Capítulo 3: El huésped de un publicano; o, Dos buscadoresy lo que cada uno halló

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Lucas 19:1-10
TODOS los lectores se darán cuenta en el acto de que en este pasaje hallamos a dos buscadores muy fervientes, y no es de sorprenderse que se encontraran el uno con el otro. Zaqueo "procuraba ver a Jesús." El Señor mismo dice que "el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido" (v. 10). Estos dos son el complemento el uno del otro. Encuentro a un Salvador buscando a un pecador, y encuentro a un pecador buscando a un Salvador. Es natural que se encontraran. Nunca he conocido a un hombre todavía, y nunca espero ver a ninguno, que realmente buscara hallar a Jesús, y que no lo hallara. No, he estado buscando, durante los últimos treinta y siete años, por un hombre en este mundo que quisiera a Cristo, y que no pudiera hallarle. Este hombre no existe.
Si quieres a Cristo, querido amigo, tengo para ti buenas noticias; Él te quiere a ti. Tú puedes contestarme, "Pero, ¿no dice la Escritura, 'No hay quien busque a Dios'?" Esto es totalmente cierto; esto es lo que dice la Palabra de Dios. "No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios" (Ro. 3:11). Esto es lo que el hombre es en su naturaleza, pero cuando la luz cae sobre el alma del hombre, le constriñe a buscar a Dios. Cuando la luz divina irrumpe en el alma del hombre—y no digo como esto llega a suceder, ¡porque Dios tiene formas maravillosas de hacer que la luz divina penetre en el alma!—le hace sentir que hay algo que no está bien con él, que hay en él un vacío, una inutilidad, una necesidad; que no se halla satisfecho. Esto es lo primero que sucede con él. Después, con mucha probabilidad, se encontrará con que tiene que encontrarse con Dios. Tendrás que encontrarte con Él, como también yo. Cada pecador tendrá que enfrentarse con Él, más tarde o más temprano. El hombre descubre que tiene que comparecer ante Dios, y lo siguiente que descubrirá es que no está preparado para ello. Deja que te pregunte, ¿Ha entrado alguna vez la luz en tu corazón? ¿Ha entrado la luz de Dios en tu alma, en las oscuras cámaras de tu corazón, amigo? ¿Has descubierto que no solamente tienes que comparecer ante Dios, sino que además no estás preparado para ello? Te diré lo que pasa; el hombre cuyo corazón ha sido iluminado entra en angustia y en agitación, y dice, ¿cómo puedo comparecer ante Dios, y dónde puedo hallarlo?
Siempre que este es el caso, Dios pone el evangelio en su camino, igual que sucede en esta notable escena que hemos leído. Aquí tenemos un hombre que estaba muy deseoso de ver a Jesús. Ahora me pregunto si Dios estuviera registrando vuestra historia—y no debéis pensar que no está tomando minuciosa nota de vuestras obras—me pregunto que, si el ángel encargado de los registros de Dios ha podido nunca escribir en la página de la historia de vuestra vida, que os halláis ansiosos de ver a Jesús. Habéis deseado mucho, y habéis querido ver multitud de cosas en este mundo. Han existido muchos deseos en vuestro corazón, y quizás hayan sido satisfechos; pero ¿ha habido en algún momento de vuestra historia un registro así escrito por Dios, de que quisierais ver a Jesús? Es un momento maravilloso en la historia de una persona cuando quiere ver a Jesús y cuando, en lenguaje llano, se lanza a la búsqueda del Salvador.
Admito de plano que bien puede haber existido, y que generalmente existe, algún tipo de preparación en el alma de la persona para su búsqueda. El corazón es avivado, o la conciencia tocada, y existe un deseo hacia Cristo. Es un momento maravilloso cuando un corazón empieza su búsqueda de Cristo. Puede ser por causa de los dolores de un corazón vacío que algunas personas son llevadas a buscar a Cristo. Otros, por su parte, son llevados a Jesús debido a los remordimientos de una conciencia culpable. Encontraréis, a través de las Escrituras, ilustraciones de ello. ¡Mirad a Nicodemo! ¿Qué es lo que lo llevó a Cristo? Su conciencia. Si tomamos a la mujer en el capítulo cuarto de Juan, ¿qué es lo que la llevó a Jesús? Indudablemente, fue el dolor de su corazón. Su corazón se hallaba vacío. Si, y hay muchos corazones vacíos esta noche. Os estáis rellenando en el mundo, pero os halláis tan vacíos como una nuez podrida, y cuando se parte la nuez— y el día del juicio se está aproximando—queda manifiesta su condición. Si sois honrados, admitiréis que vuestro corazón se halla vacío e insatisfecho. Ya sabéis lo que quiero decir. No hay satisfacción dentro de sí. Pero, ¿qué halló la mujer cuando fue al Salvador? Satisfacción en Cristo.
