Apocalipsis 3

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El Trono
(Apocalipsis 4)
En medio de la ruina de la iglesia en su responsabilidad y el fracaso de los que han tratado de ajustarse a la mente del Señor en un tiempo de ruina, es una gran consolación que hay una escena a la que la fe puede volverse en la que nuestros afectos pueden desparramarse libremente y todas nuestras asociaciones ser puras y venturosas. Una escena así es la que se desarrolla delante de nosotros en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis.
Nada podría ser más tenebroso o desolador que la última fase de la iglesia profesante tal como se presenta al final del capítulo 3. Allí encontramos aquello que profesa el Nombre de Cristo en la tierra jactándose de sus riquezas, satisfecho con su condición, y sin embargo no sólo indiferente acerca de Cristo, sino en realidad rechazando a Cristo, de modo que Cristo es hallado fuera de la puerta. Como en la antigüedad, cuando la nación de Israel selló su suerte rechazando a su Mesías, y su casa les fue dejada desierta, así sucede con la Cristiandad, que está sellando su suerte rechazando a Cristo, y bien pronto será escupida de Su boca. Así es la solemne imagen de Apocalipsis 3, el cumplimiento de lo cual vemos desarrollándose en la actualidad a nuestro alrededor.
En una condición de cosas así, ¡qué alivio para el corazón pasar en espíritu a las escenas expuestas en los capítulos 4 y 5. Al comienzo de estos capítulos hemos dejado la tierra con su puerta cerrada contra Cristo para encontrar una puerta abierta en el cielo para los que pertenecen a Cristo. No es una gran dificultad que nos cierren las puertas a la cara en la tierra si tenemos una puerta abierta para nosotros en el cielo, y una invitación a subir y a entrar por ella. Al entrar, dejamos atrás la escena en la que los hombres dejan a Cristo en nada, para encontrarnos en una escena en la que Cristo es todo en todos.
Para comprender el Libro de Apocalipsis, hemos de recordar la triple división dada por el Señor a Juan tal como se ha registrado en el capítulo 1:19, donde al apóstol se le dice: «Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas». En la visión de Cristo hemos visto la primera de estas divisiones—lo que Juan había visto. En las siete iglesias, presentando todo el período de la iglesia, tenemos la segunda división: «las cosas que son». Desde Apocalipsis 4 en adelante tenemos la tercera división: «las cosas que han de ser después de estas», después del final de la historia de la iglesia sobre la tierra.
(V. 1) El primer versículo de esta sección comienza con la expresión «después de esto», y de nuevo al final del versículo leemos de «las cosas que deben suceder después de éstas». Evidentemente, estas palabras hacen referencia a la tercera división y nos introducen a la parte estrictamente profética del libro.
Nos ayudará a comprender estas profecías el tener ante nosotros las principales subdivisiones de esta tercera sección de Apocalipsis. Parecen ser como sigue:
Primero, los capítulos 4 y 5, que son introductorios, dándonos una visión de las cosas del cielo, a fin de poder aprender la actitud de Dios para con acontecimientos a punto de tener lugar en la tierra, y contándonos también cuál es, durante estos acontecimientos, el lugar de los santos de esta era, y de eras anteriores.
Segundo, en los capítulos 6 hasta 11:18 tenemos una serie de acontecimientos, que ocurren en sucesión, y que cubren todo el período entre el arrebatamiento de la iglesia y la aparición de Cristo para establecer Su reino.
Tercero, en los capítulos 11:19 hasta 19:10 somos instruidos en cuanto a importantes detalles relacionados con líderes y acontecimientos que tienen lugar durante este período.
Cuarto, desde los capítulos 19:11 hasta 21:8, se reanuda el orden de acontecimientos interrumpido en capítulo 11:18, desarrollándose ante nosotros el futuro desde la manifestación de Cristo y a través de los días mileniales, hasta el estado eterno.
Quinto, en los capítulos 21:9 hasta 22:5 se nos devuelve retrospectivamente a aprender detalles adicionales acerca de los santos celestiales en relación con la tierra durante la era milenial.
