Capítulo 5: La confesión de un ladrón;o, La fe frente al racionalismo

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Lucas 23:33-43
NO HAY ningún caso tan contundente de la gracia—la gracia de Cristo—en todas las Escrituras, como el que tenemos ante nosotros, el caso del ladrón moribundo. No se puede hallar en todas las páginas de la Palabra de Dios nada más conmovedor, ni más expresivo, de la bendita gracia del Señor Jesucristo, que la manera en que Él trata con este hombre; porque cada uno de nosotros admitirá que se trataba de un caso desesperado. Era un malhechor en esta tierra, y ciertamente no era apto para el cielo. Sus delitos le clavaron a la cruz. Él era un hombre cuya vida había sido de tal carácter, que estaba saliendo de este mundo en ignominia y vergüenza, un pecador en sus pecados, para comparecer ante Dios. Estaba a unas horas de morir, y Cristo le encontró y le salvó. ¿Te ha encontrado a ti? ¿Te ha salvado? Quizás podrías estar a pocas horas de tu muerte, amigo. ¿Quién podría saberlo? No soy ningún profeta, pero si médico, y durante mi ejercicio profesional he visto a muchos hombres robustos, y he sabido que han sido cortados súbitamente, cuando menos lo esperaban. ¡Oh, amigo! Si nunca has encontrado al Salvador del ladrón, si nunca has encontrado a mi Salvador, no dejes que los pocos minutos que vamos a pasar juntos transcurran sin que tu entres ahora en contacto con Él.
No hay ninguna escena más solemne en la historia del mundo como la que hallamos en Lucas 23. Hay una página en la Palabra de Dios, y en la página de la historia del hombre, que se mantiene única, singular, debido a que en ella tenemos la muerte del único Hombre absolutamente sin pecado, sin mancha, santo, al lado de dos hombres que eran pecadores, y uno de ellos llega a ser el compañero de este Hombre sin pecado por toda la eternidad. El otro tuvo la misma oportunidad, pero la perdió. Entre estos tres que vemos aquí, cada uno de ellos clavado a una cruz, vemos una inmensa diferencia. De uno puedo decir esto—No había pecado en Él; aunque cargó los pecados sobre Sí mismo. El otro no tenía pecado sobre él, aunque había pecado en él. Y allí estaba el tercero, que tenía pecado sobre él y pecado en él. Y así murió. ¡Ah! No seas el compañero eterno del tercer hombre, te lo ruego.
Podrás quizá decir, ¿Qué significa esto? ¡Uno de estos tres no tenía pecado en Él, pero tenía pecados sobre Él, cuando estaba clavado en aquella cruz! ¡Sí! Era Jesús. Él era perfecto. Él era el Hombre santo, sin mancha; y lo atrayente de esta escena es que no solamente el ladrón confiesa su culpabilidad y su pecado, sino que hace además una confesión pública de lo que es su fe con respecto a Cristo. "Este ningún mal hizo" (v. 41), fue su verdadera y bendita afirmación. Aquel hombre invirtió el juicio falso de todos los demás; aquel hombre se halló solo aquel día en su testimonio acerca de Jesús. No he leído todo el capítulo, pero si consideráis todo lo que ha pasado antes, encontraréis que todo el mundo se hallaba contra Cristo—Judas, Pilato, Herodes, los sacerdotes, los escribas, el populacho, todo el mundo; nadie estaba de Su parte. Ni una sola alma se mantuvo firme por Él en toda aquella multitud aquel día. ¡Qué escena! Traicionado por un falso amigo, negado por verdaderos amigos, y abandonado por todos Sus seguidores; acusado por los principales de los sacerdotes, que instigaron a que el populacho pidiera Su muerte; el gobernador, en contra de Él; el rey, en contra de Él; el mundo en contra de Él; ¡todos en contra de Él!
Pero, por fin, llega un momento en que, a Su lado, un hombre—casi entrando ya en las fauces de la Muerte—dice osadamente, "Él es el Hombre sin pecado, sin mancha, yo me adhiero a Él." ¡Ah, amigos!, no os diré que envidio a aquel ladrón moribundo. Le admiro; y el día de mañana, en la gloria, cuando le pueda ver, le estrecharé la mano y le diré, "Gracias, hermano, tú defendiste el carácter de mi Salvador aquel día en el que todo el mundo se había vuelto contra Él."
Fue esta una escena maravillosa. Contempladla por un momento. Sabéis que cuando el Señor había sido llevado ante Pilato, éste tuvo la oportunidad de recibir aquel día a Jesús, pero la perdió, como tantos la pierden hoy en día. La gente llegó lanzando sus quejas contra el bendito Señor; y por ello Pilato les repitió tres veces: "No hallo en este hombre culpa alguna; Le castigaré, y Le soltaré." Pero la gente no quería que Lo dejara ir. Apremiados por los principales sacerdotes y por los ancianos religiosos, clamaban, "¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" No tengo duda alguna de que Pilato estaba ansioso por dejarle ir; y tanto más cuando que estando sentado en el tribunal, recibió la advertencia de su esposa, que decía: "No tengas que ver con aquel justo" (Mt. 27:19). Pero no escuchó el mensaje; se dejó ser dominado por el clamor de la gente. Estaba a punto de a soltar al Señor, cuando los que conocían su punto débil le gritaron, "Si a éste sueltas, no eres amigo de César." ¿Sabéis quién era el César? Era el emperador de Roma. ¿Y quién era Pilato? Su delegado; y Pilato dependía de César; estaba apoyado por el mundo. Y yo os quisiera decir esto: que en la proporción en la que os apoyéis en el mundo, estáis dominados por él. Consideradlo bien, y ved si no es cierto. "Si sueltas a éste, no eres amigo de César," fue esta frase lo que hizo inclinar las balanzas a Pilato. Los amigos de César tienen que estar del lado de César, mientras que los amigos de Jesús tienen que estar del lado de Jesús. Aquel día todo el mundo se puso del lado de César, y nadie del lado de Jesús. Dirás tú, "Quizás si yo hubiera estado allí me hubiera puesto del lado de Jesús." ¿De veras? ¿Acaso lo has hecho ahora, hoy? ¿Crees que todos los que te conocen estrechamente saben que estás al lado de Jesús? Estaría contento de creerlo así. Los amigos del César tienen que estar al lado de César, y los amigos de Jesús tienen que estar del lado de Jesús, entonces como ahora. ¿Al lado de quién estás tú?