Ahora bien, Zaqueo fue atraído al Señor de una manera muy notable. Es indudable que había ya oído hablar de Jesús, porque el Señor había ya pasado cerca de Jericó, si no por el mismo Jericó, en una ocasión anterior. Nunca volvió a pasar por allí. Esto es lo que da a la historia su gran fuerza. El hombre tenía una última oportunidad, y la aprovechó, de entrar en contacto con Jesús. Mejor dicho, la abrazó; la agarró. Puedo comprender por qué el Señor le dijo, "Date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose en tu casa" (v. 5). Supongamos que aquel hombre se hubiera hecho el sordo, o que hubiera hecho caso omiso de la llamada del Salvador, como sabéis que muchos de vosotros aquí habéis declinado Su llamada por muchos días. ¿Cuál hubiera sido el resultado? Nunca hubiera tenido otra oportunidad. Dejadme deciros, antes de que vaya más allá, que puede ser la última vez que Dios os dé una llamada; puede ser la última ocasión que Dios os dé de oír acerca de Su bendito Hijo. Esta es la razón por la que reitero, con toda mi alma, las palabras que hemos cantado esta noche: "Decídete hoy por Cristo." ¡Qué multitud de cosas están atadas en la palabra "¡Hoy! ¡Hoy!"
Ahora bien, en la lectura de las Escrituras, es muy interesante leerlas en su contexto. Algunas veces hallaréis de que algunas circunstancias llevan al desarrollo de una parábola, y entonces se consigue una narración instructiva relacionada con la doctrina que el Señor enseña. Por otra parte, podéis encontrar que tenéis una narración llamativa, y que de ella surge una afirmación del Señor de importancia capital. Esto último, creo, es lo que tenemos en este pasaje, cuando el Señor afirma que el motivo de haber ido a la casa de Zaqueo, aquel día, era que "el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido" (v. 10).
Antes de profundizar en la narración, me gustaría por un momento pasar a fijar vuestra atención en el versículo 10. Esto es precisamente lo que Jesús nos está diciendo esta noche. Aunque no tenemos la misma clase de oportunidad de venir a Jesús como la tuvo Zaqueo, de acercarse al Señor—porque Él entonces se hallaba en este mundo—con todo esto hallamos descrita ante Dios nuestra necesidad, la culpabilidad de nuestras almas, y el estado de ellas, todo ello marcado en este versículo 10 de la forma más clara. ¿Qué dice Jesús? "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." Dirá alguno, "Pero ¿no querrá decir usted que yo estoy perdido?" No os diré que estáis perdidos, sino os diré qué es lo que dice la Palabra de Dios: "El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." Y si no eres una persona salvada por la gracia, ¿sabes dónde estás? Si alguien no se halla en el disfrute del evangelio, y si no ha recibido el perdón, entonces no tiene paz, ni vida eterna. Está todavía perdido. "Que si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto." ¿Qué? ¿Perdidos? Sí. "Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto: en los cuales el dios de este siglo (esto es, Satanás; espero que sepáis a quien seguís, si no sois de Cristo) cegó los entendimientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la lumbre del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios" (2 Co. 4:3,43But if our gospel be hid, it is hid to them that are lost: 4In whom the god of this world hath blinded the minds of them which believe not, lest the light of the glorious gospel of Christ, who is the image of God, should shine unto them. (2 Corinthians 4:3‑4)). Encuentro, entonces, la afirmación definida, dada por el Espíritu de Dios, de que el hombre que no ha recibido a Jesús como su Salvador está perdido.
Sé que hay gente que me diría, ¡Bueno! ¡Yo creía que el hombre se perdería si moría en sus pecados! No es así como lo presentan las Escrituras, en absoluto. Y diréis, ¿acaso no se perderá el hombre si muere en sus pecados? Está perdido antes de que muera; y, si muere en sus pecados, tiene que afrontar algo más; tiene que afrontar un juicio y la condenación, las consecuencias de estos pecados. No creo que sea mejor encubrir la verdad. Dios sabe lo que se extiende más allá de nosotros. No creo que el Señor Jesús hubiera venido a este mundo "a buscar y a salvar aquello que se había perdido", ni creo tampoco que hubiera ido a la cruz y hubiera llevado sobre si el juicio del pecado en ella, si no hubiera juicio ni retribución por el pecado en el futuro. Para ponerlo lisa y llanamente, la Palabra de Dios nos declara que estamos perdidos, todos y cada uno de nosotros, si es que no hemos conocido a Jesús. Hay sencillamente una palabra que nos es aplicable, ¡y es la palabra “perdido”! Y después de la muerte viene el juicio. Esta es una palabra solemne; quiera Dios conceder que cada uno de nosotros sienta el peso de ello. Sé que vivimos en un tiempo en el que los hombres nos dicen, "Dios nunca juzgará a la gente por sus pecados; Dios es demasiado bueno, demasiado bondadoso, demasiado amante para juzgarles." Bien, otra vez os repito, queridos amigos, que mejor haríamos, vosotros y yo, si oímos las palabras del Señor Jesús, y le hallamos diciendo aquí, "El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido."
