Capítulo 10: La fe — ¿qué es?

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Romanos 10
QUIERO hablaros un poco acerca de la fe—lo que es, y a lo que lleva. Es mucho lo que en este capítulo nos habla acerca de la fe, y se nos dice en el versículo 17 que "la fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios."
Dios está ahí; y otro pasaje de las Escrituras nos dice que "Es necesario que el que se acerca a Dios crea que Le hay, y que es galardonador de los que Le buscan" (He. 11:6). Ante todo, tengo que tener en mi alma la convicción de que Dios existe. Puede ser que tú digas, "No Le conozco." Esto es totalmente cierto, y la pregunta es, ¿Cómo puedes conocerle? No puedes aprender de Él por la naturaleza, pero se revela a Sí mismo por Su Hijo y por Su Palabra. "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo" (Heb. 1:1, 21God, who at sundry times and in divers manners spake in time past unto the fathers by the prophets, 2Hath in these last days spoken unto us by his Son, whom he hath appointed heir of all things, by whom also he made the worlds; (Hebrews 1:1‑2)). La gran cosa de la que aferrarse es esta: que Dios ha hablado. Lo que tú y yo tenemos que hacer es escuchar, y estoy seguro de esto, que, si escuchas, creerás, porque la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios. Si oyes a la voz de Dios, ella hará efecto sobre ti, producirá una marca verdadera y profunda en ti—una marca que la razón no producirá, porque la razón puede apartar a un hombre de Dios, y a menudo lo hace; pero la fe, el producto de la recepción de la Palabra de Dios, siempre lleva al hombre a Dios.
Las Escrituras están repletas de ejemplos de fe, y de lo que la fe puede hacer. Recordad, viene "por el oír, y el oír por la Palabra de Dios." En esta afirmación queda contenido el verdadero valor para el alma del sonido de la bendita Palabra del mismo Dios. Alguien podrá preguntarme, ¿Qué es la fe? No creo que os pueda definir la fe, pero os leeré un pasaje, que creo que nos da una perfecta definición de la fe. Se halla en el tercer capítulo del Evangelio de San Juan. Allí encuentro estas palabras referentes al Señor Jesucristo: "El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla." El que viene de arriba puede decirnos cuales son las cosas que Le complacen a Aquel que está arriba; mientras que el que es de la tierra—tú y yo— tal como yo lo comprendo, cada uno de nosotros podría hablar acerca de la tierra, aunque quizás no podríais decirme ni una palabra acerca del cielo. Pero continuemos: "El que viene del cielo, es sobre todos. Y lo que vió y oyó, esto testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, este testifica; y nadie recibe su testimonio. El que recibe su testimonio, este atestigua que Dios es veraz" (Jn. 3:31-3331He that cometh from above is above all: he that is of the earth is earthly, and speaketh of the earth: he that cometh from heaven is above all. 32And what he hath seen and heard, that he testifieth; and no man receiveth his testimony. 33He that hath received his testimony hath set to his seal that God is true. (John 3:31‑33)). ¡Qué cosa más notable! Ante todo, tienes que recibir lo que el Señor dice de ti. No hay una sola persona cristiana que no confiese que se vio obligado a hacerlo. El corazón humano se dispone de forma natural en contra de Dios, pero la fe acepta su testimonio. "El que recibe su testimonio, este atestigua que Dios es veraz." Aquí es donde creo yo que conseguimos una definición de lo que es la fe.
Dios nos ha hablado por Su Hijo el Señor Jesús, y el hombre que recibe Su testimonio "éste atestigua que Dios es veraz." Esto es la fe. ¿Qué evidencia se tiene de la verdad de lo que se aduce? preguntáis. ¡Nada en absoluto! No hay evidencia de los sentidos, ni la fe la demanda. Pregunta a cualquier persona que sea creyente, pregunta a cualquiera de tus amigos que hayan nacido de Dios por la gracia, y que les han sido abiertos los ojos para conocer lo bendito que es el amor de Dios, y el valor de la sangre redentora de Cristo, y el gozo de saber que son salvos—pregúntales que cómo llegaron a saber que eran salvos, y ellos te dirán que fue al dar crédito a Dios de decir la verdad, al aceptar Su Palabra como cierta, lo cual es fe. La razón humana y la sabiduría de las palabras no pueden obrar la fe; esta viene por escuchar la Palabra de Dios. Quizá queráis que aclare bien este punto. No puedo hacer esto. No puedo ponerlo claro a la mente de nadie, y os diré por qué, porque el evangelio es divino. Viene de Dios, y ninguna mente humana puede explicarlo; y ninguna mente humana lo va a recibir. La fe es el resultado de oír la Palabra de Dios, y el Espíritu de Dios obrando en el corazón. La Palabra de Dios atraviesa el corazón, le convence, le convierte, y le da nueva vida de algún modo. Él no sabe cómo, pero sus ojos se abren, y él cree. "La fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios."