Leemos que todos estaban contra Jesús y que, habiendo sido condenado por Pilato, es sacado del atrio—no de juicio sino de injusticia; porque allí la rectitud y el juicio, la misericordia y la verdad, se habían separado, no se besaron. Se separaron, y Aquel que era la Verdad, fue llevado a la muerte. Simón, un cireneo, llevó Su cruz. Y yo no tengo duda alguna de que se trataba de la cruz que había sido preparada para Barrabás, otro ladrón condenado a muerte; su cruz estaba lista; y cuando los carceleros bajaron a la celda donde se hallaba encerrado, no tengo duda alguna de que Barrabás pensó que se estaba dirigiendo al lugar de la ejecución. Cuando llegó a la sala de juicio, halló al populacho rugiendo en torno del Hombre del que tanto había oído, y entonces oyó la pregunta: "¿Cuál queréis que os suelte? ¿a Barrabás, o a Jesús que se dice el Cristo?" Entre tanto que Jesús y el ladrón estaban allí juntos, no tengo duda alguna de lo que estaba en su mente. Se planteó la cuestión de si iban a elegir entre Jesús o Barrabás, y probablemente Barrabás pensó, "Bueno, desde luego que no hay duda del resultado; soltarán a Jesús, y no a un pecador como yo; no hay probabilidades para un asesino como yo." Creo que aquel hombre quedó atónito cuando oyó subir el grito, "Quita a éste, y suéltanos a Barrabás" (v. 18).
Sacaron entonces a Cristo del atrio, y cargaron la cruz sobre los hombros del Salvador, y salió hacia la muerte. Gracias a Dios, Él murió; y Él murió por mí, lo sé. No sé si vosotros lo sabéis todavía, pero Él murió por los pecadores. No creo que Barrabás supiera lo que iba involucrado en Su muerte. Al salir Cristo, una compañía de mujeres empezó a llorar y a lamentarse por Él, pero Él se volvió y les dijo, "Hijas de Jerusalén, no Me lloréis a Mí, mas llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no engendraron, y los pechos que no criaron" (v. 28, 29). Esto es, hay un solemne día de retribución que ha de venir; no supongáis que Dios ha olvidado el hecho de que Su Hijo fue asesinado. ¿Supondréis que Dios olvida que Su Hijo estuvo en esta escena, y que el mundo Le echó afuera? ¿Creéis que Dios ha olvidado todo esto? No, aunque en Su paciencia, Él ha puesto a Su Hijo a Su diestra, y ha dicho, "Siéntate a Mi diestra, en tanto que pongo a tus enemigos por estrado de tus pies" (Sal. 110:1). El volverá otra vez. "Acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino", es lo que el ladrón Le dijo; y de volver, volverá. Y así el Señor dice: "Entonces"—atención, porque Sus labios van a pronunciar una acontecimiento extraño—"comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros: y a los collados: Cubridnos" (v. 31). A duras penas se podría creer que los hombres apelarán a la naturaleza para que les esconda de Dios; pero esto es lo que sucederá, y ¿qué revelación es esta acerca del hombre?
Hay cuatro frases pronunciadas en este capítulo. La palabra del odio: "Crucifícale" (v. 21); la oración del temor: "Montes: Caed sobre nosotros" (v. 30); la oración de amor: "Padre, perdónalos" (v. 34); y la oración de la fe: "Acuérdate de Mí" (v. 42). La expresión del odio ha recibido ya respuesta. El día de mañana vendrá la oración del temor, "Montes, caed sobre nosotros: y a los collados: cubridnos" (ver Ap. 6:15-17). Pondrán cualquier cosa bajo el sol entre ellos y Dios, y la ira del Cordero, para mantenerles fuera de Su alcance; pero todo en vano, porque, dice el Señor aquí "Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué se hará?" (v. 31). ¿Qué es lo que entendéis de esto? ¿Quién era el árbol verde? Naturalmente, Cristo. En Él se vieron la savia, la vida, el verdor y el fruto, todo esto; y Dios, contemplándolo desde arriba, vio este árbol fructífero y, al mirar por los otros sitios, ¿qué vio? ¡Árboles secos! Hay de ellos una buena cantidad en este auditorio, dejad que os lo diga: Un árbol seco carece de vida. Cristo era el árbol verde, presentando siempre el frescor y el fruto aptos para Dios.