Pero diréis, ¡Ah, bueno! Esto se refiere a Zaqueo el publicano, y por su ocupación—cobrador de impuestos —sabemos qué tipo de persona era. Bien, ¿crees que tu vida se compara con la de él? ¿Das la mitad de tus bienes a los pobres? Él lo hizo. Se levantará ahora alguna persona y dirá, "La mitad de mis bienes doy a los pobres." No, no podrá. Y yo no voy a ponerme en medio para decirlo, porque tampoco yo puedo. Ni tampoco espero ser salvo sobre esta base. Dice él, "He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, lo vuelvo con el cuatro tanto" (v. 8). Creo honradamente que la vida de Zaqueo se compararía favorablemente con la de cualquier persona aquí. Cada alma, sin excepción, necesita la salvación, pero no sobre esta base. El Señor sabía que Zaqueo estaba perdido, y entonces salió la gloriosa verdad: "El Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido." El hombre es un pecador perdido. Sobre cada persona, vieja o joven, rica o pobre, erudita o analfabeta, el Espíritu de Dios fija esta palabra— "PERDIDO."
Tenemos la misma verdad expuesta en el capítulo quince de Lucas por el bendito Salvador. Le hallo, en la figura del Pastor, buscando a la oveja perdida; sale a buscarla y a salvarla. La misma idea se presenta en la dracma perdida. La mujer barrió la casa hasta que encontró su moneda de plata. Y cuando el padre recibió al hijo pródigo, dijo: "Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; habíase perdido, y es hallado" (Lc. 15:24). El Señor señala aquí la verdad con respecto a la condición del hombre. Se halla alejado de Dios; ya no está con Dios. Está perdido; y si no recibe la liberación por la gracia soberana, ¿adónde va a estar para siempre? Permanece allí donde se halla. Por ello es que el Señor anuncia que Él ha venido "a buscar y a salvar lo que se había perdido." Sé que en la actualidad esta no es una doctrina muy aceptable. Pero no es cuestión de si es popular o impopular. La cuestión es si es cierta o no. Es mucho mejor conocer la verdad, debido a que, si no conozco la verdad, no puedo ver donde me hallo, no puedo conocer mi estado delante de Dios, no conozco cual es mi condición, y como consecuencia no busco el remedio para ella. Por todo ello es del mayor interés que cada uno sepa dónde se halla, y cuál es su condición a la vista de Dios. Perdido, esta es la enfática palabra que describe la condición de cada persona inconversa.
El Señor Jesús dice aquí, "El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." ¿Qué quiere decir con esto? Dejad que os lo ilustre. Estaba pasando hace unos años por la calle Princes. Era una tarde buena, soleada y brillante. Llegué a una esquina en la que una pequeñita, de unos cinco años, estaba parada. Se estaba deshaciendo en llanto, con una terrible angustia en su cara. Aquella niña era la verdadera ilustración de la desgracia. Naturalmente, aquello me tocó en el alma. "¿Qué te pasa, mi pequeña?" le dije. Ella levantó las manos, y dijo lastimeramente, "Me he perdido." Aquella sola palabra, "perdido," lo explicaba todo. Estaba lejos de su casa, sola, y perdida en este gran ciudad, sin nadie que le prestara ayuda. Esta es la situación, amigos, en la que os encontráis. Estáis lejos del hogar, y lejos de Dios. Es algo muy grande que sepáis que estáis perdidos. Me pregunté qué era lo que tenía que hacer por la niña, y pensé en llevarla a un policía, cuando me di cuenta de una muchacha de unos dieciocho años corriendo por la calle, tan velozmente como podía, y mirando a uno y otro lado, como si quisiera hallar a alguien a quien había perdido. Por fin vio a la chiquilla, y corriendo hacia ella le dijo llorando, "¡Oh, Jennie, Jennie, te he encontrado!" La pequeñita, inmensamente aliviada, se lanzó de inmediato a los brazos de su hermana, y al contemplar aquello pensé, "He aquí mi propia historia. El Salvador ha venido a buscarme y a salvarme." Aquella niña fue hallada por su hermana, y el hombre que os está hablando ahora ha sido encontrado por el Salvador. ¿Has sido tú hallado de este modo? Tengo que conocer esta verdad, que el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. ¡Oh, amigos! enfrentémonos a la verdad. Es bueno hacerlo. Es un inmenso error no conocer la verdad. Es de la máxima importancia conocer la verdad acerca de nosotros mismos, acerca de nuestras almas. Tengo que saber dónde me encuentro. Es algo tremendo poder conseguir luz acerca de cuál sea nuestro estado delante de Dios, porque la luz me muestra esto precisamente, y dónde me hallo, y me revela también qué y quién es Jesús.