¡Esta fe sencilla es algo muy bendito! Pone al alma totalmente en contacto con Dios. Eres puesto en relación con Dios. Verdaderamente, tienes que encontrarte con Él más pronto o más tarde. Es en vano que el hombre trate de evitarlo. La incredulidad y el escepticismo de este siglo puede que te lleve a decir, "Quizás no haya Dios, y no tendré que comparecer ante Él." No te equivoques en esto, pues tendrás que comparecer ante Él antes o después. Eres una criatura responsable—un pecador. Constituye la esencia de la responsabilidad que la criatura, el hombre, tenga que comparecer ante Dios, su Creador, más tarde o más temprano. ¿Por qué no comparecer ante Él ahora? ¿Por qué no conocerle ahora? La aversión que los hombres tienen a esto muestra que hay algo que está radicalmente mal. El pecado ha producido relaciones tirantes, distancia, y terror de Dios, y cuando uno intenta llegar a un hombre con el evangelio, y quiere poner ante él las benditas cosas de Jesucristo, el entrevistado se atemoriza o se indigna ante ello en contra de uno. Se mete en su concha, como si estuvieráis a punto de infligirle una gran herida. Esto simplemente demuestra que hay una repugnancia natural en el corazón del hombre en cuanto a tener que ver con Dios. No lo niego. Es perfectamente cierto. Puedo recordar la época cuando había repugnancia en mi propio corazón frente a las cosas del Señor Jesús. Gracias a Dios aquel día ha pasado, y ahora estoy en el transcurso más feliz de la vida porque llegué a conocer al Dios viviente como mi Salvador. Si aquellos que no conocen al Señor ni a Su salvación se hallan esta noche aquí, espero que puedan aprender de la propia Palabra de Dios el camino de la salvación de Dios, y cuan bendita y sencilla es. "La fe es por el oír, y el oír por la Palabra de Dios."
Ahora, observad cómo se abre el capítulo. En el primer versículo hallo al Apóstol Pablo diciendo: "Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón y mi oración a Dios por Israel, es para salvación." En este versículo se ve la salvación como aquello que el Apóstol ansiaba que fuera conocido por Israel, y la salvación es lo que tú y yo necesitamos. ¿Por qué? Porque la verdad desnuda referente a la condición del hombre es que el hombre está perdido. El hombre es un pecador perdido. No vamos a equivocarnos en cuanto a esto. Hay solamente dos clases de personas en este mundo—los salvados y los perdidos. No hay ningún terreno intermedio, ninguna etapa intermedia en ningún sitio de las Escrituras. El Señor Jesucristo expuso esto con claridad en Sus propios días. Recordaréis el capítulo quince de Lucas, donde Él habla del Pastor en búsqueda de la oveja perdida; en segundo lugar nos da la ilustración de una mujer que barrió la casa diligentemente en búsqueda de la moneda de plata porque estaba perdida; y en tercer lugar, cuando el hijo llega de vuelta a la casa del padre, el padre le vio de lejos, corrió a encontrarle, le besó, y le hizo entrar en casa diciendo, "Comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado." Tres veces hallo la solemne descripción de la condición del hombre: perdido.
Pero en un contraste bendito con la terrible condición del hombre, tenemos la actividad de Dios—el Hijo, el Espíritu, y el Padre. El Hijo busca la oveja perdida, el Espíritu libra al vagabundo de la muerte que había caído sobre él, y el Padre recibe al perdido, cuando regresa de nuevo. No tenemos tres parábolas, sino una sola. "Les refirió esta parábola," dice. ¿Por qué? Porque estaba llevando a cabo la actividad de Su amor, del amor de Dios, sobre el hombre, el pecador perdido. El evangelio me halló como hombre perdido, y me convenció de mi perdición, y cuando acepté el puesto que Dios me asignaba, Él me salvó al momento.
