Azarías o Uzías, Rey de Judá - 2 Reyes 15:1-7

2 Kings 15:1‑7
 
2 Crónicas 26 nos da la historia detallada de Azarías o Uzías, quien sucedió a Amasías, su padre. Su madre era de Jerusalén. Su reinado fue largo, comenzando cuando aún era muy joven. “E hizo lo que era correcto a los ojos de Jehová, según todo lo que su padre Amasías había hecho. Sólo que los lugares altos no fueron quitados: el pueblo todavía sacrificaba y quemaba incienso en los lugares altos”, siempre el estribillo habitual para Judá, al igual que con los becerros de Jeroboam para Israel. El profeta Miqueas alude a estos dos personajes para explicar el juicio de Dios sobre su pueblo. “Porque la transgresión de Jacob es todo esto”, dice, “y por los pecados de la casa de Israel. ¿De dónde viene la transgresión de Jacob? ¿No es de Samaria? ¿Y de dónde están los lugares altos de Judá? ¿No son de Jerusalén?” (Miq. 1:5).
Nuestro relato del reinado de Uszzías contiene el mismo hiato que ya hemos notado con respecto a Amasías. Al igual que la idolatría de este último, el pecado de Uzías, reportado en 2 Crónicas 26, se pasa por alto en silencio. Hemos dicho anteriormente que la razón es evidente. Se trata de poner de manifiesto, sin debilitarlo por el relato de sus faltas y de sus inconsistencias, la piedad de los reyes de Judá, contrastando esto con la idolatría de los reyes de Israel que clamaban al Señor por venganza. Aquí encontramos solamente: “Y Jehová hirió al rey, de modo que fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó en una casa separada” (2 Reyes 14: 5) sin que se mencionara la causa de su juicio.
De hecho, Uzías, bendecido al principio por su fidelidad, pero envanecido por el enorme éxito de su carrera, había pensado que podía usurpar el lugar del sumo sacerdote al ofrecer incienso sobre el altar de oro. Este acto puede recordar la rebelión del levita, Coré, mucho antes, que quería tomar el lugar de Aarón. Pero con Uzías este mal tenía otro carácter. La idea de su dignidad, de su considerable importancia como rey, lo llevó a él, el poder civil, a usurpar la autoridad religiosa. Este pecado forma uno de los numerosos elementos de la cristiandad actual. El Señor juzga a Uzías golpeándolo con lepra. Es expulsado del templo por los sacerdotes y permaneció excluido de la congregación de Israel hasta su muerte. Esta autoridad, de la que estaba tan orgulloso y cuyo honor no había atribuido al Señor, se le quitó y se confió a su hijo Jotam años antes de su muerte. Era imposible tolerar las pretensiones carnales, una contaminación terrible cuando uno las traía a la casa de Dios, y Uzías muere, separado de las bendiciones de esta casa por haber ignorado la dignidad del sumo sacerdocio (tipo de la de Cristo), que el Señor había establecido allí.