Capítulo 4: La dificultad de un dirigente; o, El nuevonacimiento — ¿qué es?

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Juan 3:1-21; 7:50-52; 19:39-42
Hay tres sitios en las Escrituras donde llegamos a conocer un poco acerca de este interesante hombre—Nicodemo. Primero en Juan en el capítulo 3, después en el capítulo 7, y otra vez aún en el capítulo 19, y creo que en estos tres lugares obtenemos ilustraciones de las posiciones espirituales de cada persona. El tercer capítulo de Juan, por lo que a Nicodemo concierne, lo leo como "medianoche." El séptimo capítulo como "crepúsculo", y el diecinueve lo califico "de día."
La medianoche es por lo general profundamente oscura. Allí es donde se halla cada persona que no ha encontrado a Jesús. Si aún no te has convertido, te hallas en la oscuridad de la medianoche, querido amigo, y allí estarás hasta que te encuentres con Cristo. Y cuando te encuentres con Él, te diré lo que va a venir después—una perfecta inundación de luz. La luz siempre viene de Dios, nunca del hombre. Dios es luz.
Entonces, dirás, "¿qué acerca del 'crepúsculo'?" En el séptimo capítulo de Juan hallaréis que Nicodemo interpone tímidamente—indirectamente—una palabra en favor de Jesús. Conozco a mucha gente de esta clase, que pondrían una pequeña palabra en defensa de Jesús, que no gustarían de manifestarse abiertamente en favor de Él. Nicodemo les dice: ¡No Le juzguéis antes de oírle! No seáis tan duros con Él. "¿Acaso eres de los Suyos?" le preguntan los fariseos. ¡Ah! Él no iba a decir exactamente tal cosa. Pero vino aquel momento del capítulo 19 en que vio al Hijo del Hombre colgando de la cruz, coronado de espinas, y con todo el mundo en contra de Él, y entonces dio el paso al frente atrevidamente, diciendo, "estoy de Su lado ahora. No me preocupa lo que el mundo diga, ni lo que el mundo haga. Estoy de Su lado." Era "de día" en su alma.
José de Arimatea fue a Pilato, y le pidió que le diera permiso para sacar el cuerpo de Jesús de la cruz, y después Nicodemo llevó cien libras de ungüentos para embalsamarlo. Ahora vio la verdad—quién era Jesús. ¿Me pregunto si habéis visto quien era Jesús? Me pregunto si ha habido jamás en vuestros corazones un deseo de conocer a Jesús. Espero que exista el deseo en vuestros corazones de conocer al Señor Jesús. Esto es lo que llevó a Nicodemo. Fue atraído a la presencia del Señor. Es totalmente cierto que fue de noche. Esperaba que nadie le vería. Era como todos nosotros. Todos somos semejantes en esto. Frente a Cristo los hombres son los mayores cobardes que uno se pueda imaginar. Un hombre se lanzará fríamente en la guerra a la boca del cañón, y correrá el riesgo de que le vuelen la cabeza con un disparo del enemigo, y en cambio temblaría como una hoja de álamo si tuviera que admitir que es un seguidor de Cristo. Cosa extraña es esta, pero muestra lo mezquinamente cobarde que es el hombre cuando se trata de Cristo. Muestra, también, donde se halla el pecador.
Este hombre fue a Jesús de noche. No hay duda de que esperaba que nadie le vería. Este es el caso frecuente, que cuando un hombre va a Jesús por primera vez, espera que nadie se enterará de nada, pero que cuando le ha encontrado quiere entonces que todo el mundo se entere. Esto es lo que hallo en todos los que tienen un sentido del perdón del Señor, y están disfrutando de la bendición de Su salvación. Entonces quieren que todo el mundo lo sepa. No que sepan acerca de ellos mismos, sino que conozcan a Cristo como el Salvador de ellos, y que como ellos aprendan a confiar en Él. Estoy perfectamente seguro de que cada cristiano aquí me apoyará en esto. No hay ningún hombre que haya aprendido a conocer a Jesús, a conocerle como su Salvador, que no quiera que todos los demás lleguen a conocerle de la misma forma. Esta es la hermosura de la cristiandad. Ved cuan maravillosamente abre y ensancha el corazón. Quisiera entonces que vosotros consiguierais lo que yo he conseguido; porque si lo conseguís, seréis inmensamente más ricos, mientras que yo no seré por ello más pobre. Al contrario, me hallo mucho más feliz, debido a que tengo alguien más con quien gozar de Cristo. Esto es lo que hace el cristianismo. Uno tiene tal tesoro, tal paz, y tal gozo en el conocimiento del Señor, que desea que otros pudieran compartir estas bendiciones. Mis queridos amigos, he estado a los dos lados de la valla. Posiblemente pocos de vosotros sean tan inconscientes e impíos como yo lo fui; pero os diré qué es lo que Dios hizo. Me tomó y me convirtió, y ha llenado mi corazón con el gozo más profundo, y ahora quisiera que conocierais el gozo que el conocimiento de este bendito Salvador imparte en el corazón.