La condición en la que el hombre se halla hace absolutamente necesario que tenga que nacer de nuevo. No es reforma lo que precisa, sino un nuevo nacimiento. La reforma no es suficiente. ¿No he visto yo a muchos jóvenes intentando reformarse? ¿No lo intenté yo mismo? Recuerdo bien un tiempo cuando me hallaba en un lecho de dolor, cuando pensé que estaba muriendo; y estuve bien cerca de ello. Bien recuerdo que, cuando me di cuenta de que podría morir pronto, y sentí mi falta de preparación para morir, que me volví al Señor y clamé, "Si me guardas la vida, Te serviré." Dios dio respuesta a mi oración, y me recuperé de mi enfermedad; pero después de aquello me volví aun más un hijo del infierno. Como veis, yo iba a volver una página nueva. Lo intenté por un tiempo, pero el hecho era que yo era un pecador perdido, y que el diablo era demasiado fuerte para mí, y que pronto fui peor que nunca. El hombre no tiene fuerza en sí mismo. Tiene que ser llevado más pronto o más tarde a este punto—y tú también tendrás que llegar—al punto de reconocerte que eres un pecador, impío, sin fuerza, y por ello una persona perdida.
La gente me dice en ocasiones, "Creía que un hombre estaba perdido si dejaba este mundo en sus pecados, y pasaba de esta manera a la eternidad." No es esto lo que dicen las Escrituras. Cuando una persona pasa a la eternidad sin el conocimiento de Dios, os diré qué es lo que halla: que está condenado. Encuentra que tiene que ser juzgado por Dios, y no puede escaparse de aquel juicio. Todos los hombres se hallan ahora perdidos, y esto es lo que Pablo dice, "Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación." Este era precisamente el deseo que llenaba mi corazón hacia vosotros al tener estas reuniones, y poder estrechar las manos, gozosamente, con aquellos que han sido salvados, porque sé que hay muchos entre vosotros que se hallan ya del lado del Señor. El deseo de mi corazón y oración a Dios es, que tú puedas ser salvo esta noche, si no lo has sido todavía, y la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios.
¿Has oído la palabra de Dios, y te has inclinado ante ella, creyendo lo que ella te dice? No te pido que creas ni una de mis propias palabras. Quiero que creas la Palabra de Dios. Verdaderamente, estoy tratando de desarrollar esta Palabra, y hacerla simple, y me place mostrarte que la salvación es lo que el evangelio lleva a una criatura perdida, impotente, e irrevocablemente arruinada, como tú o yo. El evangelio me encuentra tal como soy, y después que me ha encontrado tal como soy, me muestra lo que Cristo es, y lo que Él ha hecho por mí. Si tú lo crees, obtendrás lo que yo tengo—la salvación mediante el bendito Hijo de Dios.
Observa qué es lo que el Apóstol Pablo dice aquí acerca de Israel: "Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia." Creo que todavía hay muchas personas en esta categoría. Tienen celo de Dios. Tienen mentes muy atentas, y no todos los jóvenes son descuidados. Creo que a los estudiantes se les considera como a un grupo descuidado. Esto es muy cierto en la mayor parte de los casos, pero una gran cantidad son celosos. Una gran proporción de los que han venido a escuchar lo que digo son personas con celo de Dios. El Apóstol dice, "les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a conocimiento." Ahora bien, un hombre está haciendo lo mejor posible para ser salvo. Tiene celo, pero no conforme a conocimiento. ¿Estáis trabajando ansiosamente tratando de enmendar vuestros caminos, y hacer lo que creéis necesario para vuestra salvación? Os doy testimonio de vuestro celo, pero no es conforme a conocimiento, porque el hombre que tiene sus ojos abiertos a la verdad ha aprendido esto: que no puede hacer nada.