Un hombre anciano me vino a ver a mi consultorio hace unos pocos años. Era forastero. "Doctor," me dijo, "¿me podrá dar algo de medicina?" "¿Para qué?" le pregunté yo. "¡Bueno, es que no me siento muy bien!" "Pero," le dije yo, "¿qué es lo que le pasa?" "Siento un poco de dolor aquí," poniendo su mano sobre su pecho. "¿De dónde viene este dolor? Déjeme ver de donde proviene este dolor." Abrió su chaqueta y su chaleco, y me reveló un gran tumor palpitante, que me indicaba que la vida de aquel hombre se hallaba en juego. "¿Cuánto tiempo hace que lo tiene?" le pregunté. "¿El qué?" dijo él. "Esto," y puse mi mano allí. "¡Vaya!" dijo, "nunca me he dado cuenta de esto. ¿Es peligroso?" "No se trata de esto," le dije yo; "¿Cuánto tiempo hace que lo tiene?" "Bueno, doctor, nunca me enterado de que tenía esto hasta ahora." "Ha estado ahí durante muchas semanas, quizá muchos meses." Él contestó, "vaya, nunca me di cuenta." Después preguntó qué era, y le dije que se trataba de un aneurisma. Me preguntó a continuación si se trataba de algo peligroso, y tuve que decirle la verdad a aquel hombre. "¿Cree que tengo mucho tiempo de vida?" me preguntó a continuación, y le dije, "¿Quiere usted saber la verdad?" "Si, quiero saberla". "Bien, no creo que le quede mucho tiempo de vida," fue mi respuesta. Entonces yo le pregunté a él, "¿Es usted creyente?" "No," me contestó, "nunca les he prestado demasiada atención a estas cosas." "Bien," le dije, "No creo que pueda usted curarse, y creo que es hora ya de que se prepare para la marcha." ¡Gracias a Dios, se preparó! Fue al hospital, allí encontró a Jesús como su Salvador, y pronto murió, preparado para encontrarse con Dios.
Quizás me diréis, "¡Usted es un médico bien raro!" ¡Bien, yo creo que lo mejor es decirle la verdad a la gente! Si no queréis la verdad, espiritualmente, no volváis para escuchar, porque lo que tenemos que decir es la verdad. La verdad es digna de todo. Y, ¿cuál es la verdad? Yo era un pecador perdido, y esto es lo que tú eres, amigo mío. Pero, por la gracia soberana, sé lo que es estar salvado, o no os estaría hablando esta noche. Sé qué es lo que pasó por la mente de aquel anciano, después de decirle la verdad acerca de su cuerpo. Fue esto: "Sé perfectamente que mis días en la tierra están contados, y sé que no estoy preparado para encontrarme con Dios. No voy a perder ningún tiempo." Y no perdió el tiempo. Fue un anciano muy sabio. Le fui siguiendo, y oí de sus últimos días. Durante estos días fue a Jesús, y murió gozándose en el amor del Salvador. Te diré la realidad, mi amigo, puede que no estés enfermo ni que vayas a morir con tanta rapidez, pero eres ni más ni menos que un blanco de la muerte para que ella te lance sus dardos. Y no me sorprendería que el arquero, la Muerte, estuviera dispuesta, con el cordel de su arco tenso por la flecha, y que, antes de que llegue la luz de la mañana, aquella flecha haya encontrado su blanco en tu corazón, y que hayas pasado a la eternidad. Dime, ¿a qué clase de eternidad irías, si el día de mañana te hallara allí? Sea que seas un joven o un anciano; un hombre que haya ya pasado la cima de la montaña de la vida, o un hombre en el principio de su juventud, pongo esta pregunta ante ti: ¿Estás preparado? ¡No, a no ser que hayas ido a Jesús! Si has ido a Jesús, entonces da las gracias a Dios porque estás dispuesto; estás salvado. "Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." Es una cosa grande para el alma descubrir la verdad de que uno está perdido. Se tiene que aprender más pronto o más tarde. La verdad tiene que hacer su propia obra en el alma.
No me disgusta la idea de estar perdido, y no hay ninguna dificultad en oír esta verdad, si juntamente con ella oigo estas palabras, "El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." Si se le dijera a un hombre que está perdido, y además que no hay ningún salvador, la cosa sería ciertamente amarga. Si no hubiera una sola posibilidad de poder volver a Dios, y si no hubiera Redentor, ni redención, sería amargo, y terrible, amigo mío. Pero Dios me dice que soy un hombre perdido y, sin interrumpirse, me presenta a un Salvador amante y viviente. Esto es precisamente lo que yo necesito. Lo que necesito, como pecador perdido, es lo que la gracia de Dios me provee—un Salvador. Y dejad que os pregunte, ¿Habéis pensado alguna vez en calma acerca del bendito Hijo de Dios que dejó Su reino en la gloria, y que vino a este mundo a buscarte a ti y a mí? ¿Le pediste nunca que viniera? Él nos dice que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Fue Su propio corazón que Le trajo. Su amor Le impulsó: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito" (Jn. 3:1616For God so loved the world, that he gave his only begotten Son, that whosoever believeth in him should not perish, but have everlasting life. (John 3:16)). El bendito Hijo de Dios se hizo hombre, y entró en esta escena para buscar, para salvar, lo que se había perdido. ¡Gloriosas noticias! Y, ¿no te ha buscado Él a ti, hombre mundano, una y otra vez? ¿No trata Él de atraerte a Sí ahora? Te diré qué es lo que ha sucedido. Hasta ahora te las has arreglado para eludir Su abrazo; te has evadido de Él; Le has mantenido a distancia. ¿Crees que esto es prudente; crees tú que estás manifestando alguna sabiduría al actuar así?