¿Y qué es lo que tomo de esta figura para mí mismo? Que por naturaleza soy un árbol seco, y así tú también; no hay vida en nosotros. Los pecadores son los árboles secos, y un árbol seco sirve muy bien como combustible. ¿Qué quiere decir? me preguntan. Bien, consideradlo, amigos míos. Un árbol seco sirve bien para quemarlo, y esto es lo que un hombre en sus pecados pasa a ser si va al lago de fuego. "¿En el seco, qué se hará?" es ciertamente una pregunta seria. Yo, el árbol verde, dice el Salvador, estoy pasando por todo esto—¿cuál va a ser la suerte del pecador? Si el Santo pasó por el juicio de Dios, debido a que estaba llevando los pecados de otros, ¿qué del pecador en sus pecados? Apelo a tí. Si eres un pecador, tendrás que comparecer ante Dios, y tendrás que responder a Dios acerca de tus pecados. Seas lo que seas, sea la que sea la profesión que tú hagas, o no hagas, tendrás el día de mañana que comparecer ante Dios; y aquí hay una cuestión solemne propuesta por el Señor: "Si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué se hará?" No había respuesta para ello aquel día, pero para ti inexorablemente vendrá la respuesta.
Y sacaron a Jesús de la ciudad. "Y llevaban con Él otros dos, malhechores, a ser muertos. Y como vinieron al lugar que se llama de la Calavera, Le crucificaron allí." Estas tres palabras describen la escena más terrible que jamás se haya llevado a cabo sobre la tierra—"LE CRUCIFICARON ALLÍ." El lugar, un cementerio; los personajes, todo el mundo civilizado; el acto, la forma más cruel y vergonzosa de muerte; la víctima, ¡el propio Hijo amado de Dios! El lugar elegido fue un montículo—El Calvario, Gólgota, "el lugar de la Calavera." ¿Y por qué allí? ¿No había Jesús hablado acerca de la vida? ¿No había resucitado muertos? ¿No había abierto oídos sordos, y no había dado vista a los ciegos? ¿No había hecho muchos milagros maravillosos? ¿No había Él hablado de Sí mismo el Señor de la vida viniendo de la gloria; y no había hablado de que Él era el Hijo de Dios? Si, Él había hecho todo esto. Y, ¿por qué Le llevaron allí? Para insultarle en aquel lugar de muerte. Utilizaban los símbolos de la muerte por todas partes para burlarse de Aquel que era el Señor de la Vida. Llevan a Aquel, que era "la resurrección y la vida," a la escena en la que había plenitud de evidencias de muerte alrededor de Él, como si quisieran decir, "Veamos si puede evitar la muerte." Fue la burla más sarcástica. Le habían coronado de espinas y ahora Le llevaban a la muerte.
Pero veamos cuál era el significado de aquella muerte desde la perspectiva de Dios. Era este—que Aquel que era el Señor de la vida vino a esta escena de muerte para podernos dar vida a nosotros. Por lo que al mundo respecta, se trató de un violento esfuerzo para librarse de Dios y de Su Hijo. Y el mundo no ha cambiado hoy; "Y Le crucificaron allí" constituye la declaración del valor que el mundo Le da a Cristo. Pero, dice la gente en la actualidad, "ha pasado mucho tiempo desde entonces; está usted un poco anticuado en sus nociones, el mundo ha cambiado mucho desde aquel día. Bien, admito que se han hecho avances en ciencia; admito que también se han hecho unos pocos avances en arte y en conocimientos. No soy ciego a los progresos que se han conseguido en estas formas para la comodidad del hombre en este mundo. Pero, decidme, ¿acaso esto los acerca a Dios? Esta es la cuestión. ¿Te hallas más cerca de Dios? Conoces algo más acerca de cosas científicas de lo que sabías hace unos pocos años, pero ¿te hallas más cerca de Dios? El mundo no se hallaba en su infancia cuando asesinaron a Jesús. Era ya un mundo adulto, si puedo expresarme así, cuando colgaron al bendito Salvador en aquella cruz.
Sobre Su cabeza colocaron un título: "ESTE ES JESUS DE NAZARET, EL REY DE LOS JUDÍOS", escrito en hebreo, griego y latín, los tres idiomas principales de la tierra. Me preguntas, ¿qué quiere decir por el mundo maduro o desarrollado? Contesto yo: ¿qué libros leen los estudiantes de hoy en día? Precisamente, los libros de los hombres que vivieron en aquella época. Los profesores se afanan en darles los libros de los hombres de aquel entonces; tenemos que volvernos a los Horneros, y a los Virgilios, y a los filósofos de aquella época. Cosa extraña es esta; pero si busco esculturas ornamentales, o maravillosos edificios, me envían a estas edades del pasado para hallarlas. Si hablo acerca de monumentos, me remiten a aquel entonces. Fue la era augusta del mundo. Ah, no, el mundo no estaba en su infancia, sino que era totalmente adulto, en aquel día en que satisfecho y tranquilo colocó aquel título allí, en las tres lenguas de Roma, Grecia y Judá. El religioso judío, el marcial romano, el erudito griego, los tres se combinaron, y dijeron, "No queremos a Jesús; librémonos de Él." Esta es la razón por la cual el crimen de Jesús (que consistió precisamente en ser lo que Él era) fue escrito sobre Su cruz en hebreo, griego y latín. Unidos en su maldad, "Le crucificaron allí." Dieron a esta Persona bendita, que era el Hijo de Dios—sí, que era el mismo Dios encarnado—una muerte de criminal; mientras que a Su lado colgaban dos malhechores, a fin de que se cumpliese la Escritura: "Y con los malos fue contado" (Lucas 22:37).