Volviendo a la consideración de la primera subdivisión, observamos que el gran tema del capítulo 4 es el Trono de Dios, mientras que el capítulo 5 se ocupa del Libro en el que están registrados todos estos acontecimientos. Por tanto, debemos aprender que detrás de todo lo que tiene lugar en la tierra está el trono soberano y predominante de Dios, y que cada acontecimiento tiene lugar según los consejos firmes de Dios.
Cuando la corrompida iglesia profesante haya cerrado la puerta a Cristo en la tierra, se descubrirá que hay una puerta abierta en el cielo a través de la que la verdadera iglesia, como Juan, puede pasar para estar con Cristo en el cielo. Aquel que llama a Juan de la tierra al cielo queda identificado con Aquel que habló al principio de las siete iglesias. Y, como sabemos, es el mismo Señor. Del mismo modo, será la propia voz del Señor la que nos llamará para encontrarnos con Él en el aire.
La perspectiva desde la que veamos las cosas marcará una enorme diferencia en cuanto a la forma en que las consideremos. Somos invitados, como lo fue Juan, a pasar en espíritu a las escenas celestiales y a contemplar todo lo que ha de tener lugar en la tierra, desde el punto de vista del cielo. Somos partícipes del llamamiento celestial, y debemos contemplar estos eventos venideros como hombres celestiales. Si no se conoce el llamamiento celestial de la iglesia y no se acepta la posición celestial, fracasaremos en la correcta interpretación de estos acontecimientos venideros al ocuparnos y distraernos con los acontecimientos actuales en el mundo que nos rodea.
(Vv. 2-3) El resultado inmediato del llamamiento fue que Juan «estuvo en espíritu». Lo mismo que Pablo, cuando fue arrebatado al tercer cielo, no estaba consciente de su cuerpo. Estaba totalmente absorto por las grandes visiones y temas del cielo. Estaba allí como testigo para dar testimonio a la iglesia de todo aquello tal como le era revelado. Pablo, cuando fue arrebatado al Paraíso, «oyó palabras inefables que no le es permitido al hombre expresar». En cambio, a Juan se le manda escribir «las cosas» que vio, y se le ordena: «No selles las palabras de la profecía de este libro» (Ap 1:19; 22:10). La diferencia parece residir en que Pablo ve las cosas que pertenecen al círculo íntimo de la casa del Padre, mientras que Juan, aunque nos guía verdaderamente a escenas celestiales y nos habla de cosas celestiales, se trata sin embargo de acontecimientos relacionados con la tierra. Es nuestro feliz privilegio sacar provecho de lo que Juan ha escrito de las cosas que vio y oyó. Así, podemos pasar en espíritu a esta escena celestial, respirar su puro aire y obsequiar nuestras almas con las cosas que hablan de Cristo. En toda esta gran escena no hay nada que ministre a la carne ni que nos distraiga de Cristo.
Lo primero que vemos es un trono; además, el trono está «colocado en el cielo». El trono es el emblema del gobierno y de la autoridad; la garantía de orden, bendición y seguridad por todo el universo. La caída fue en realidad un reto al trono; el pecado es rebelión contra el trono; la incredulidad es la negación de la existencia del trono; la soberbia aspira al trono, y el diablo se enfrenta al trono. ¡Qué bendición, entonces, después de seis mil años de rebelión contra el trono, pasar al cielo y encontrar el trono «colocado en el cielo», asentado, inconmovido e inconmovible, de modo que podemos con razón decir que en este pasaje el gran tema es la gloria del trono de Dios.
Incluso ahora gobierna el cielo, aunque de una manera oculta. Nuestro gran Sumo Sacerdote «se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos», y desde este trono Él vive siempre para interceder por los santos según van pasando por este mundo (He 7:25; 8:1). Para el creyente, el trono es un trono de gracia. Desde el trono que ve Juan, está a punto de empezar el juicio. En la actualidad abunda el mal, prevalece la iniquidad, y el mundo se va señalando más y más con violencia y corrupción, y Dios tiene gran paciencia con el mal para dar lugar a los hombres para que se arrepientan, y para dar a conocer Su gracia. Sin embargo, la fe sabe que, detrás de todo esto, el trono de Dios se mantiene inconmovido en el cielo. La conciencia de que Dios está detrás de todo, y de que Su trono permanece con toda la gracia disponible para los santos, con todo su poder intacto frente al mal de los hombres, mantendrá el alma en la calma del cielo mientras camina en medio de la agitación de la tierra.
