia que define lo que es la muerte se halla en Santiago 2:26: “El cuerpo sin espíritu está muerto.” La muerte, entonces, significa la separación ya entre el espíritu y el cuerpo.
La muerte del hombre nunca es el fin de la existencia. Esto se enseña claramente en el pasaje de Lucas 16:19-31, donde se prueba la inmortalidad del alma.
La respuesta del Señor a los saduceos en Lucas 20, al hablar Él de los patriarcas que habían muerto muchos años antes, fue: “Todos viven a Él”—(v. 38).
La bienaventuranza de aquellos de la fe en el intervalo entre la muerte y la resurrección (como la conocemos por la fe cristiana), no se revela en el Antiguo Testamento. Ha venido a la luz ahora por medio del evangelio de Pablo (2a Tim. 1:9-10).
Eclesiastés 3:19 expresa sencillamente todo lo que el hombre puede llegar a saber, mirando las cosas “debajo del sol.” Dios está demostrando en ese libro la incapacidad total del hombre para descubrir las cosas que pertenecen exclusivamente a la revelación divina.
La segunda muerte es la separación del hombre entero de Dios para siempre jamás. Es la eterna condenación. ¡Qué voz tan solemne de amonestación!
El hecho de que hay una “segunda muerte” demuestra que la primera no es el fin de la existencia del ser humano.
“Mas confiamos, y más quisiéramos partir del cuerpo, y estar presentes al Señor” (2a Cor. 5:8).
La Resurrección
Pasajes de las Escrituras como Juan 5:29, Hechos 24:15 y Lucas 14:14 enseñan que habrá dos resurrecciones, la de los creyentes y la de los incrédulos, y por lo tanto rechazan la idea común de una sola resurrección general.
Primera de Corintios 15, nos enseña de la resurrección de los creyentes: “Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en Su venida” (v. 23).
El Apocalipsis 20:4, enseña que esos santos vivirán y reinarán con Cristo mil años, mientras el v. 5 nos enseña que los otros muertos no tornarán a vivir hasta que fueren cumplidos los mil años, agregando: “Esta es la primera resurrección,” así enseñando claramente que habrá dos resurrecciones.
La “resurrección de entre los muertos” fue enseñada en primer término por nuestro Señor como está escrito en Marcos 9:9. Los discípulos ciertamente creían en la resurrección de los muertos. Era una creencia judaica inferida correctamente del Antiguo Testamento (véase, por ejemplo, Job 19:25-27; Hch. 23:8), pero el Señor indicó que habría una resurrección “de entre” los muertos, así dando a entender que no todos los muertos habían de resucitar simultáneamente.
Sólo la revelación cristiana enseña la verdad preciosa de la “primera resurrección”, la “de vida,” la “de justos”, que tendrá lugar en la venida de nuestro Señor Jesucristo (véase 1a Tes. 4:15-18).
El Reino De Los Cielos
El reino de los cielos es el gobierno de los cielos sobre la tierra en la Persona del Hijo del hombre, el cual es el Señor Jesucristo.
Fue predicado primeramente por Juan el Bautista (véase Mat. 3:2), luego por nuestro Señor mismo (véase Mat. 4:17). Más tarde fue predicado por los apóstoles (véase Mat. 10:7).
Pero cuando Cristo fue rechazado como el Rey y Mesías prometido a Israel, el reino de los cielos llegó a ser el reino en misterio (véase Mat. 13:11); es decir, aun hasta el día de hoy Cristo no está reinando abiertamente, aunque la fe tiene la certeza de que Dios está moviéndose detrás de todos los acontecimientos, aunque no se vea Su mano (véase Efe. 1:19-23; 1a Ped. 3:22).
Por dondequiera que la semilla del Evangelio ha sido sembrada y los hombres han profesado el cristianismo, allí tenemos lo que la Escritura denomina como “el reino de los cielos.” Es la esfera de la profesión de fe cristiana sobre la tierra.
El Reino De Dios
La expresión “reino de Dios” debe tomarse en su contexto para discernir exactamente lo que el Espíritu de Dios quiere expresar en los pasajes de las Escrituras en los cuales se encuentra.