Antes de que se puedan tener este conocimiento y este gozo tiene que sentirse la necesidad, y lo que hallo en este capítulo es esto, que Nicodemo fue al Señor total y absolutamente ignorante de la verdad acerca de sí mismo. En ocasiones anteriores hemos estado viendo que Cristo era la verdad, y la perfecta expresión de la gracia. Ahora tenemos que aprender de parte del Señor Jesús algo acerca de nosotros mismos. Encuentro en el segundo capítulo de Juan—parte del cual os leo ahora—que "muchos creyeron en Su nombre, viendo las señales que hacía." ¿Creéis que esto les salvó? Nunca. Yo no pensaría demasiado acerca de la fe de una persona que estuviera basada solamente sobre el testimonio de hechos visibles o de milagros. No os daría ningunas gracias si pudierais llenar una habitación con evidencias de la verdad del cristianismo. Es tan solamente la incredulidad que busca apoyos externos, y evidencias del cristianismo. No quiero nada de esto. No quiero nada sino la revelación de Dios en Su propia Palabra. Y gracias a Dios tenemos en ella toda la verdad. ¿Acaso querréis decirme que la cristiandad precisa de apoyos de las evidencias que los sentidos del hombre puedan presentar? Si precisa de tales apoyos de hombres, es inútil. ¡Aquí están la propia Palabra de Dios, el propio Hijo de Dios, y el propio Espíritu de Dios! ¿Qué más se necesita? Gracias a Dios, tenemos Su Palabra. Y en aquella Palabra tenemos el registro del Hijo de Dios venido en gracia a la tierra. Además, en este libro hallo a un pecador—un hombre religioso, indudablemente, pero no salvo—un hombre religioso, respetable, decoroso y de carácter, y un hombre bien instruido en las Escrituras, pero en una profunda oscuridad en cuanto a las demandas de Dios, a su propio estado—en lo que se podría llamar ceguera natural, porque allí era donde se hallaba. Este hombre viene a Cristo, precisamente cuando Jesús está diciendo, "No puedo confiarme de hombre alguno," porque "Jesús no Se confiaba a Sí mismo de ellos, porque Él conocía a todos" (Jn. 2:2424But Jesus did not commit himself unto them, because he knew all men, (John 2:24)).
La gran verdad del segundo y tercer capítulos de Juan es esta—Jesús, por así decirlo, dice, no Me puedo fiar de ti; pero tu tendrás que confiar en Mí, o perecerás. Me gusta la soberanía de Dios. Porque, como veis, tu y yo tenemos que ser quebrantados; tu y yo tenemos que acercarnos como pecadores delante de Dios. Tenemos que conocer la verdad que viene de Dios, porque si no he recibido la verdad de Dios, no la he recibido de ninguna parte. Escucho el testimonio de la verdad absoluta, y lo que ella me dice es esto: "Muchos creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía. Mas el mismo Jesús no Se confiaba a Sí mismo de ellos, porque Él conocía a todos, y no tenía necesidad que alguien Le diese testimonio del hombre; porque Él sabía lo que había en el hombre." Él sabía bien que las multitudes que seguían Sus pisadas, y que esperaban ser alimentadas por Su mano Todopoderosa un día, al día siguiente, a sangre fría, preferirían a un asesino y ladrón antes que a Él, Le pondrían malvadamente una corona de espinas en su cabeza, le escupirían, le golpearían con una caña, y le enviarían a la muerte.