El Apóstol sigue diciendo, "Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios." ¿Qué significa esto? Que el hombre es ignorante de lo que Dios ha hecho, y que es ignorante de lo que Dios ha proveído mediante el Señor Jesucristo. Dios puede ahora justificar a un pecador que cree en Jesús, en justicia, porque Él ha sido justificado acerca de los pecados del pecador por la muerte de Jesús, y Su justicia se ha manifestado en levantar a Jesucristo de los muertos, y en la salvación de aquel que confía en Él. Pero el que trata de establecer su propia justicia se halla exactamente en la misma posición que un joven que fue en una ocasión a un monasterio. Era un joven de noble rango, y de espléndida fortuna. Como muchos otros en esta posición, pensaba que disfrutaría de la vida, y pronto se vio presa de todas las diversiones de un mundo como este. Muy pronto terminó su dinero, y perdió a sus amigos. Es cosa extraña esta, pero cierta, que cuando tienes abundancia de dinero eres el mejor amigo de todos; pero cuando te empobreces, y has gastado tu dinero, y tu vestido se envejece, y tu sombrero está desgastado, entonces, aquellos que acostumbraban a considerarte tan buen amigo, ya ni te conocen. Pasan ciegamente a tu lado, o pasan al otro lado de la calle, y giran los ojos, no sea que te acercaras a ellos. ¿Por qué? Porque ya no puedes darles nada, y ellos nada tienen para ti. Esto es el mundo, y este pobre chico lo descubrió entonces. El resultado es que su mente se ejercitó en ello y que Dios le habló. Llegó al final de sus recursos, y después Dios le habló, y entró en una profunda ansia por la salvación de su alma. Estaba convencido de pecado. Descubrió que era un pecador. Había pecado contra Dios. Así lo hemos hecho tú y yo. El sentido de pecado se había arraigado en su conciencia, y creyó que la única cosa que podía hacer era entrar en un monasterio, por lo que anduvo cientos de kilómetros a fin de salvar su alma culpable.
Anduvo a aquel monasterio, mendigando su comida por el camino, y por el viaje llegó a parecer la misma figura de la miseria. Desgreñado y mal alimentado, por fin llegó al monasterio. El portero salió al oír su llamada, y le preguntó qué quería. "Quiero ver al Padre Superior," le dijo. "Bueno," dijo el portero, dando un portazo ante sus narices, y cerrando la puerta. El Padre Superior, un anciano y bondadoso monje, salió a la puerta. "Bien, hijo mío," le preguntó, "¿qué es lo que quieres?" "Padre mío," le contestó el joven, "Deseo que me dejen ingresar. Quiero ser monje en este monasterio." "¿Por qué?, le preguntó el anciano. "He vivido una vida malvada," y a continuación le contó la historia de su perversa vida, "y ahora," añadió, "espero que no sea demasiado tarde. Espero que podré expiar mis pecados, y escapar al justo juicio de Dios." El anciano escuchó, y cuando llegó al final de su historia, le dijo, "¡Hijo mío, es demasiado tarde!" "¡Oh, padre!" le clamó el joven, "déjeme entrar. Haré los trabajos más duros, y ejecutaré cualquier penitencia que pueda ordenar, a fin de expiar mis pecados." "Hijo mío, es demasiado tarde." "¡Oh, no me diga que es demasiado tarde!" le dijo: "Hijo mío, es demasiado tarde. Todo lo que te propones hacer, ya lo ha hecho Otro antes que tú." El anciano conocía el evangelio. Conocía el amor de Cristo, y le relató al joven la sencilla historia de Cristo, y de la cruz, donde el inmaculado Hijo del Hombre expió los pecados de los pecadores. Le habló de lo que Pablo expone aquí: "la justicia de Dios", cómo el Sustituto sin pecado había muerto en lugar y a causa del culpable pecador. Le relató la historia del evangelio, como espero contártela esta noche a ti.
¡No te dediques a tratar de establecer tu propia justicia! Vas demasiado tarde. Esta obra ha sido llevada a cabo por Otro, que ha estado sobre esta tierra, y que en la cruz terminó la obra por medio de la cual Dios ha sido glorificado, y el pecado quitado de en medio. Jesús, el Amigo de los pecadores, ha muerto por nosotros, y nada sino Su preciosa sangre puede lavar nuestros pecados, tus pecados. ¡Qué insensatez, entonces, la de los que "ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios; porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree"! ¿Qué me mandaba la ley hacer? La ley me ordenaba ser santo. Yo no lo era. La ley me mandaba ser justo, y yo no lo era. La ley me ordenaba amar a Dios con todo mi corazón, y alma, y mente, y fuerzas; pero esto no lo he hecho. Me ordenaba amar a mi prójimo como a mí mismo. Yo no lo he hecho. ¿Tú lo has hecho? ¿Crees tú que vas a conseguir la salvación por este camino? La probabilidad es nula. ¿Has amado a Dios con todas tus fuerzas? ¡Bueno, dejemos esto! ¿Y qué de tu prójimo? ¿Le has amado como a ti mismo? Lo dudo.