Tenemos el establecimiento del reino de Dios en su aspecto celestial en Lucas 13:28, y en su aspecto terrenal en Marcos 15:43; también en Lucas 17:20; 19:11; 21:31.
Tenemos su carácter moral en Romanos 14:17. Este que empezó de una manera tan bendecida en el día de Pentecostés se ha degenerado. A esto alude el Señor en Lucas 13:20-21.
Uno debe “nacer de nuevo” para entrar en el reino de Dios en su verdadero carácter (Jn. 3:5).
Pablo predicó el “reino de Dios” (Hechos 20:25); esto es, predicó el carácter moral del reino, exhortando a aquellos que creían al evangelio a andar de una manera digna de Dios, que los había llamado a “Su reino y gloria” (1a Tes. 2:12).
El estado eterno testificará de Su verdadero carácter en Su manifestación cabal: “Dios . . . todas las cosas en todos” (1a Cor. 15:28) significa que el divino carácter de Dios se verá enteramente en la nueva creación.
¡Cuán bendita y gloriosa será aquella eternidad de descanso!
“Pues como todas estas cosas han de ser deshechas, ¿qué tales conviene que vosotros seáis en santas y pías conversaciones?” (2a Ped. 3:11).
La Iglesia—La Casa De Dios
La Palabra “Iglesia” significa (del griego) “los llamados afuera.”
La primera vez que la Iglesia se menciona en las Escrituras es en Mateo 16:18. Aquí es la “casa de Dios” con Cristo como el que la edifica (Efe. 2:18-22; 1a Ped. 2:4-5).
La “Roca” sobre la cual está construida es Cristo (Mat. 16:18; 1a Cor. 10:4).
Cuando el hombre edifica, se le amonesta en cuanto al material malo y su juicio consecuente (1a Cor. 3:9-17).
Pedro no recibió las llaves de la Iglesia, ni del cielo, sino del “reino de los cielos.” Así Pedro usó estas llaves para abrir la puerta de la gracia en el evangelio a los judíos en Hechos 2, y a los gentiles en Hechos 10. A esto se refiere Pedro con respecto a los gentiles en Hechos 15:7.
Para ser una “piedra viva,” uno debe nacer de nuevo, como Pedro nos dice en Primera de Pedro 1:23. En la segunda epístola de Pedro, él muestra el juicio venidero sobre aquellos que están en la casa de Dios; pero no teniendo vida, caen en la corrupción y son juzgados con el mundo.
Al cristiano se le exhorta a tener a Cristo como su modelo, como uno que está en le casa de Dios (véase 1a Tim. 3:15).
¡Que podamos ejercitarnos en demostrar el verdadero carácter de Dios como sus hijos!
La Iglesia—El Cuerpo De Cristo
La Iglesia como “la casa” y como “el cuerpo de Cristo” empezó el día de Pentecostés. Hechos 2 narra de qué manera tuvo lugar; y en 1a Cor. 12:13, se nos dice que todos fuimos bautizados por UN ESPÍRITU en UN CUERPO.
Este fue un “residuo salvado” de entre los judíos, al cual fueron añadidos más tarde los gentiles, según vemos en Hechos 10. Todo esto cumplía lo escrito en Juan 10:16, lo que como es debido restablecía “un solo rebaño” y también la palabra del cap. 11:52, que habla de reunir “en uno” a todos los hijos de Dios que estaban dispersos.
Pablo recibió por revelación el maravilloso misterio de lo que había tenido lugar. ¡Cristo y nosotros somos uno! (Efesios 3:1-7).
Mirando a la Iglesia como la casa, podremos hallar materiales (o componentes) malos, porque el hombre puede añadir lo que no es genuino; en cambio todo será buen material, cuando se trate del cuerpo, porque es el Espíritu Santo que le une a Cristo en gloria.
El “un pan” sobre la mesa en el partimiento del pan es el precioso símbolo de esa unidad formada por el Espíritu (1a Cor. 10:17). Tal asamblea es una “asamblea de los santos” (1a Cor. 14:33).
La Mesa Del Señor
Esta expresión se encuentra en Primera de Corintios 10:21, y fue escrita antes de que hubiese divisiones en la Iglesia, que fue formada por el descenso del Espíritu en el día de Pentecostés (1a Cor. 12:13).