Pero, diréis, "¡Bueno!, estos eran los hombres del siglo primero!" ¿Creéis que la gente de este siglo es algo mejor? Veamos. Id a la esquina de vuestra calle, e intentad predicar a Cristo. ¿Qué encontraréis? Encontraréis que la mayor parte de la gente no quiere a Cristo, ni oír de Él. Caso contrario, predicad a Cristo, y reunid un grupo de gente, y entonces el policía viene y dice: "No deben bloquear la circulación; tiene que salir de aquí." Muy bien. Nos hallamos sujetos a la autoridad, salimos de allí, bajamos tres manzanas, y allí nos encontramos con una orquesta, con un par de millares de personas ocupando aquel lugar. ¿Acaso el mismo policía les prohíbe estar allí? ¡Ah, no! Se les da permiso para que se queden. Al mundo le gusta la música; pero no ama a Cristo. Así es como es.
La verdad es que cada hombre posee una naturaleza que está opuesta, y no dispuesta, hacia Dios. Tan amargamente está opuesta esta naturaleza a Dios que "no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede" (Ro. 8:7). Ya que en los mismos resortes de tu propio ser estás opuesto a Dios, queda de manifiesto que no eres apto para Dios. Tenéis que nacer de nuevo, cada uno de vosotros. No se os puede reconstruir. No se os puede remendar. Decís que necesitáis una reforma; pero esto no será lo adecuado. Es como si se pinta un barco podrido, y se le ponen nuevos aparejos y nueva arboladura, y se le envía a la mar; quedará hundido a la primera tormenta. Tenéis que poseer una naturaleza totalmente nueva, y no la podéis conseguir de nadie más sino del bendito Hijo de Dios. El mejoramiento propio es un gran engaño. ¿Acaso no me he encontrado con amigos míos partidarios de una reforma propia? Hay huestes de personas que han tratado de reformarse. ¿Acaso no lo intenté yo mismo? Durante mucho tiempo lo intenté y, ¿cuál fue el resultado? No mejoré, por lo que lo dejé desesperanzadamente a un lado y, ¿qué aprendí entonces? Que estaba perdido. Y entonces, ¿qué? Creo que Dios me hizo pasar por el nuevo nacimiento, y que Jesús me salvó. Y esto es lo que Él hará por ti. Él no puede confiar en ti; mejor harás si tú confías en Él.
Sé que a las personas les gusta pensar que hay todavía algo de bueno en el hombre delante de Dios. Hace algunos años estaba yo predicando, en esta misma ciudad, y al terminar se me acercaron tres estudiantes—estudiantes universitarios de teología, por cierto—y me dijeron, "Quisiéramos tener una pequeña conversación con usted." "Con mucho gusto," les contesté. "Hemos oído su prédica, y no estamos de acuerdo con ella." "¿Y qué es lo que pasa con mi discurso?" les pregunté. "Bien," dijeron, "usted no ha dado al hombre apoyo ninguno sobre el que sostenerse." "Ni podía," les contesté, "debido a que no tiene ninguno. "Usted ha declarado al hombre como arruinado, perdido, e impotente, precisando de un nuevo nacimiento, y sin tener ni un punto bueno en sí mismo que le pueda recomendar delante de Dios." "Bien cierto es esto. Esto es lo que dice la Palabra de Dios." "Ah, pero es que no tenemos que permitir que el hombre caiga tan bajo." "Mis queridos amigos," les dije, "el quid es éste, que la Palabra de Dios dice que el hombre está perdido. Entonces, ¿qué bien se hace diciendo que no lo está? El Hijo de Dios dice, 'Os es necesario nacer otra vez.' ¿De qué les va a servir negarlo?" "Admitimos," dijeron ellos, "que el hombre no es lo que debería ser. Admitimos la caída; pero ciertamente hay un lado bueno en el hombre, y lo que se tiene que hacer es desarrollar y cultivar este buen aspecto."