Pero me dirás a mí, ¿Está usted salvo? Si, gracias a Dios, lo estoy, pero no sobre esta base. No hace mucho que la casa de mi vecino se incendió. Era tarde, por la noche, y yo estaba fuera, atendiendo a un paciente, en un hotel cerca de mi residencia. Mientras visitaba a este paciente, llamaron a la puerta, y cuando salí de la habitación, un camarero me dijo, "Doctor, su casa se ha incendiado." Naturalmente, bajé las escaleras, y salí del hotel con toda la velocidad que me daban las piernas, porque mi querida esposa estaba muy enferma, y estaba pensando en ella. Cuando salí, pude ver lo que creí ser el tejado de mi casa todo encendido, y os puedo decir que mi corazón lo tenía en la garganta. Al correr cuesta arriba alguien me encontró y me dijo, "No es su casa, doctor, sino la de su vecino." "Gracias a Dios," exclamé. ¿Pensé de mi vecino como de mí mismo? No, no lo hice. Pero aquella expresión salió muy honradamente. No sentía que no fuera mi casa, aunque lo sentí por mi vecino. Nunca podría llegar al cielo si dependiera de amar a mi prójimo como a mí mismo.
Queridos amigos, nunca obtendréis salvación de esta manera. No intentéis este camino. La ley puede maldecir, pero no puede salvaros. La justicia legal del hombre es un engaño. Abandonad todos los pensamientos de tratar de reparar la distancia entre vuestra alma culpable y Dios. Ved como Dios la ha reparado en Cristo. Ved como Dios la ha reparado, y ha cubierto el abismo que el pecado había abierto, y ello mediante la muerte de Jesús. "Por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas." La ley solamente proponía larga vida al hombre sobre la tierra. Nunca le ofreció la vida eterna. No, la oferta de la gloria eterna viene a través del Hijo de Dios. La ley proponía una vida dilatada sobre la tierra; el evangelio da al creyente asociación con el Salvador glorificado, a la diestra de Dios. "Por la ley Moisés escribe así: El hombre que haga estas cosas vivirá por ellas." Vivirá por ellas, si continúa en ellas, y si falla tendrá que llevar la pena. Esto es precisamente lo que la Escritura dice—"El alma que pecare, ésta morirá" (Ez. 18:4). Esto significaba que los padres no morirían por los pecados de sus hijos, ni los hijos por los pecados de los padres. Cada uno moriría por sus pecados. El hombre que pecara sería el que moriría.
Ahora bien, el evangelio propone la vida eterna a los que, aun habiendo pecado, y merecen morir, se inclinan ante la justicia de Dios. "La justicia que es por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo a Cristo)." ¿Por qué no debo decirlo? Porque Él ha bajado. El amor le hizo bajar. Ni tu oración ni la mía, ni ningún clamor hicieron bajar a Jesús. Admito que nuestra necesidad se hallaba evidente ante Sus ojos y Su corazón, pero Su amor fue lo que Le hizo descender del cielo para buscarnos. Ni digas en tu corazón "¿Quién descenderá al abismo? (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)." No, esto tampoco, porque Cristo ya ha subido. Él en Su amor descendió, fue a la muerte, y la anuló, y ha vuelto a levantarse de entre los muertos. El amor Le hizo bajar, y ha sido levantado por la justicia. ¿Veis? El amor y la justicia son las dos cosas que aparecen en el evangelio—el amor de Dios y la justicia de Dios. Estas son las dos columnas sobre las que descansa todo el volumen del evangelio. Reposa sobre estos dos maravillosos pilares—el amor y la justicia de Dios. El amor entregó al Hijo de Dios, y Le envió a la tierra a que muriera en lugar del pecador, y la justicia Le resucitó, porque había glorificado a Dios infinitamente al morir por el pecado y por los pecadores.