Es una cosa chocante de decir, pero bien sé que es la verdad que si uno se acerca a un hombre mundano para hablarle de la salvación de Dios le evitará. Se cuidará de uno, como si temiera que uno le fuera a infectar de viruela, o con alguna otra terrible enfermedad. Esto solamente exhibe el verdadero estado del corazón, y el poder cegador y mortal del pecado. Solamente muestra dónde se halla el pecador con respecto al Señor.
Por otra parte, Cristo es el gozo del corazón del creyente, y nada hay que sea más dulce a su corazón que oír acerca de Él. Si me encuentro contigo, y resulta que conozco a un gran amigo tuyo, que también es un gran amigo mío, lo que resulta es que nos reconocemos como unidos por un común lazo. Yo soy cristiano, y cada cristiano es hermano mío. Hace un tiempo estaba andando por un parque cuando alcancé a dos hombres. Uno de ellos decía cuando pasé por su lado, "Es dulce oír acerca de Jesús." Quedé clavado en aquel sitio. ¡Jesús! Este es el nombre de mi Salvador. Confieso que quedé atraído. Me dije, "Estos hombres tienen que ser de cierto dos hermanos míos, dos de mi misma familia." Cuando uno se encuentra con un cristiano en un tranvía, o en un tren, el corazón empieza de inmediato a caldearse. Dirás tú, "Pero mi corazón no se caldea." Naturalmente que no; tú no eres cristiano. Esta es la razón. Te diré por qué: Nunca has conocido Su gracia hacia ti como pecador perdido, pero cuando conozcas que has sido salvado, un cambio maravilloso tendrá lugar dentro de ti.
"Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido." ¿Cómo salva él? Salva mediante Su sangre preciosa derramada en precio de nuestro rescate; salva mediante la obra que Él llevó a cabo por nosotros en la cruz. La única forma en que podemos ser salvos es mediante la muerte del Salvador. El pecado está sobre nosotros; todos hemos pecado, y nuestros pecados tienen que llevarnos a juicio. Pero ¿qué es lo que ha sucedido? El bendito Señor Jesús ha ido a la cruz, llevando nuestros pecados y el juicio de Dios con respecto a nuestros pecados, a fin de podernos llevar a Dios mediante la obra que solamente Él pudo acabar. Estas son maravillosas noticias, que "el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido."
No sabéis cuánto el Señor os ama, cuánto Él desea vuestro bien. Él os quiere salvar esta noche; ¿no Le vais a dejar? Él ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. Si hay aquí, esta noche, alguna alma perdida, conscientemente perdida, puedes tenerle a Él. Pero dirás, ¿Cómo puedo tenerle? Deja que Zaqueo te muestre el camino. Fue de una manera muy sencilla que él fue a Jesús. Era un hombre rico; principal entre los publicanos; una clase de funcionario de las aduanas o impuestos. Evidentemente se trataba de un funcionario de mucha categoría, pero los publicanos, o cobradores de impuestos, no eran muy queridos en aquellos tiempos, como tampoco en la actualidad. Este hombre deseaba ver a Jesús. Sus riquezas no le satisfacían. Sabía que algo le faltaba, que algo no iba bien. Jesús había pasado antes por aquel sitio, pero Zaqueo no había aprovechado aquella ocasión. Justo antes de esto, Jesús había abierto los ojos del ciego, y este rico se dijo en su corazón "me gustaría verle." Esta es una frase notable, "Procuraba ver a Jesús quien fuese" (Lc. 19:3). Aquel hombre se hallaba ansioso. No hay duda acerca de ello. ¿Quieres ver a Jesús? Jesús era el punto de atracción para Zaqueo. Era a Jesús a quien ansiaba ver. Dime, ¿le has visto? Has oído mucho acerca de Jesús, ¿le has visto alguna vez? "¡Oh, no! dirás, no podemos verle ahora." Si tuvieras fe, fe en el bendito Hijo de Dios, Él se transformaría en una realidad para ti. La fe ve a Jesús; la fe conoce a Jesús. No hay nada más real que este conocimiento de Jesús. Es mucho más real conocer al Señor Jesús, que conocer a nadie más en este mundo, y conocerle a Él es vida eterna.