Este era el punto de vista de ellos y, me temo yo, el de muchos, pero el Señor Jesús lo establece bien claro en este capítulo, al decirle a Nicodemo: "Lo que es nacido de la carne, carne es." Educadla: es carne educada. Refinadla: es carne refinada. Por mucho que la eduque y la refine, se trata solamente de carne. La carne no es apta ante Dios. La carne no es espíritu. Uno podrá sublimar la carne tanto como quiera, pero nunca se destilará espíritu de ella. ¿Lo comprendéis? ¿Veis que el intento de mejorar la carne es totalmente sin esperanzas? Y gracias a Dios que es así. Todos nos hallamos en el mismo caso. "Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios" (Ro. 3:23), y esto es lo que aprendió aquel religioso fariseo en la oscuridad de aquella noche de Judea: que tenía que nacer de nuevo. Tú, y yo también—con mucha probabilidad no tan religiosos como Nicodemo, tenemos que nacer de nuevo. No creo que vuestra vida ni la mía pudieran resistir la comparación con la de él. Vamos a ver, honradamente, ¿creéis que sí? Supongamos que pudiéramos poner una mirilla de vidrio en vuestro corazón, y que todos pudiéramos ver los pecados secretos de vuestras vidas que nadie conoce sino Dios y muchos de los cuales probablemente hayáis olvidado, ¿qué sucedería? Creo que pronto os escaparíais, pues no os gustaría que se conocieran los pecados y hechos secretos de vuestras vidas. Si Nicodemo necesitaba el nuevo nacimiento, ¿cuánto más no lo necesitamos tú y yo? ¿Acaso no sé yo lo que son los estudiantes? Claro que lo sé. ¿Acaso no fui yo mismo un estudiante? Sí, y conozco la vida del joven promedio. Hay una buena parte de vuestra vida que bien preferiríais esconder de los demás, y os sonrojaríais hasta las puntas de los cabellos si quedara al descubierto. Es pecado. Has vivido en pecado. Te has dedicado al pecado. Eres un pecador. Si te hallas avergonzado de que los hombres lo supieran, ¿cómo será cuando te encuentres con Dios? No eres apto para Dios. Tienes que nacer de nuevo. Esta es la verdad sin velo.
Ahora, este "hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los Judíos," vino al Señor, sintiendo que no todo le estaba bien. La religión sin Cristo nunca puede dar la felicidad a nadie. Un gran porcentaje de los llamados cristianos tienen solamente la suficiente religión para hacer que la vida sea miserable. ¿Comprendéis lo que trato de decir? Tienen nombre de que viven, tienen que mantener una apariencia, y no tienen a un Cristo que satisfaga sus corazones. Son profesantes sin ser poseedores de la verdad, y el mal testimonio en la vida de ellos es lo que pone a grandes cantidades de personas en contra del evangelio. Tenéis que tener a Cristo en vuestro corazón, o de nada sirve.
Recuerdo a uno de mis hermanos volviendo de América, donde había estado casi toda su vida. Yo era un niño cuando él partió, y habían transcurrido veinticinco años. Antes de su vuelta yo había sido convertido, y naturalmente empecé a hablarle acerca de su alma, ya que él era aún incrédulo. Después de algo de conversación, se volvió hacia mí y me dijo, "los cristianos son tan inconsecuentes con lo que profesan que me hacen tropezar." "Lo admito," le dije, "pero te voy a preguntar esto: ¿acaso mi inconsecuencia te librará del infierno?" "Tuvo que confesarme, no pensaría tal cosa ni por un solo momento". No, para la persona que toma un terreno así le tengo una respuesta sencilla. Es ésta: Vuélvete al Señor, y sé un cristiano consistente. No te creas que porque veas una falta en la vida de otro que ello te justificará en tu incredulidad. Es muy posible que puedas decir, "Conozco a alguien que profesó estar convertido, y recayó, y por ello no creo en su conversión." Muy posiblemente. ¿No habéis visto nunca un billete o una moneda falsos? ¿Acaso esto demuestra que todos los billetes y monedas son falsos? No serás tan necio como para creer esto ¿Qué es lo que demuestra un billete falso? Un billete falso demuestra que hay millones de buenos, o el falsificador no se hubiera molestado en producirlo. De forma similar, el diablo produce falsificaciones del verdadero artículo, llamado un cristiano. Cuando uno cree que un hombre inconsistente demuestra que todos son falsos, es culpable de una inmensa falta de juicio.