¿Y qué sigue ahora? El Señor pronuncia una asombrosa oración de amor. En contraposición hubo la oración del odio, cuando la gente clamó, "Quita a este." El día de mañana verá una oración de temor. Pero, considerad, tenemos aquí una oración de amor. Llegaré a la oración de fe de aquí a un momento, pero aquí tenemos la oración del amor, y ¿cuál fue? "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (v. 34). Volved por un momento a aquella escena con vuestro corazón. No olvidéis que es la cruz de Jesús. Quisiera guiaros a aquella escena en el Calvario, y señalaros aquellas tres cruces. Mirad a Aquel en el medio, mirad a Aquel bendito, coronado con espinas, colgando de aquella cruz, mientras que los soldados están echando suertes sobre sus vestidos ante Sus ojos, y Sus enemigos están disfrutando con cada expresión de Su agonía. Decidme, ¿quién es éste en la cruz? Sobre Su cabeza está escrito, "Este es Jesús de Nazaret, el Rey de los Judíos," en el lenguaje más claro. Evidentemente, es el texto íntegro de la inscripción. ¿Cuál fue Su crimen? Repito, ser simplemente quien Él era. Y ¿quién era? Jehová, el Salvador, y el Rey de los judíos. ¿Y cuál fue Su crimen? No que Él hiciera nada malo, sino que Él era quien era. ¿Y quién era Él? Jehová, el Salvador, y el Rey de los judíos.
Dirás que los mismos judíos no Le quisieron, Lo sé; Le rechazaron. No obstante, allí estaba la verdad; porque, como recordaréis, otra escritura nos dice que cuando los principales sacerdotes vieron la inscripción le dijeron a Pilato: "No escribas, Rey de los judíos: sino que Él dijo: Soy Rey de los judíos" (Jn. 19:2121Then said the chief priests of the Jews to Pilate, Write not, The King of the Jews; but that he said, I am King of the Jews. (John 19:21)). Sabéis que Pilato replicó: "Lo que he escrito, he escrito" (Jn. 19:2222Pilate answered, What I have written I have written. (John 19:22)). ¡Ah, Pilato sabía que aquel día había escrito la verdad; pero Cristo era algo más que el Rey de los Judíos—¡Él era Jehová el Salvador! Ten en cuenta esto, amigo, Él no era solamente un Hombre santo y sin mancha, sino que aquel Hombre era el Dios encarnado—Dios manifestado en la carne, visto de los ángeles, y predicado al mundo; pero ¡ay! echado del mundo.
En otro evangelio leemos, "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros" (Jn. 1:1414And the Word was made flesh, and dwelt among us, (and we beheld his glory, the glory as of the only begotten of the Father,) full of grace and truth. (John 1:14)). Aquí entonces hallo a este Hombre que era Dios colgando de aquel árbol, coronado de espinas. Y, amigos, tendréis que comparecer ante Él. ¿Quién colgaba de aquella cruz? ¡Dios! Y tendrás todavía que comparecer ante Él. Pero, dirás tú, Él era un hombre. Lo sé, y me gusta recordarlo. ¿Y qué clase de hombre? El ladrón te lo dirá ahora. Pero, tenlo en cuenta, Aquel que estaba allí era Dios. Te diré lo que pasa, cuando la verdad de este hecho entra en el alma de una persona, recibe la luz. Y aquel pobre ladrón moribundo a Su lado recibió la luz. En el momento en que el ladrón llegó a conocer quién era el que se hallaba a su lado, entró la luz en su alma, y provocó una maravillosa revolución en su historia.
Pero escucha esta oración: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Sus enemigos han terminado su obra—y ahora contemplan la perfección de Jesús, en gracia. En el momento en que Sus enemigos han hecho lo peor que podían hacer—escupir sobre Su rostro, golpearle con una caña, coronarle con una corona de espinas, y clavarle en una cruz—entonces se cumplió la escritura, "Y con los malos fue contado." Entonces, supongo yo, hubo un cierto silencio entre la multitud, y se oyó Su voz. Escuchadla: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Fue la oración del amor perfecto, y no tengo duda alguna de que tuvo respuesta, en el segundo y tercer capítulos de los Hechos de los Apóstoles, cuando Pedro se presentó en el poder del Espíritu, y predicó con tanta efectividad. No tengo ninguna duda de que entonces la oración intercesora del Salvador fue benditamente contestada. Lo que quisiera señalaros aquí es la perfección del amor del Salvador cuando Él ora por Sus asesinos, y esta oración sube: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen." Creo que al caer estas palabras sobre los oídos del moribundo ladrón entraron, por así decirlo, como un destello de luz en su alma, y se hizo consciente de que Aquel hombre que estaba a su lado, en la cruz, se hallaba estrechamente relacionado con Dios. Que se diera cuenta claramente de que Él era Dios, no lo digo con exactitud; pero es evidente que en este momento se dio cuenta de que Jesús era el Hijo de Dios. Ello lo aprendió de Sus palabras: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."
¡Asombrosa escena! El hombre que está muriendo en sus pecados oye a este Hombre sin pecado, sin mancha, ¡orando en favor de Sus asesinos! Creo que este fue el momento en que los rayos de luz bendita y divina entraron en su alma, y que el hombre se hizo consciente de que el Hijo de Dios estaba allí, crucificado a su lado. Es evidente que hubo algún tiempo en el que él y los otros estuvieron reflexionando, porque "el pueblo estaba mirando", leemos (Lc. 23:35).