La mesa del Señor, entonces, tiene dos señales:
Primero, el Señor debe haberla establecido. Segundo, la doctrina y la comunión de los apóstoles debe caracterizarla (Hechos 2:42).
La Iglesia no es una reunión voluntaria de cristianos, sino una unidad formada por el Espíritu uniendo a los creyentes a Cristo la Cabeza en el cielo. El “un pan” sobre la mesa es el símbolo de la Escritura de esa unidad.
“Porque un pan, es que muchos somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel un pan” (1a Cor. 10:17).
La Venida Del Señor Jesús
La venida del Señor es la esperanza apropiada del Cristiano. Esto vemos en Primera de Tesalonicenses 1:9-10. Esperamos del cielo al Hijo de Dios.
El Señor nos dio la promesa de Su venida (Juan 14:1-3).
Primera de Tesalonicenses 4:13-18 manifiesta por primera vez la manera en la cual acontecerá.
Primera de Corintios 15:51-57 desarrolla la bendita revelación de un cuerpo incorruptible e inmortal recibido en ese día.
Filipenses 3:21 manifiesta la verdad de que tendremos cuerpos de gloria como Cristo.
Toda escritura del Antiguo Testamento sin ninguna excepción que menciona la venida del Señor, se refiere al establecimiento del reino sobre la tierra. Cuando se habla de Su venida en ESE CARÁCTER venimos CON ÉL, habiendo sido previamente arrebatados a encontrarle a Él en el aire. (Zac. 14:5; 2a Tes. 1:10; Judas 14; Apoc. 17:14).
“El Espíritu y la esposa dicen, Ven.” Que nuestros corazones respondan y digan: “Sea así. Ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20).
La Venida Del Señor En Juicio
Toda escritura del Antiguo Testamento que habla de la venida del Señor revela juicio. La página profética de la Escritura está llena de tales amonestaciones.
El Señor en Su ministerio mientras estaba en la tierra a menudo se refirió a estos juicios venideros. Esto se puede ver en Mateo 24, Marcos 13; Lucas 17 y 21.
Él entonces limpiará de Su reino terrenal todos los escándalos, y los que hacen iniquidad (Mat. 13:41).
Entonces Jerusalén (sobre la tierra) será el centro del gobierno y el testigo de justicia y de gloria sobre la tierra. (Véase Jer. 3:17; Eze. 48:35; Joel 3:20-21; Amós 9:15).
El Salmo 99:1-4 habla del recto juicio sobre la tierra en ese día.
Este será el principio del “día del Señor” y su fruto será el descanso milenario por mil años.
La Nueva Jerusalén del Apocalipsis 21 no debe confundirse con la anterior mencionada. Esta última es la “la Esposa celestial” y desciende de Dios del cielo. Se ve arriba de la tierra—no en ella.
Esta ciudad celestial es “la Iglesia con Cristo en gloria”—la “cosa mejor” de Hebreos 11:40.
El Día De Dios
Esta expresión que se encuentra en 2a de Pedro 3:12 se refiere al estado eterno.
En el reino milenario de Cristo, “la justicia reinará,” pero en el estado eterno, la “justicia morará.” (Véase 2a de Pedro 3:13).
Primera de Corintios 15:28 se refiere al estado eterno cuando Cristo, como el Hijo del Hombre, sea la Cabeza sobre todas las cosas.
Apocalipsis 21:1-8 se refiere también al estado eterno—los primeros cinco versículos, el estado de los bienaventurados; versículos 6 y 7, el llamamiento en vista de esto; y el versículo 8, el estado terrible de los incrédulos.
Primera de Juan 3:8 nos dice que para este propósito el Hijo de Dios se manifestó, para que pudiese “deshacer las obras del diablo.” Este será el estado eterno cuando todo mal será quitado; todo será de la nueva creación.
Los impíos están bajo el juicio de Dios—todavía malos en su naturaleza. En Apocalipsis 22:11, ellos no pueden entrar a la creación nueva de gloria manifestada. El pensamiento solemne y terrible dado por el Señor Mismo es este: “La ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Pablo no podía encontrar palabras para comunicar la bienaventuranza de la gloria venidera para el creyente, pero el futuro terrible de los que no son salvos es muy solemne—castigo eterno (Mat. 25:46).