Voy a concederte que alguna pobre persona que tú conozcas ha tropezado y caído. Puede que hubiera sido convertida, pero no andando cerca del Señor, Satanás le ha hecho tropezar, y se ha hundido. Tú crees que no es genuino. Déjame decirte que, en el fondo, aquel hombre es mucho mejor que el hombre incrédulo que siempre ha estado pecando. Cuando la sirvienta del diablo se encontró con Pedro en el palacio del sumo sacerdote, ella le probó, y Pedro se cayó, negó y negó a su Señor. Pedro, indudablemente pensaría, "Ya todo se acabó conmigo", y todos los demás hubieran podido decir, "Ya no volveremos a oír hablar más de Simón Pedro." Pero oís otra vez de Simón Pedro—y mucho más. Tres días después compareció ante su Señor y Salvador en resurrección, y consiguió el dulce sentido de Su perdón, y siete semanas después le hallamos predicando el día de Pentecostés, cuando tres mil hombres y mujeres fueron convertidos. Sé qué es lo que dijo entonces el diablo: "Mejor me hubiera sido dejarlo solo en el palacio del sumo sacerdote; su quebrantamiento ha sido su edificación." Pedro fue recogido por la gracia infalible del Señor.
Pero ahora, ¿qué de ti, amigo mío? ¿Has pasado por el nuevo nacimiento? Si no has venido todavía a Jesús, ven ahora. Nicodemo vino de noche; pero vino a Jesús. ¿Se podrá decir esto de ti? Él vino y Le dijo, "Rabbí, sabemos que has venido de Dios por maestro; porque nadie puede hacer estas señales que Tú haces, si no fuere Dios con él." Jesús le contestó, "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios." No tenía ojos para distinguir las cosas de Dios. "Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer?" Una pregunta muy necia, pero que hizo surgir una respuesta llena de gracia. "El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios." Tú dirás, mas supongo que esto es el bautismo. No. ¿Qué conocía Nicodemo acerca del bautismo? El bautismo no era el rito judío. Es muy sencillo. Se trata de la Palabra de Dios, utilizada por el Espíritu de Dios.
Con mucha frecuencia se utiliza en las Escrituras el agua como símbolo de la Palabra de Dios. Por ejemplo, "Porque Yo derramaré aguas sobre el secadal, y ríos sobre la tierra árida: Mi espíritu derramaré sobre tu generación" (Is. 44:3). Otra vez: "Y esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados . . . y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros" (Ez. 36:25-27). Mirad en el capítulo trece de Juan, donde Jesús lava los pies de los discípulos con agua. Entonces Judas sale, y al empezar el capítulo quince el Señor dice, "Ya vosotros sois limpios", no porque haya lavado vuestros pies, sino "por la palabra que os he hablado." Es el agua de la Palabra. Evidentemente, el Apóstol Pablo habla de ello de nuevo, cuando dice, "Cristo amó a la iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra" (Ef. 5:25, 26). De nuevo leemos, "Él de Su voluntad nos ha engendrado por la palabra de verdad, para que seamos primicias de Sus criaturas" (Stgo. 1:18). También Pedro dice, "Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de la incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre" (1 P. 1:23). Es la Palabra de Dios, aplicada por el Espíritu de Dios al alma, y utilizándola en la conversión del hombre. Hallaréis esto en todos los casos.