Ahora fijaos en lo que sigue, y observad el contraste entre la incredulidad y el racionalismo de la mente humana, y la sencilla fe de este ladrón moribundo. Mirad a las diferentes clases de gente que aparecen aquí, porque lo que aparece en esta escena es tan solo una muestra de lo que tenemos todo alrededor nuestro. No me sorprende que haya incredulidad y racionalismo en nuestro mundo de hoy. Tenéis la semilla y el germen de todo ello en esta escena delante de nosotros. "Y se burlaban de Él los príncipes con ellos, diciendo," ridiculizándole y escarneciéndole, "A otros hizo salvos; sálvese a Sí, si éste es el Mesías, el escogido de Dios." Esta pequeña palabra "si" tiene en ella toda la raíz de la incredulidad. ¡Ah, amigos míos! vosotros estáis aquí esta noche con una buena cantidad de "síes" en vuestra mente. Os halláis en mala compañía. Los príncipes estaban aquel día haciendo una mala obra; ellos eran los conductores, y dirigían una hueste incontable de incrédulos y de vacilantes, hueste que se extiende desde el tiempo de ellos hasta este día en que vivís. "A otros hizo salvos." Esto ellos no lo dudaban; no podían negarlo. Sabían de muchos actos de bondad, y daban testimonio de ellos. Yo también quiero dar testimonio esta noche. Él me ha salvado—¿Te ha salvado a ti? "A otros hizo salvos; sálvese a Sí, si éste es el Mesías, el escogido de Dios." ¿Es Él el elegido de tu corazón? Esta es ahora la cuestión. Dios Le ha elegido; pero ellos no creyeron en Él.
"¿Cómo," se preguntaban ellos, "si Él es el ‘escogido de Dios’, por qué ha podido ser coronado con espinas, y crucificado entre malhechores?" "Sálvese a Sí, si este es el Mesías, el escogido de Dios." La condenación eterna se agazapa detrás de esta pequeña palabra "si" condicional. El corazón lleno de "síes" no está lleno de fe. Este "si" es una terrible palabra; hay falta de fe en ella. Y hay una gran cantidad de personas que tienen una gran cantidad de "síes" que responder—en realidad no tienen fe. No están seguros de nada, excepto de que no pueden estar seguros de nada. Gracias a Dios, no hay duda en mi fe; estoy perfectamente consciente de por Quién estoy salvado, de Quién es Él, de lo que Él es, y de lo que Él ha hecho por mí. La fe es la cosa más positiva del mundo. El racionalismo es tan solo como un murciélago a plena luz, y ¿sabéis lo que hace entonces un murciélago? Cuanta más luz recibe, tanto más confundido se queda. Sabéis que el murciélago sale cuando se hace oscuro; solamente puede volar fácilmente por la noche, cuando no hay luz, y aquí es donde muchos se encuentran en la actualidad. Los murciélagos de la incredulidad y del racionalismo se hallan en gran número, y todo el mundo ha estado en ocasiones en compañía de ellos. Yo estuve durante un tiempo entre ellos, pero no me gustó su compañía.
Vayamos más adelante. "Escarnecían también de Él los soldados, llegándose y presentándole vinagre, y diciendo: Si Tú eres el Rey de los Judíos, sálvate a Ti mismo." Otra vez este horrible si. Querían que Él se demostrara como Rey de los judíos salvándose a Sí mismo. Pero Él no iba a hacer tal cosa; Él no se iba a salvarse a Sí mismo, a fin de así poder salvar a otros como tú y como yo. La incredulidad dudó, la fe aceptó, entonces, como ahora, el título es vigente: "ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS."
"Y uno de los malhechores que estaban colgados, Le injuriaba, diciendo: Si Tú eres el Cristo, sálvate a Ti mismo y a nosotros." No hubierais creído que el pobre hombre hubiera hablado en su dolor; No hubierais imaginado que un hombre en su posición seria, en las mismas fauces de la muerte, hubiera injuriado de esta manera. Otra escritura nos dice que los dos malhechores lo hicieron (Mr. 15:32). Es indudable que los dos estaban lo suficientemente endurecidos como para burlarse del Salvador; pero veréis que no se lanzaron burlas el uno al otro; no obstante, los dos hicieron objeto de escarnio a Cristo. La causa: en principio no hay un solo hombre que no odie a Cristo en el fondo de su corazón. Incluso un ladrón moribundo, a punto de caer en una eternidad de perdición, gastará su último aliento en insultar a Cristo. Pero daos cuenta de esto, Cristo gasta Su último aliento orando por Sus asesinos; y yo creo que esto es lo que provocó el cambio en uno de los dos ladrones, mientras que el otro miserable moribundo, no afectado por la gracia, y permaneciendo en la incredulidad, dice, "Si Tu eres el Cristo, sálvate a Ti mismo y a nosotros." ¡Ay!, no había fe en él hacia Cristo.
En este momento toma lugar una conmovedora escena, bajo la más difícil de las circunstancias. Cuando todo estaba en contra de Cristo, y cuando todas las razones estaban de parte de que no creyera en Cristo, el otro ladrón reacciona de la manera más espléndida. Es bien patente que el Espíritu Santo obró en él, puesto que se le oye hablando a su compañero. Hace tres horas podíais oírle injuriando al Salvador. Pero ¿qué ha sucedido? La luz ha entrado en su corazón. Quisiera, amigo mío, que tú tuvieras también la luz en tu corazón. Yo no te la puedo dar; solamente puedo decir que cuando la luz entra en el alma de un hombre, aprende acerca de sí mismo, y aprende a conocer a Dios. Si no conoces a Dios se debe a que no tienes luz. Se vuelve el ladrón, y daos cuenta de lo que dice: "Respondiendo el otro, reprendióle" (v. 40). No es ahora un hombre impío reprendiendo a otro hombre impío. No, se trata de un hombre piadoso reprendiendo al impío. Aquel hombre se había arrepentido, no tengo duda alguna. ¡Oh!, dirás, "No creo en conversiones repentinas." Te diré por qué; porque tú mismo no eres convertido. Una persona inconversa no puede creer nunca en las conversiones repentinas; y más, no conozco a ninguna persona convertida que no lo fuera de forma repentina. Cuando la luz entra en el alma de una persona, es cambiado a un hombre nuevo en el acto. Aquí tenemos a este ladrón moribundo, que había estado maldiciendo y blasfemando al Salvador hacía tan solo un rato, que oye la oración del Señor, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen," y el hombre resulta cambiado—¡convertido! No me digáis que este hombre no fue entonces convertido. Si no lo fue entonces, no lo fue en ningún otro momento; pero se fue al paraíso aquel día, tened esto en cuenta. Estad bien ciertos de esto, que la oración de Cristo fue la luz para su alma. Reconoció que tenía al Hijo de Dios a su lado, sí, ante sus mismos ojos. Otros pueden burlarse y escarnecer, pero él mira al rostro del Dios encarnado, al rostro de Jesús, y ve gracia, bondad, perfecto amor y perdón en Él; y al oír aquella oración: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen," un cambio maravilloso tiene lugar en él. El Espíritu Santo obra en él y entonces, cuando su compañero empieza de nuevo a burlarse de Jesús, él se vuelve y le dice, "¿Ni aun tú temes a Dios?" (v. 40). ¡Bueno! decís, ¡Qué manera de hablar! Querido amigo, es el hombre convertido el que puede hablar; y la razón por la cual tú no puedes hablar es que tú no estás convertido. En el momento en que estés convertido, pronto tus labios serán apremiados a hablar, y tus pies a andar en el camino de la justicia.