Zaqueo quería ver a Jesús, "mas no podía a causa de la multitud, porque era pequeño de estatura." ¿Es siempre este el caso? Invariablemente. El diablo siempre hará todo lo que pueda para poner obstáculos al que busque a Cristo. Si alguien dice, "quisiera ser un cristiano, quisiera tener a Cristo, quisiera conocer a Cristo, quisiera ver a Cristo, ¿cuál será el efecto? Bien, que el diablo pondrá todos los obstáculos posibles delante de su camino. Aquí era la multitud. ¿Qué tipo de multitud? Muy numerosa la de aquel día, y Zaqueo era un hombre de baja estatura; y no tengo duda alguna de que el diablo le sugirió que un hombre pequeño de estatura nunca podría alcanzar a ver por encima de las cabezas de la gente alta; y si no se hubiera hallado en tal estado de ansiedad, hubiera podido decir, "Hay cientos de personas aquí, esta no es la mejor ocasión para verle, ya esperaré a otra oportunidad." Pero no, Zaqueo se hallaba francamente ansioso, por lo que se apartó de la multitud. Vio un árbol sicómoro y, ¿pensáis que el diablo le ayudó aquel día a subir a aquel árbol sicómoro? No creo. En su ansiedad, Zaqueo se dijo, "Le deseo; tengo que ir a Jesús; deseo ver a Jesús; y Le veré, aunque tenga que subir a aquel árbol sicómoro para llevar a cabo mi propósito." Creo que veo a Zaqueo. Entonces el diablo le va a Zaqueo y le dice: "Zaqueo, si te subes a aquel sicómoro, todo el mundo se reirá de ti. Ya sabes que eres impopular; eres un recaudador de impuestos, y es el impuesto más odioso el que tú cobras—el impuesto romano. Mejor sería que no lo hicieras." "No me importa," dice Zaqueo, "esta vez lo deseo intensamente; perdí la oportunidad la vez anterior. Esta vez le veré." ¿Y qué es lo que leemos ahora? "Y corriendo delante, subióse a un árbol sicómoro para verle" (v. 4).
Se libró de aquella dificultad, y salió de la multitud. ¡Le admiro! Mira, joven, ¿cuál es tu multitud? ¿Tu dificultad? Tu dificultad para llegar a ser un cristiano es ésta: "¿Qué dirán mis compañeros? ¿qué dirán mis compañeros, si me hago cristiano? Se reirían de mí." No te preocupe esto. Cuando yo me convertí, mis viejos compañeros tuvieron un buen rato de diversión acerca de ello, riéndose de mí; pero les dije: "Queridos compañeros, yo tengo la mejor parte, creedme. Tengo a Cristo para el tiempo y para la eternidad. Estoy a salvo para el tiempo y para la eternidad. Soy feliz para el tiempo y para la eternidad. Os podéis reír tanto como queráis pero, gracias a Dios, cuando vosotros estéis ya acabando las cosas de este mundo, y no os quede nada más sino 'la paga del pecado' para toda la eternidad, yo estaré justamente empezando mi gozo." Mis queridos amigos, esta es la forma en que el diablo trata de impedir a los hombres. En algunas ocasiones le dice que no será capaz de mantenerse hasta el final; o, de nuevo, que no será capaz de mantenerse frente a las burlas de sus compañeros; o, de otra manera, le sugiere que sería una persona despreciable si empezara a seguir a Cristo, y no se mantuviera. De esta manera es como el diablo intenta impedir vuestra bendición. No le oigáis. Amigo mío, tienes que salir de todo este agobio; te imploro esto, salte de esta opresión. Habrá un hombre en este auditorio que estará ansioso, pero el diablo le estará diciendo, "Tu futuro sufrirá, no debes ser un cristiano." Contesto yo, "Mejor perder el futuro que perder el alma." "Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mr. 8:36, 37).
Bien, Zaqueo se libró del agobio de la gente; se escurrió de allí. Se libró de lo que le estaba impidiendo.
Si hay un pecador que ha quedado convencido hoy aquí, os diré lo que este hombre debe hacer. Dirá en su corazón delante de la presencia de Dios, "Me saldré de la multitud; me libraré de todo lo que me impide."
Zaqueo era un hombre que estaba dominado por una ansiedad. Corrió hacia adelante, y se subió a un sicómoro para ver a Jesús. Simplemente, se liberó de aquella opresión. En realidad, esto es lo que cada alma tiene que hacer.
La noche que fui convertido tuve una tremenda opresión en mi alma; os diré lo que era. Era solamente una semana antes de Navidad, y había adquirido el compromiso de ir de Londres a Devon, para cantar en un concierto durante las vacaciones. El asunto era el siguiente; me había comprometido a cantar canciones cómicas, y el diablo me dijo, "No podrás ir a cantar canciones cómicas si eres cristiano." Yo pensé que esto era más bien indecoroso, y me dije, "¿Cómo puedo decidirme por Cristo, y después ir, y cantar canciones cómicas?" Después el diablo sugirió que debería aplazar mi decisión de ser cristiano durante un par de semanas, que bien podría dejar pasar este corto tiempo, y podría ir y cumplir con mi compromiso, y entonces volver a la ciudad y ser un cristiano. Os puedo decir que me apremió de manera insistente con este aplazamiento. No obstante, me hallo feliz de deciros que fui aquella misma noche al Señor.