Además, había «Uno sentado en el trono». Esta gloriosa Persona no es descrita, pero se emplean piedras preciosas como símbolos para exponer Su gloria. Hemos de recordar que Dios es visto en relación con el trono. Lo que tenemos ante nosotros no es el corazón del Padre revelado por el Hijo que moraba en el seno del Padre, sino la gloria de Dios expuesta en Cristo sobre un trono en relación con el gobierno del universo. Las piedras preciosas son símbolos que exponen el resplandor de la gloria divina en gobierno. Se ve en el cielo aunque no está aún manifiesto sobre la tierra. Sobre la tierra vemos el mal gobierno del hombre y la paciencia de Dios. Si el resplandor del trono se hubiese manifestado sobre un mundo pecaminoso, habría implicado el juicio para todos. La visión nos lleva más allá del día de la gracia a un tiempo en el que la iglesia habrá sido arrebatada al cielo, a lo que seguirá el resplandor del trono, refulgiendo en juicio sobre la tierra.
Además, Juan ve «un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda». Sabemos por Génesis 9 que el arco iris nos habla del pacto eterno entre Dios y todas las criaturas vivas sobre la tierra. Nos habla de bendición para la tierra asegurada por la promesa divina, pero de bendición después de juicio. El arco iris sale después de la tempestad, así como la promesa de Dios de bendición sigue cuando ha pasado el juicio del diluvio. El arco iris que rodea al trono es la señal segura de que habrá bendición para la tierra más allá del juicio de las naciones.
(V. 4) Alrededor del trono, Juan ve veinticuatro ancianos; y sobre los tronos «veinticuatro ancianos.» Queda claro que los ancianos no representan seres angélicos por el versículo undécimo del siguiente capítulo, donde encontramos a los ángeles descritos como una compañía distinta de pie alrededor de los ancianos. El número veinticuatro parece ser una alusión a los veinticuatro órdenes del sacerdocio instituido por David para los «príncipes del santuario». En tiempos de David estaban investidos de carácter regio y sacerdotal y representaban a todo el sacerdocio (1 Cr 24:5). Los santos de nuestro tiempo tenemos el carácter de «real sacerdocio» para anunciar las alabanzas de Dios (1 P 2:9). De este modo, los ancianos parecen simbolizar a los santos del Antiguo Testamento así como a la asamblea, en su integridad, asociados con Cristo en la gloria. Cristo es contemplado sobre Su trono, dispuesto a reinar, y los santos son vistos con Él en Su reinado—porque está entronizado, y ellos también están entronizados. Son designados como «ancianos», lo que significa madurez espiritual. Ya no más «conocen en parte»; son inteligentes en la mente del cielo. No son contemplados como espíritus separados, sino que tienen cuerpos glorificados revestidos de vestiduras blancas, lo que hace referencia a su carácter sacerdotal (Éx 28:39-43). Sobre sus cabezas hay «coronas de oro», lo que se refiere a su carácter regio. Han terminado su peregrinación terrenal en la que sufrieron por Cristo; ahora están coronados, para reinar con Cristo.
Sólo tenemos que seguir las alusiones a los ancianos a lo largo de Apocalipsis para ver cuán verdaderamente representativos son de los santos en gloria:
Primero, encontramos a los ancianos en el cielo asociados con el trono antes del inicio de los juicios. No están en la tierra; no pasan por los juicios, ni han venido procedentes de la gran tribulación, a diferencia de la multitud de santos vestidos de ropas blancas que se describe en el capítulo 7, sino que se encuentran en el cielo antes del comienzo de los juicios.
Segundo, son una compañía de redimidos, como aprendemos por el capítulo siguiente, versículos 8-10.
Tercero, son una compañía de adoradores, como aprendemos de los capítulos 4:10; 5:14; 11:16 y 19:4.