¡Dale una buena mirada a este ladrón! Contempla el cambio en él. Él es ahora osado por Dios, y sin temor del hombre. "Huye el impío sin que nadie lo persiga", dice la Escritura, "mas el justo está confiado como un leoncillo" (Pr. 28:1). Y aquí tenemos a un hombre con este tipo de carácter. Hasta ahora había sido un delincuente tal que sus semejantes tuvieron que librarse de él; pero ahora, tocado y cambiado por la gracia, se vuelve y dice a su compañero, "¿Ni aun tú temes a Dios?" Es algo muy bueno cuando alguien teme a Dios. Quizás tú no temas a Dios. Bien, yo sé qué es lo que el Salmista dice del hombre que no Le teme a Dios. "La iniquidad del impío me dice al corazón: No hay temor de Dios delante de sus ojos" (Sal. 36:1). No hubo temor de Dios en mi corazón durante mucho tiempo, pero, al final, como este ladrón, descubrí que es un momento bendito cuando un hombre empieza a temer a Dios. No es un temor servil al que yo me refiero, sino el sentido de lo que se debe a Dios. "Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en Sus mandamientos se deleita en gran manera" (Sal. 112:1). ¿Conoces lo que es el temor del Señor? Lo hallo bien descrito en siete maneras distintas por el hombre más sabio que jamás existiera—a excepción de Jesús—Salomón. Dice él: (1) "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová," y a manera de antítesis añade: "Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza" (Pr. 1:7). Tú sabrás donde estás, amigo. Yo no lo sé. Pero conozco tus compañías; y esas vinculaciones dirán dónde te hallas. Lo leeré otra vez: "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová: Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza." Y sigue: (2) "El temor de Jehová es aborrecer el mal" (Pr. 8:13). El ladrón estaba llegando a su puesto apropiado, al mostrar su aborrecimiento del mal. Voy algo más adelante, y hallo, (3) "El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; y la ciencia de los santos es inteligencia" (Pr. 9:10). El ladrón estaba lanzado hacia esto, y va adelantando, como veis. Paso aún más adelante, (4) "El temor de Jehová aumentará los días: mas los años de los impíos serán acortados" (Pr. 10:27). Los dos ladrones ilustran este hecho. Uno fue cortado para siempre, el otro pasó a bendición eterna. De nuevo leo, (5) "El temor de Jehová es manantial de vida, para apartarse de los lazos de la muerte" (Pr. 14:27). El ladrón creyente también demostró esto. Y ahora leo, (6) "El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría" (Pr. 15:33). También el ladrón ilustra este extremo, pues advierte sabiamente a su compañero. Ya solamente queda un aspecto más, y dice así, (7) "El temor de Jehová es para vida; y con él vivirá el hombre, lleno de reposo; no será visitado de mal" (Pr. 19:23). En este bienaventuranza entró el ladrón, al pasar aquel día al Paraíso. Os diré la verdad, bien os sería si llegarais a entrar en la compañía de aquel ladrón que tenía este temor de Dios.
"¿Ni aun tú temes a Dios, estando en la misma condenación?" fue una maravillosa pregunta, acompañada como fue de "Y nosotros, a la verdad, justamente padecemos; porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos." ¡Qué arrepentimiento más genuino que aquí se manifiesta! Él tomó la parte de Dios en contra de sí mismo. "Tú eres una persona que pronto va a morir, y yo también, y nuestro castigo es justo." El hombre que es convertido por Dios siempre justifica a Dios y se condena a sí mismo. "Y nosotros, a la verdad justamente" constituye el lenguaje del verdadero arrepentimiento. Cuando no somos rectos con nosotros mismos nunca empleamos la palabra "nosotros." Entonces podemos utilizar la palabra "vosotros." Este hombre, enseñado por Dios, dice, "Nosotros, en verdad, justamente;" y después, consciente de la gloria de Aquel que estaba a su lado, sin pecado pero sufriente, añade, "mas éste ningún mal hizo."