"Y qué hizo acerca del concierto." Escribí al director diciéndole que había sido convertido, y que, si iba al concierto, tendría que cantar acerca de Cristo; y que me temía que ello no iría de acuerdo con su concierto. La gente preguntó por qué no estaba en el concierto, y el director dijo que había sido convertido, y entonces mis viejos amigos dijeron que me había puesto mal de la cabeza. Pero no, queridos amigos, la verdad es que me había puesto bien en mi corazón. No estaba entonces mal de la cabeza, ni lo estoy ahora, en tanto que os hablo la verdad en amor a vuestras almas, y os digo que os quiero para Cristo. Quiero que cada uno de vosotros aquí esta noche diga, por la gracia de Dios, "yo estoy por Cristo." Nunca lo lamentaréis. Hace ya treinta y siete años que estoy en el camino de la gloria, y nunca me he arrepentido de mi decisión por Cristo, ni por un solo segundo. ¿Lamentarlo? ¡Ser cristiano es la cosa más grande debajo del sol! Si no eres cristiano, bien puedes avergonzarte de ello. Ahora Zaqueo estaba inquieto, y ¡quisiera Dios que vosotros estuvierais también dominados por tal inquietud! No tengo duda alguna de que subió a aquel árbol con este pensamiento en el corazón, "espero que nadie me vea." Esto es lo que nuestros corazones dicen al principio, hasta que entramos en el disfrute de la gracia de Cristo. Entonces, cuando el amor de Dios entra en el corazón, y se conoce la salvación, queremos proclamar a todo el mundo acerca de ello. Esto es siempre lo que sucede. Cuando alguien llega a conocer a Cristo como su Salvador, entonces quiere que todo el mundo lo sepa.
Y, ¿qué sucedió después? Cuando Jesús llegó al sitio, miró arriba, y allí le vio. Zaqueo esperaba que nadie le vería. El trataba de ver a Jesús, y al pasar Él a través de la multitud, su deseo quedó satisfecho; vio al Salvador. Hombre feliz. En aquel momento, "Jesús, mirando, le vio" (v. 5). ¡Ah, amigo! Él tiene Su vista también sobre ti. Jesús le vio y dijo entonces, "Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose en tu casa" (Lc. 19:5). Él sabía lo que había en el corazón de Zaqueo. Él sabe lo que hay en tu corazón; Él sabe exactamente qué es lo que quieres y cuál es tu deseo. ¿Sabe Él que tú Le quieres? ¿Quieres ser de Él? ¿Quieres ser lavado en Su sangre? Entonces libérate de los obstáculos para ir a Él.
"Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose en tu casa." Esta es una palabra maravillosa: "¡Hoy!" Ah, amigo, no la desprecies.
¡Hoy! Esto es precisamente ahora, donde tú te encuentres en este momento, y el bendito Salvador te dice, "Hoy es necesario que pose en tu casa." Él quiere tu corazón para Sí. Él quiere tu corazón lleno del conocimiento de Su propia gracia, y te llama a que te des "prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose"—Jesús el Salvador—"en tu casa." ¿No es esto dulce? Yo, Jesús, el Salvador viviente y amante, debo posar en tu casa. ¿Qué hizo entonces Zaqueo? "Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso." No lo retrases. No lo dejes para mañana. No digas, pensaré acerca de esto; le daré mi mejor reflexión; repasaré este asunto cuidadosamente, me gustaría algún día ser cristiano. ¡Alto, amigo mío! Esto no va a ser suficiente. El Señor dice, ¡Hoy! Si lo retrasáis un día más, podría ser que vuestra suerte fuera la de aquella señora, que había sido convencida a ir a un local a oír hablar a un predicador muy bien conocido. Las realidades de la eternidad quedaron desnudas ante su alma, y ella quedó profundamente impresionada, porque su diario reveló después que ella había pensado volverse al Señor. Después de relatar que había estado en el salón, oyendo al tal predicador, su diario de aquel día contenía estas palabras: "Estoy decidida a abandonar el mundo y dar mi corazón a Cristo de aquí a doce meses, y llegar a ser cristiana." Pero su conciencia no quedó satisfecha con doce meses. Para un alma inmortal, el retraso de doce meses constituye un pesado riesgo, creedme. Debajo de esta nota se hallaba escrito, "A seis meses de hoy, estoy decidida, abandonaré el mundo y hacerme de Cristo, y dar mi corazón a Cristo." Es evidente que su conciencia no la dejaba en paz, y por tercera vez registró su deseo, "De aquí a un mes estoy decidida a dejar el mundo, y dar mi corazón a Cristo." Evidentemente, su conciencia se quedó apagada ante la perspectiva de una decisión en el espacio de treinta y un días, y se retiró a la cama. A la siguiente mañana hallaron a aquella señora muerta en su cama. Querido amigo, Dios te dice, "Hoy." Jesús dice, "Hoy." "Date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose en tu casa."