Si estás familiarizado con un cristiano, uno que sea un cristiano de veras, lo que yo llamo un cristiano con convicción—porque hay cristianos sin convicción—si, repito, estáis familiarizados con un cristiano declarado, un cristiano con espinazo, pregúntale, "¿cómo te convertiste?" Estoy seguro de que te señalará una parte de la Palabra de Dios, y te dirá que por aquel fragmento se convirtió. Fue una porción de la Palabra de Dios que a mí me golpeó. Fue un versículo de la Biblia que nadie esperaría fuera el medio para la conversión de alguien. Fue éste: "Tú crees que Dios es uno; bien haces: también los demonios creen, y tiemblan" (Stgo. 2:19). Me diréis, "No hay evangelio aquí." Ni un poquito. "¿Cómo pues pudo convertirle?" me preguntáis. Sencillamente, me mostró que yo era un compañero de los demonios. "Tú crees que Dios es uno; bien haces: también los demonios creen, y tiemblan," me reveló en el acto que mi fe y la fe de ellos era idéntica. Ellos creían todo lo que yo creía, y yo vi claramente que ellos estaban perdidos, que estaban condenados. Supe que yo también lo iba a estar; y no me avergüenzo de confesarlo, vi la compañía en que estaba, y hui. ¿Me llamáis "¡Cobarde!"? Ojalá que tuvierais un poco de mi cobardía. Hui hacia Cristo, y Él me salvó.
¿Osarás afrontar el juicio de Dios? Me dices, no creo en tal juicio. Aun así, debes de convertirte. Cristo si creyó en este juicio, y lo llevó a fin de poderme rescatar. La Palabra de Dios es muy sencilla, y la verdad bien llana. "No envió Dios a Su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por Él." Los hombres no creen en el juicio. Pero la Escritura habla claramente de "la ira que ha de venir." El Señor ha de volver. El juicio ha de caer. Oigo el trueno del juicio de Dios en la lejanía. Dices tú, yo no lo oigo. Muy posiblemente; hay demasiados tambores demoníacos para que estés atento al distante sonido del juicio de Dios. A pesar de todos los pesares, se está aproximando. Dios "ha establecido un día, en el cual ha de juzgar al mundo con justicia, por aquel varón al cual determinó; dando fe a todos con haberle levantado de los muertos" (Hch. 17:31). Si, aquel día del juicio se está aproximando. Gracias a Dios que todavía no ha venido. Todavía es el día de la gracia. Cristo trae la salvación por la predicación, la Palabra de Dios es proclamada, el Espíritu Santo la aplica, ¿cuál es el resultado? El hombre que oye la Palabra de Dios nace otra vez. "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es," le dijo el Señor a Nicodemo (v. 6). ¿Has nacido tú del Espíritu? "¿Qué quiere decir?" me preguntarás. ¡Ah!, el mismo hecho de hacer esta pregunta quiere decir que todavía no has pasado por esta experiencia. El hombre que ha nacido del Espíritu puede decir, "Gracias a Dios, sé lo que es haber nacido del Espíritu," y probablemente te podrá decir el año, la semana, y el día, y quizás la misma hora en que tuvo lugar el cambio.
No hay duda alguna de que la afirmación del Señor intrigó mucho a Nicodemo. Nunca antes había entrado en su alma la necesidad del nuevo nacimiento. Aun entonces parece como si solamente se lo creyera a medias. Su rostro expresó un asombro inmenso, lo que le llevó al Señor a decir "No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer otra vez" (v. 7). Este inexorable os es necesario se aplica a todo el mundo; a los más eminentes y a los más humildes, a nobles y a plebeyos, a príncipes y a mendigos, a viejos y a jóvenes, a ricos y a pobres. El Señor Jesús se dirige con estas palabras a este hombre religioso, pero tienen una aplicación universal a cada alma. ¿Las has considerado? El nuevo nacimiento es una cosa real, y habrá ejercicio de alma hasta que el evangelio sea verdaderamente conocido. Quizás haya aquí alguien que se diga, "pensaba que cuando un hombre llegaba a ser cristiano se llenaba de gozo." No, no cometas un error acerca de esto. El primer efecto del evangelio sobre una persona no es el de darle gozo, sino seriedad. Se encuentra con Dios—se enfrenta con sus pecados—se enfrenta a la realidad de los juicios de Dios, y por ello el primer efecto del evangelio es el de dar gravedad al cristiano. Después sí, le llena de gozo. Cuando el Espíritu de Dios y la Palabra afectan por vez primera a un hombre, su conciencia se despierta, y se convierte en una persona arrepentida y que se juzga a sí misma. Después descubre la bondad de Dios y, viniendo al Salvador, recibe el perdón. Luego, el gozo y la paz se asientan y se profundizan según van pasando los años. De los treinta y siete años que han pasado desde que me convertí, este es el más feliz de mi vida. Cada año es mejor que el precedente, debido a que hay más de Cristo y de Su gracia en él. Cuando empecé a pensar, la conciencia estaba obrando, y vi mi falta de preparación para estar ante Dios. No fui feliz hasta que conseguí el sentimiento que el Señor me ha perdonado. Esta es la experiencia de cada uno que ha nacido del Espíritu.