Fue una confesión muy notable. El mundo la oyó, Dios la oyó, Satanás la oyó, y ahora tú la oyes. ¿Crees tú que fue un hombre sabio, o un insensato? ¡Fue un hombre sabio! Y el hombre que no es su compañero es un insensato. Dirás tú, "esto es muy atrevido." Es verdad. Aquel hombre estaba en lo cierto, y cada persona que no cree está equivocada. Aquel ladrón arrepentido acepta el juicio de Dios sobre sí, se condena a sí mismo, y defiende el carácter de Cristo, cuando todos Le condenaban. Su vida había sido una vida llena de pecado y él lo reconoce, diciendo, he pecado, y estoy sufriendo lo que me merezco; y a continuación confiesa osadamente su fe en Jesús. "Este ningún mal hizo," es su afirmación triunfante. Por así decirlo, le está diciendo a su compañero, "TU Y YO NUNCA HEMOS HECHO NADA QUE ESTUVIERA BIEN, PERO AQUÍ ESTÁ UN HOMBRE QUE NUNCA HA HECHO NADA MALO. Está muriendo, pero voy a adherirme a Él. Invierto el veredicto del mundo. Juez y jurado, rehúso vuestro veredicto. Vosotros le declarasteis un “malhechor” (Jn. 18:3030They answered and said unto him, If he were not a malefactor, we would not have delivered him up unto thee. (John 18:30)), vosotros declarasteis que “Reo es de muerte” (Mt. 26:66); yo declaro, "ESTE HOMBRE NINGUN MAL HIZO." Gracias a Dios por la osada, verdadera y gloriosa confesión de aquel moribundo malhechor crucificado al lado de Jesús.
Aquel moribundo ladrón cambió en aquel momento de compañía. Se situó en línea con Dios, y con Sus siervos, en una rica apreciación de Cristo. Hubo un momento en que un hombre extraño en la ribera del Jordán vio que se le acercaba otro Hombre, y de los labios del Bautista salió la exclamación, "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." Era Jesús; y, al bautizarle Juan, se abrieron los cielos, y se oyó otra voz diciendo, "Este es Mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento" (Mt. 3:17). En el monte de la transfiguración, de nuevo, los cielos se abrieron, y el Padre declaró, "Este es Mi Hijo amado, en el cual tomo contentamiento: a él oíd." El ladrón Le oyó, y confesó Su valía. Incluso de los labios de Sus enemigos salió la confesión de Su excelencia. Cuando fueron enviados los siervos del sumo sacerdote para que Le prendieran, volvieron diciendo, "Nunca ha hablado hombre así como este hombre." Y Pilato dijo en tres ocasiones, como ya hemos visto: "No hallo en Él culpa alguna." Pero "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros." No había pecado en Él, y, con todo, fue hecho pecado por nosotros. El hecho era este—en el momento en que el pobre ladrón descubrió la perfección de Jesús, sus pecados fueron remitidos a Jesús, y Él los llevó sobre Sí y los borró.
Os quiero preguntar, ¿no es hermoso el testimonio de este recién convertido? "Éste ningún mal hizo." ¿Qué piensas tú del testimonio del moribundo ladrón? Él confiesa su propio pecado, y lo juzga también, y, al mismo tiempo, obtiene un vislumbre de las glorias del carácter del Salvador, y las proclama, "Éste ningún mal hizo." ¡Viejo pero sublime ladrón! ¡Oh, amigos míos! en el camino de la fe no hay nada similar a esto en toda la historia del mundo. Este hombre, en la misma puerta de la muerte, y cuando toda la evidencia posible estaba en contra de Cristo, descubre Su valor, y proclama a la vez Sus excelencias, Su Señorío, y Sus derechos de Rey, diciendo, como si fuera, "Yo garantizo Su vida, yo garantizo Su carácter, yo garantizo Su historia, yo garantizo Su perfección—Él ningún mal hizo. Él es Señor y Rey, y aunque esté muriendo ahora, resucitará y vendrá en Su reino." ¡Espléndido testimonio de la fe!
Al siguiente instante Le dice, "Acuérdate de mí cuando vinieres a [no en] Tu reino." Sé que estás muriendo, pero sé que Tú eres el Rey. Tú estás saliendo de esta escena, pero volverás otra vez. Acuérdate de mí cuando vengas a Tu reino. Esta es toda la extensión de la fe que entonces se consiguió; pero ved la respuesta del Señor: "De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso." ¡Ah! contemplad la gracia del Señor hacia el hombre que confía en Él. Aquel otro ladrón, carne y uña con el mundo, estaba injuriándole—incredulidad, racionalismo y razón estaban obrando en todos excepto uno, en tanto que contemplaban a Jesús, diciéndole escarnecientemente que se salvara a Sí mismo, si Él era el Cristo, y si Él era el Rey. En cambio, el pobre primer ladrón ve que Él es un Rey; ve que Él es Cristo el Hijo de Dios.
Creo en verdad que los hombres del presente no tienen ni una milésima parte de la fe que este pobre ladrón poseía. Confió en Jesús cuando todas las evidencias posibles para confiar en Él se habían desvanecido. Estaba muriendo, un hombre rechazado, abandonado por Dios, y a pesar de todo fue entonces que el ladrón confió en Él. Nosotros tenemos toda la evidencia acerca del Señor Jesucristo—de que está resucitado de los muertos, de que ha pasado a la gloria, y que, por ello, está aceptado por Dios. De esto nos ha venido a testificar el Espíritu Santo y tenemos, para la seguridad de nuestra fe, todo lo que se da en las Escrituras. El ladrón moribundo, tocado por la gracia, y tratado por el Espíritu Santo, dice, "Acuérdate de mí cuando vinieres a Tu reino," en un momento en el que esto no estaba revelado. ¿Confiarás tú, amigo mío, en este bendito Salvador, y Le darás la confianza de tu corazón? Considera ahora la respuesta del Señor: "De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso." El moribundo creyente obtuvo la seguridad de la salvación presente. ¿Y a dónde fue? ¿Y con quién fue? Fue al paraíso con Cristo aquel mismo día. ¿Cómo lo sabemos? Porque Cristo dijo que así sería: "Hoy estarás conmigo en el paraíso." Era aquel día, no el día después, no mañana, sino aquel día. Así es la gracia; y esta es la recompensa de la fe.