El amor y la justicia, que constituyen los dos grandes pilares de la fe cristiana, brillan por su ausencia, por lo menos uno de los dos, en todas las otras religiones debajo del sol. Justo investigad si lo que os digo es cierto o no. De cierto que estaréis bien familiarizados con la mitología de los paganos. ¿Había mucha santidad en ella? Sabéis bien que casi todos los dioses de los griegos y de los romanos eran concupiscencia deificadas. ¿Quién era Baco? ¿Quién era Venus? Sabéis que eran concupiscencias deificadas. La santidad no se hallaba allí. Por otra parte, ¿dónde se hallaba el amor? Ahí tenéis a Júpiter, una deidad totalmente rencorosa, y a Marte, el dios de la guerra. Estos son solamente una muestra de los muchos dioses de los paganos, y son en cada caso la creación en las mentes de los hombres de lo que ellos creían que Dios tenía que ser, y en la religión de ellos faltaban o el amor o la justicia. Si admitían la concupiscencia, no juzgaban el pecado. Si juzgaban el pecado, no había amor. Ahora bien, lo atractivo del evangelio de Cristo es que, mientras que Dios es Amor, también es Luz; y en tanto que juzga el pecado totalmente, ama al pobre pecador de forma infinita. Antes de que llegue el día del juicio, cuando Él tendrá que juzgar el pecado eternamente, y el pecador no perdonado tendrá que llevar el fruto y las consecuencias de su pecado, Su propio bendito Hijo ha venido a esta escena, y en amor ha muerto en la cruz. Su obra consumada, la expiación cumplida, y la redención conseguida, Él ha sido resucitado de los muertos en toda justicia para nuestra justificación. Las demandas de Dios se han cumplido todas. La justicia de Dios y el odio del pecado han sido confrontados en el juicio de la cruz. "Al que no conoció pecado, por nosotros Lo hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en Él." Y ahora el peor pecador que mira a Jesús como su Salvador, es hecho salvo.
¿Pero qué dice este evangelio? "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos." ¿No es bien sencillo? Me escribía hace poco un joven, y me decía que había estado escuchando muchas voces. Le pregunté qué voces eran, y dijo que voces de hombres; los meros resultados de los cerebros humanos. Y en este caso estas voces habían llevado a este joven a un lamentable agnosticismo, que solamente trajo tristeza y angustia a su corazón y conciencia. El nihilismo no da a los afectos nada en lo que alimentarse. El evangelio de Dios os da Cristo. Amigo, tú y yo tenemos que escuchar la voz de Dios, y cuando la escuchemos tendremos la verdad. "Cerca de ti esta la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos." ¿Qué dice esta palabra? "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo."
¿Hay alguien en este auditorio que quiera ser salvado? ¿Hay alguien en esta reunión que realmente quiera ser salvo? Si quieres ser salvo, puedes aprender la sencilla verdad de cómo, si hemos de creer lo que dice la Palabra de Dios, puedes ser salvado ahora. Dios desea que puedas ser salvo. Si alguien desea ser salvo, que preste atención. Primero de todo, notad las dos cosas que se deben de hacer: (1) "Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor." Creo que esta es difícil; porque la confesión de la boca no se refiere, creo yo, a levantarse en una reunión como ésta y confesar a Cristo, sino al andar diario—"Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y (2) creyeres en tu corazón que Dios Le levantó de los muertos, serás salvo." La segunda cosa es muy sencilla. En ocasiones le llamo a este pasaje de Romanos "Un evangelio sencillo para almas sencillas." Es verdaderamente bien sencillo. Si yo nunca hubiera sido convertido, creo que debería serlo esta noche. Creo que debería serlo poniéndome de pie aquí ahora. Con tanta claridad veo lo que el evangelio dice que tengo que creer. El Hijo de Dios ha venido a esta escena, y murió el Justo por los injustos y, al morir, ha cumplido las demandas de Dios hacia mí. Él ha ido a la cruz, y Aquel que no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado, y Dios cargó sobre Él todas nuestras iniquidades. Fue abandonado por Dios, a fin de que nosotros pudiéramos ser aceptados. Por nosotros murió. Dios Le ha levantado de los muertos, y puedo ver el efecto de Su muerte con respecto a Dios. Cumple las demandas de Dios. La resurrección de Jesús constituye la demostración de que las demandas de Dios han sido todas satisfechas por Su muerte. En el banco de la tesorería del cielo ha sido depositado el precio de mi redención; lo creo en mi corazón, y sé que soy salvo.
"Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios Le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación" (vv. 9, 10). Observa que primero es el corazón, y después la lengua. No se trata de trabajo de la cabeza. Esto no es lo que aquí cuenta. En zoología, geología, fisiología, todo es trabajo de la cabeza, pero cuando se trata del conocimiento del Señor, se trata del corazón. Todos vosotros tenéis corazones, dejad que Cristo os los llene. Pensad en Su amor—¿No creéis en este bendito Señor? ¿Me preguntáis si creo? Sí, creo en Él desde el fondo de mi corazón; creo que Él me amó y, como dice el Apóstol Pablo, "el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gá. 2:20). ¿Cuál es el resultado de conocer y creer esto? Que la lengua se suelta. Cuando el corazón de una persona queda tocado, cree, y después confiesa a Cristo. "Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación." Es sumamente sencillo. "Se confiesa para salvación." Primero uno se pone a bien con Dios en su corazón, y a continuación con los hombres con la boca. Tu lengua exalta a Cristo. El hombre que es salvo se lo dice a otra gente. Se goza en hablar de la gracia de Cristo, y de dar la gloria a Cristo. No hay crédito para sí mismo. Todo es para la gloria de Cristo.
Tú crees en Él en tu corazón, y con tu boca se hace confesión para salvación, porque la Escritura dice, "Todo aquel que en Él creyere no será avergonzado." Dios no supone que el hombre que cree en Su amado Hijo va a avergonzarse de Él, y si cualquiera de vosotros ha hallado al Señor como su Salvador, y habéis aprendido que Su sangre ha lavado vuestros pecados, y que os ha librado del juicio que ha de caer, no os avergoncéis de confesarle. "Todo aquel que en él creyere no será avergonzado" es una buena palabra. No hay porque avergonzarse. El hombre que ha creído nunca será avergonzado; pero para el hombre que no tiene a Cristo no queda nada ante sí sino una terrible vergüenza. Se avergonzará de sí mismo; se avergonzará de haber perdido la luz; se avergonzará de que cuando tuvo una oportunidad de aceptar a Cristo, no Le aceptó. Es mucho mejor ser de Él ahora, y cada uno de vosotros puede serlo, "porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico con los que Le invocan; porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (vv. 12, 13).
Observad bien este versículo con el que termino: "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?" Es algo muy sencillo y bendito, este "Todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo." Pero algunos lo dejan hasta que es demasiado tarde. Lo admito, Dios puede encontrar a un hombre, como lo hizo un pobre hombre que soñó que Le encontraba al caer de su caballo, y que se quebraba el cuello al caer—
"Entre la silla y el suelo
Misericordia busqué y hallé,"
explicó después ligeramente. Sí, invocó el nombre del Señor, tenía la salvación segura; pero no os fieis de la idea de que tenéis mucho tiempo por delante. ¿No Le invocaréis ahora? En la quietud de vuestra habitación esta noche volveos, e invocad el nombre del Señor.
Creed en Él ahora, porque no Le invocaréis a no ser que creáis en Él, y no creeréis en Él a no ser que hayáis oído de Él, y oír habéis oído. "¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!" (vv. 14, 15). Este es un hermoso círculo. Primero de todo, Dios envía al predicador, el pecador oye; al oír, cree; el evangelio de la paz pasa primero a su corazón, y después sale a su boca, y dice, "Señor, creo." Es como apretar el botón de un timbre eléctrico, el circuito se cierra. Quiero que el circuito se cierre esta noche. ¿Cómo se va a cerrar? Mediante la fe, porque la fe "es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios."
Simplemente, recibid lo que el Señor os ha mostrado, y entonces el timbre de vuestro corazón y de vuestros labios resonará. Queda completado el circuito. El Señor envía la Palabra—el evangelio de la paz; lo creéis al oírlo, obra en vuestro corazón. Decís, Señor, creo, y entonces Le confesáis ante los hombres, con vuestra boca, para salvación.
El Apóstol añade aquí: "Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?" Y yo os pregunto, ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Quién en este auditorio ha creído al anuncio del Señor Jesucristo? El hombre que confiesa con su boca y que cree en su corazón es sabio. De nuevo, dejadme repetir, "la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios." ¿Tenéis fe en Aquel bendito, que murió y volvió a resucitar? Si es así, confesadle osadamente.