Os ruego que os fijéis cuidadosamente en lo que Cristo dice: "¡Os es necesario nacer otra vez!" Dirás, ¿Cómo sucede esto? Dios lo hace de la forma más maravillosa para llegar al alma. Su actuación es maravillosamente diversa, pero siempre es por la Palabra, quizás oída años atrás y yaciendo, como semilla, olvidada en la tierra. Sé de un hombre que estaba viviendo en un lugar a seis kilómetros de donde nací yo en Devonshire. Siendo un joven de diecisiete años fue a la iglesia de Dartmouth un día, y el piadoso y anciano ministro predicó de aquel texto, "El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema (maldito). El Señor viene" (1 Co. 16:2222If any man love not the Lord Jesus Christ, let him be Anathema Maranatha. (1 Corinthians 16:22)). Salió de la iglesia, y Dios le añadió otros ochenta y tres años a su vida. Vivía aún, siendo de cien años, y se hallaba entonces en los bosques de América, un hombre muy fuerte y robusto para los cien años que tenía. Acababa de talar un árbol, y se sentó en el calor del día a descansar y a comer su almuerzo, y mientras que estaba sentado en el tronco empezó a pensar: "He tenido una vida muy larga, porque hoy cumplo los cien años." Empezó entonces a recordar el pasado, y viajó de vuelta en el pensamiento a lo largo de aquellos ochenta y tres años a la iglesia de Dartmouth, y de repente recordó el texto que el predicador John Flavel había utilizado: "El que no amare al Señor Jesucristo sea anatema. Maranatha"—maldecido cuando Él venga. Entonces aquel anciano se dijo: "No he amado al Señor Jesús. Seré maldito cuando Él venga." Era un pecador convicto y, gracias a Dios, en ese momento creyó y se transformó en un hombre convertido. Dios utilizó aquella palabra, que había estado enterrada durante ochenta y tres años en su memoria, como medio para su conversión. Este es siempre el camino de Dios, porque el hombre siempre vuelve a nacer por Su Palabra y Su Espíritu; pero con respecto al cuándo, y dónde, y cómo, "El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va: así es todo aquel que es nacido del Espíritu," porque Dios es soberano.
¿Sabéis como un incrédulo fue convertido? A Dios Le gusta convertir a infieles. Le gusta convertir a aquellos que han estado blandiendo sus puños desafiantemente ante Su rostro. Sí, en lugar de condenar a los tales, les encuentra, y les obliga en Su gracia a reconocerle. Esto es precisamente lo que quiere hacer contigo. Este incrédulo era un escarnecedor burlón, que negaba la existencia de Dios. Un domingo salió a sus tierras para pasar el rato, porque por lo general el domingo es un día mísero y aburrido para los impíos, y así era como lo encontraba este incrédulo. Salió a dar un paseo por los campos contiguos y halló su vaca favorita. La bestia, cuando vio a su dueño, se dirigió hacia él. Su mano estaba descansando en el pilón, y el animal vino y le lamió el dorso de la mano. Y fue convertido por medio de aquella vaca. ¿Cómo? ¿Acaso la vaca podía predicar? Sí, la vaca le predicó al tocarle la memoria. "El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor: Israel no conoce, Mi pueblo no tiene entendimiento" (Is. 1:3). La vaca le trajo a su memoria aquel notable versículo, que había aprendido de niño, y fue directo a su conciencia como una flecha. "Después de todo, la Biblia dice la verdad," se dijo a sí mismo. "Este animal me conoce a mí, y yo no conozco a Dios." Se convirtió allí y entonces.