Cuarto, son una compañía inteligente de santos, que conocen la mente del cielo (v. 5 y 7:13-17).
(V. 5) El carácter del trono queda claramente indicado por la solemne declaración de que «del trono salían relámpagos, y voces, y truenos» (V.M.). Los relámpagos y los truenos son acompañamiento del juicio, no símbolos de misericordia y de gracia. En la actualidad mana la misericordia del trono de la gracia. En el día milenial manará un río de agua del trono de Dios y del Cordero, llevando bendición a la tierra. En el solemne intervalo entre el final del día de la gracia y el comienzo de la gloria del Reino, el trono estará ejecutando juicios sobre las naciones, lo que es apropiadamente simbolizado por relámpagos y truenos.
Además, el apóstol ve «siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono, las cuales son los siete espíritus de Dios». Aquí, ciertamente, tenemos una simbólica representación del Espíritu de Dios en Su plenitud, pero presentado en relación con el fuego del juicio, lo que nos hace recordar que Dios va a limpiar eliminando toda inmundicia, tanto en Israel como en el mundo, «con espíritu de juicio y con espíritu de devastación» (Is 4:4). Los que hoy rehúsan a Aquel que habla con gracia desde el cielo descubrirán, en el día venidero, que «nuestro Dios es fuego consumidor» (He 12:29).
(V. 6) Delante del trono hay «como un mar de vidrio semejante al cristal». Delante del santuario, en tiempos de Salomón, había un mar de agua para uso de los sacerdotes (1 R 7:23-26). Aquí el mar se ha tornado de vidrio como cristal, símbolo de la pureza fija y absoluta del trono. En el cielo no puede entrar nada que contamine.
(Vv. 6-8) Finalmente, el apóstol ve en medio del trono y alrededor del trono «cuatro seres vivientes». Parecen ser símbolos de los agentes del gobierno de Dios. Son cuatro, lo que probablemente indica lo completo del gobierno de Dios, que va a los cuatro puntos del globo. «Llenos de ojos» simbolizaría la plenitud del discernimiento en el gobierno de Dios, a quien nada se le oculta. El león, el becerro, el hombre y el águila volando pueden significar que el gobierno de Dios será caracterizado por la fuerza, firmeza, inteligencia y celeridad en la administración. Sin cesar dicen: «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir». Dan testimonio de que el gobierno de Dios es santo, de un poder irresistible y de carácter inmutable. Los agentes del gobierno de Dios vendrán a ser ocasión de gloria y gratitud para Aquel que está sentado en el trono para siempre jamás.
(Vv. 9-10) Además, el gobierno de Dios suscitará la adoración de los santos, que usan las coronas que Cristo les ha dado para reconocer su perfecta sumisión a Él. Echan sus coronas delante del trono y reconocen que el Señor es digno de recibir la gloria, el honor y el poder, porque Él es el Creador de todo, y por Su voluntad todas las cosas existen y fueron creadas. El pecado ha desfigurado la bella creación, de modo que ahora toda la creación gime y sufre dolores de parto; pero los santos en el cielo, que poseen la mente del Señor, pueden discernir y ver que todo el mal será confrontado en juicio, de modo que otra vez Dios pueda tener placer en Su creación, como en la antigüedad, cuando fue acabada la obra de la creación, y «Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (Gn 1:31).
Así que, como introducción a los juicios venideros, somos llevados al cielo para ver en el cielo el trono del juicio, inamovido por la maldad humana; para ver la gloria de Aquel que está sentado en el trono; para aprender por el arco iris que todas las promesas de Dios para la bendición de la tierra seguirán a los juicios del trono; para aprender que los santos de las edades anteriores y del presente período estarán a salvo en el cielo antes que caigan los juicios; para aprender que los juicios del trono serán ejecutados en la plenitud del Espíritu y en conformidad a la perfección del gobierno de Dios, y que como resultado de ello, el Señor será adorado y alabado como el Creador; y toda la creación, limpiada de todo mal, volverá a ser de nuevo para Su placer. Recordemos que estas cosas están escritas para que ya ahora podamos entrar en ellas por la fe, y ser así guardados en perfecta calma mientras estamos en un mundo sumido en confusión.