Y, ¿cuál fue la respuesta de Zaqueo? Leemos que "Él descendió aprisa, y le recibió gozoso" (v. 6). Bendita actitud. Bendita decisión. "Le recibió gozoso."
Y preguntaréis, "¿Cómo podemos recibirle nosotros? Él Señor Jesús no está ahora aquí en la tierra como lo estaba entonces, y no le podemos recibir de la misma forma que lo hizo Zaqueo." Si queréis recibirle, la Palabra de Dios os muestra el camino: "A todos los que Le recibieron, dioles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en Su Nombre" (Jn. 1:1212But as many as received him, to them gave he power to become the sons of God, even to them that believe on his name: (John 1:12)). La forma en que recibimos a Jesús es al creer en Su Nombre. Si queréis recibirle, Él está dispuesto a recibiros. Creed vosotros en Su Nombre, y Cristo será vuestro, y vosotros de Cristo. Pero la rama del sicómoro está demasiado lejos de Cristo, y le dice a Zaqueo que descienda. Su corazón es obediente a la llamada, y desciende, y Le recibe gozosamente. La gente murmuró que Él fuera a ser huésped de un hombre que era un pecador. Me gustaría que vosotros adoptarais la misma actitud de obediencia a Cristo esta noche. ¿Cuál sería el resultado? Ved. ¿Qué es lo que dice aquí? "Hoy ha venido la salvación a esta casa." Es una salvación actual, debido a que es la salvación de Dios incluida en la persona de Jesús. Hoy ha venido la salvación a esta casa. Es una salvación actual; una salvación perfecta; una salvación personal. Es una salvación contenida en la persona del Señor Jesucristo, y en el momento que recibes al Señor Jesucristo eres una persona salvada. Has recibido la salvación de Dios. ¡Qué tesoro a poseer en un mundo que yace en la muerte! La muerte ya no tiene más dominio sobre el creyente.
El hombre que recibe a Jesús recibe vida eterna en el mismo sitio donde se halla, y el Salvador le susurra: "Hoy ha venido la salvación." No le dice que está viniendo. Hay mucha gente que dice, "La salvación se está acercando." Perdón: la salvación ha venido. Os diré qué es lo que se está acercando: el juicio se está acercando. La salvación ha venido en la Persona de Cristo, y el hombre que recibe a Cristo tiene la salvación. ¿Puede haber algo más sencillo? "Hoy ha venido la salvación a esta casa." El corazón que recibe a Jesús puede cantar "Tengo un Salvador." No tengas temor de confesarle. La dificultad con la que tienen que enfrentarse muchas almas es confesar que han recibido a Cristo. No tenéis que esperar hasta mañana para confesarle. Tenéis el presentimiento de que, si Le confesáis, la gente se reirá de vosotros. Que esto no os preocupe; ¿a quién le preocupa esto? Es un tipo muy débil el que no puede soportar nada por causa de Cristo. Es un hombre muy pobre el que no puede mantenerse por Cristo, y tomar su sitio por Jesús en el mundo. Tened en cuenta esto, que, si vuestra alma dice, “estoy del lado del Señor”, hallaréis que el Señor os sostendrá, y encontraréis que Él os ayudará. ¿Hay un tal joven en esta estancia esta noche? Sea Dios alabado por cada hombre que se decide por Jesús, y quiera Dios que podáis hacerlo ahora mismo. Encontraréis entonces lo que Zaqueo halló. El Salvador encontró al pecador, y le salvó. El pecador había recibido gozosamente al Salvador. Cada uno halló lo que buscaba, y cada uno se gozó en tener al otro. ¿Has buscado y hallado tú al Salvador?
Nuestra vida acabará, cual las hojas caerá,
Cual el haz se ligará,—busca a Dios.
Vuela cada día veloz, y volando da su voz:
"Ven a dar tu cuenta a Dios"—busca a Dios.
Coro
Busca a Dios, busca a Dios;
Entre tanto tengas tiempo, busca a Dios.
Si te atreves a esperar, Dios la puerta cerrará;
Te dirá: "Es tarde ya",—busca a Dios.
Pierde el hombre su vigor, se marchita cual la flor,
Desvanece cual vapor,—busca a Dios.
Como el río a prisa va hasta entrar al vasto mar,
Vas así a la eternidad,—busca a Dios.
Clama a Dios de corazón con sincera contrición,
Por Jesús Dios da perdón,—busca a Dios.
Si no escuchas al Señor, si desprecias su perdón,
Te acarreas perdición,—busca a Dios.