El nuevo nacimiento y la conversión son siempre por la Palabra de Dios—por algún fragmento de ella. Quizás hayas sido llevado al punto de preguntar, ¿Cómo puede ser esto? Es algo muy grande cuando el hombre pregunta, ¿cómo puede ser esto? Me gusta cuando el hombre se libra de sus propios argumentos, y empieza a buscar. Nunca discuto. ¿Ni siquiera con incrédulos? No, sería malgastar mi aliento. Los argumentos todavía no han convertido a nadie, pero la Escritura aplicada por el Espíritu Santo sí. Si puedo solamente ofrecer un poco de Escritura, es como una espada, lo atraviesa todo. Si un poco de la Palabra de Dios atraviesa tu conciencia, nunca la podrás sacar. Es como un espada de dos filos. Es la espada del Espíritu, viva y poderosa. Estaba hablando con un hombre el otro día, que dijo que no creía que la Biblia fuera la Palabra de Dios. Cuando Dios se la aplique, le cortará en pedazos. Podrás decir que no tiene filo. Deja que la pruebe contigo. No tiene punta, dices. Si te atraviesa, entonces sabrás que tiene punta; porque cuando la luz de la Palabra de Dios atraviesa a alguien, le corta a través, y ve entonces que es la Palabra de Dios.
"¿Cómo puede esto hacerse?" dice Nicodemo, y Jesús le dice, "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en Él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna" (vv. 14, 15). Es muy sencillo. Jesús está aquí relatándonos la historia de Su propia muerte. Mirad a los dos "es necesario" que aparecen en este capítulo. "Os ES NECESARIO nacer otra vez" (v. 7), y "Así ES NECESARIO que el Hijo del hombre sea levantado" (v. 14). Si tú tienes que vivir, Yo tengo que morir, dice Jesús. ES NECESARIO que obtengas vida, y ES NECESARIO que Yo vaya a la muerte para darte vida. "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en Él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna." ¿Y qué significan las palabras "Todo aquel"? Significan lo que el niño le contestó al ciego, que le preguntó lo que significaban, "Usted y yo, y todo el mundo." Esto es lo que significa "Todo aquel." Dios abre los graneros de Su gracia a "todo aquel que en Él creyere."
¿Vas a creer en Él? Te pregunto, ¿vas a creer en el Hijo del hombre? Pienso que te vas a sentir como un gran necio el día de mañana, cuando el Señor tenga que decirte—He aquí un hombre que no quiso confiar en Mí, he aquí un hombre que no quiso creer en Mí. Date cuenta que Dios dice que "para que todo aquel que en Él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna." Date cuenta, se trata de una posesión presente absoluta, la posesión de la fe. La vida eterna es el don de Dios. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (v. 16). Ah, este es un hermoso versículo, Juan 3:16. Contémplalo. Empieza con Dios y termina con vida eterna. No puedes obtener vida excepto de Dios, pero, "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas TENGA vida eterna." Tú puedes poseerla. Yo la poseo. Tú tienes en este versículo el lado de Dios de la acción, y también el lado del hombre. El lado de Dios, amante y dador; y del lado del hombre—mi lado y el tuyo—creer y tener. En realidad, mis queridos amigos, el evangelio es maravillosamente sencillo. Dios, amando y dando; y el hombre, creyendo y poseyendo. Creo Su amor, creo Su gracia, creo lo que dice, creo en Su Hijo, y, ¿cuál es el resultado? Consigo la vida eterna como Su propio don de gracia. Nicodemo se fue de Jesús con su dificultad parcialmente solventada; pero no creo que precisamente entonces quedara muy feliz. Creo que su conciencia le diría, "Estoy totalmente equivocado, y nunca estaré en lo correcto hasta que crea en Él, y después ponerme de Su lado." Este es exactamente el caso contigo, si no has venido a Cristo, y si no has salido por Cristo también. Estás totalmente en error, y mi exhortación es: Deja que la luz entre, y no te avergüences de confesar al Señor Jesús. Nicodemo salió abiertamente por Jesús, cuando Él había sido crucificado, y yo espero que tú dirás, a partir de ahora: "hasta aquí ha sido medianoche para mí. Pero, gracias a Dios, ya luce la luz del día, creo en el Hijo de Dios, y he conseguido a Cristo como mí Salvador." Muchos de nosotros podemos decir esto ahora mismo; ¿No te unirás tú en la confesión de Su bendito Nombre?