Veamos ahora qué es lo que sigue inmediatamente a esto. El Señor Jesús fue abandonado por Dios. No leemos este relato en el Evangelio según Lucas, pero leemos que "cuando era como la hora de sexta, fueron hechas tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona" (v. 44). Hasta este punto tenemos el lado humano de la cruz. Desde la hora de sexta hasta la de nona (novena) hubo tinieblas sobre la tierra, y en aquellas tinieblas, ¿sabéis lo que sucedió? El sol rehusó dar su luz mientras que el Salvador estaba en aquellas tinieblas tratando con Dios toda la cuestión del pecado del hombre. Él le dijo al ladrón, "Hoy estarás conmigo en el paraíso," y aquí viene el momento en que el Salvador lleva los pecados, fue hecho pecado, sufrió por el pecado, de manera que, siendo acabada la obra de redención, el ladrón puede ir allí. La obra de la redención que Jesús efectuó es el terreno y la base de todas las bendiciones, por una parte, mientras que la obra del Espíritu Santo en el alma del ladrón queda evidente por la otra, al confiar primero, y después dar un valiente testimonio de Cristo. No sé si hay algún hombre aquí que pudiera dar un testimonio así. Allí, ante todo, se ve la obra del Espíritu Santo en el ladrón, y luego se ve la expiación que el bendito Señor vino a obrar y consumar, de manera que pudiera ser salvo de una forma justa. Un pasaje de las Escrituras dice, "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros," mientras que otro dice, "habiendo Él llevado el pecado de muchos"; y aun otro dice, "Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros." Él llevó en Su cuerpo, en aquel momento, los pecados de muchos, y, como resultado de llevar los pecados de muchos, fue abandonado de Dios, y es entonces que Él clama, "Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?"
¡Qué grito el que sale del Salvador muriente! Escúchalo: "Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué Me has desamparado?" Si tú no puedes dar respuesta a esta pregunta, yo sí puedo. Él fue desamparado, ¡bendito sea Su nombre! a fin de que yo pudiera ser aceptado. Y esto es lo que dirá todo corazón que Le conozca. Él llevó el juicio de mi pecado, debido a que "Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros." He dicho hace poco que no había pecado sobre el ladrón, aunque había pecado en él. ¿Cómo es esto? Sus pecados fueron cargados sobre Cristo, fueron quitados de sobre el pobre ladrón que puso en Él su esperanza. Veo ahora los pecados del pobre ladrón llevados por el sustituto del ladrón. Aunque el moribundo ladrón era, en sí mismo, lo que era, la eficacia expiatoria de la sangre de Cristo es puesta a su cuenta, y la obra del Salvador, en la expiación de los pecados del ladrón, se hace efectiva. "Hoy," dice Jesús, "estarás conmigo en el paraíso." Adquiere el conocimiento de su seguridad eterna. Él es el primer trofeo del sacrificio del Redentor. Los pecados del ladrón son cargados sobre el Salvador, y Él hace la expiación de ellos, y los quita para siempre. "La sangre de Jesucristo Su Hijo (de Dios) nos limpia de todo pecado" (1ª Juan 1:7).
¡Con qué inenarrable interés contempló todo el cielo aquel día aquella escena, cuando el Señor del universo se transforma en el Salvador del hombre, y muere! ¿Y quién es el primer trofeo de la gracia redentora? Es un pobre ladrón moribundo—es este pobre ladrón. ¡Oh! fue realmente una escena maravillosa, al contemplar el cielo aquella cruz, y vigilar cual iba a ser el resultado. Y cuando el Pastor llegó al hogar, ¿qué traía? Había traído a la oveja perdida sobre Sus hombros, y la hizo entrar, como trofeo de Su victoria. Y ahora te pregunto a ti: ¿No vas a dejar que el Salvador te salve a ti? Él no se quiso salvar a Sí mismo; pero salvó al ladrón moribundo. Y en gracia puedo decir, Él me ha salvado. ¿No confiarás en Él? El ladrón moribundo confió en Él; yo confío en Él; y, ¡oh! te imploro que confíes en Él. Echa una mirada a aquella cruz. Ve a Jesús allí por ti. Bien escribió el poeta:
"Allí, de Su cabeza, Sus manos y pies,
La tristeza y el amor fluyen juntos;
¿Se encontraron ninguna otra vez tal amor y tristeza,
o con espinas se hizo jamás tan rica corona?"
Murió Él por mí? La fe contesta, Él murió por mí. Pecador, Él se dio a Sí mismo por ti. El pobre ladrón pensó, al orar "Acuérdate de mí cuando vinieres a Tu reino", en una bendición de un día distante—porque el Señor no ha venido aún a Su reino; pero el amor perfecto replicó: "Hoy estarás conmigo en el paraíso."
El primer hombre echado de un paraíso era un pobre ladrón, su nombre era Adán; y el primer hombre que entra en el paraíso celestial por medio de Jesús era un pobre ladrón. La gracia es algo maravilloso, y fue por la gracia soberana de Dios que el ladrón pasó aquel mismo día al paraíso. La probó por unas pocas horas en la tierra, y después, sin estorbos ya, para siempre. Yo he probado la gracia—¿no la vas a probar tú? Te imploro que recibas a este Salvador. Créele, y después sal y confiésale.