Aaron y sus hijos lavados y ungidos

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Éxodo 29; Efesios 1:13-14
Ya hemos hecho notar que Aarón y sus hijos representan a Cristo y a la Iglesia; mas aquí vemos que Dios da el primer lugar a Aarón: "Y harás llegar a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo del testimonio, y los lavarás con agua" (v. 4). El lavado del agua hacía que Aarón viniera a ser, típicamente, lo que Cristo es por sí mismo, es decir, santo. La Iglesia es santa en virtud de su unión con Cristo en una vida de resurrección; Cristo es la definición perfecta de lo que ella es delante de Dios. El acto ceremonial de lavar con agua figura la acción de la palabra de Dios (véase Efesios 5:26).
"Y tomarás el aceite de la unción, y derramarás sobre su cabeza, y le ungirás" (v. 7). Aquí se trata del Espíritu Santo; mas es preciso hacer notar que Aarón fue ungido antes de que la sangre fuese derramada, porque nos es presentado como el tipo de Cristo, quien en virtud de lo que era en su propia persona, fue ungido del Espíritu Santo mucho antes de que fuese cumplida la obra de la cruz. Por otra parte, los hijos de Aarón no fueron ungidos hasta después de ser esparcida la sangre. "Y matarás el carnero, y tomarás de su sangre, y pondrás sobre la ternilla de la oreja derecha de Aarón, y sobre la ternilla de las orejas de sus hijos, y sobre el dedo pulgar de las manos derechas de ellos, y sobre el dedo pulgar de los pies derechos de ellos, y esparcirás la sangre sobre el altar alrededor." (La oreja, la mano y el pie, son enteramente consagrados a Dios, por el poder de la expiación cumplida y por la energía del Espíritu Santo). "Y tomarás de la sangre que hay sobre el altar, y del aceite de la unción, y esparcirás sobre Aarón, y sobre sus vestiduras, y sobre sus hijos, y sobre las vestiduras de éstos; y él será santificado, y sus vestiduras, y sus hijos, y las vestiduras de sus hijos con él" (vvss. 20-21). En lo que concierne a la Iglesia, la sangre de la cruz es el fundamento de toda bendición. La Iglesia no podía recibir la unción del Espíritu Santo, sin que antes su cabeza (Cristo) resucitado no hubiese ascendido al cielo, y depositado sobre el trono de la Majestad el testimonio del sacrificio que Él había cumplido. "A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, levantado por la diestra de Dios, y recibiendo del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís" (Hechos 2:32, 33; véase Juan 7:39; Hechos 19:1-6). Desde los días de Abel hasta ahora, ha habido almas regeneradas por el Espíritu Santo, almas que han experimentado su influencia, sobre las cuales ha obrado, y a las cuales ha calificado para el servicio; pero la Iglesia no podía ser ungida por el Espíritu Santo antes de que su Señor hubiese entrado victorioso en el cielo, y recibido para ella la promesa del Padre. Esta doctrina está enseñada de la manera más directa y absoluta en todo el Nuevo Testamento; y estaba prefigurada ya, con toda su integridad, en el tipo que meditamos, por el hecho de que, si bien Aarón fue ungido antes de la aspersión de la sangre, sus hijos sin embargo no lo fueron ni podían serlo sino después (vvss. 7-21).
Pero el orden de la unción seguido aquí nos enseña otra cosa además de lo concerniente a la obra del Espíritu y a la posición de la Iglesia. La preeminencia del Hijo nos es también presentada. "Amaste la justicia y aborreciste la maldad: por tanto te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de gozo sobre tus compañeros" (Salmo 45:7; Hebreos 1:9). Es preciso que los hijos de Dios mantengan siempre esta verdad en sus convicciones y experiencias. La gracia de Dios ha sido manifestada, ciertamente, en el hecho maravilloso de que pecadores culpables y dignos del infierno se hallen ser llamados los "compañeros" del Hijo de Dios; pero no olvidemos jamás la expresión "sobre." Por íntima que sea la unión, y lo es tanto como los consejos eternos de la gracia podían hacerla, es sin embargo necesario que Cristo "en todo tenga el primado" (Colosenses 1:18). Y no podría ser de otra manera. Cristo es el Jefe sobre todas las cosas; Jefe de la Iglesia, Jefe de la creación, Jefe de los ángeles, Señor del universo. No hay ni uno solo de los astros que se mueven en el espacio que no le pertenezca, y del cual no dirija los movimientos; ni uno solo de los gusanillos que se arrastran sobre la tierra, que no esté bajo su ojo siempre abierto. Es "Dios sobre todas las cosas" (Romanos 9:5); "el primogénito de toda criatura" y "de los muertos" (Colosenses 1:15, 18; Apocalipsis 1:5); "el principio de la creación de Dios" (Apocalipsis 3:14). "Toda la parentela en los cielos y en la tierra" (Efesios 3:15) debe ponerse debajo de Él. Y esta verdad es reconocida con gratitud por toda alma espiritual; más aun, la sola enunciación de estas cosas hace estremecerse a todo corazón cristiano. Todos los que son conducidos por el Espíritu se regocijarán a cada nueva manifestación de las glorias personales del Hijo; de la misma manera que no podrán tolerar cualquier cosa que se levante para atentar contra esas glorias. Cuando la Iglesia sea elevada a las más altas regiones de la gloria, su gozo será de postrarse a los pies de Aquél que se humilló para elevarla hasta unirla a sí mismo, en virtud del sacrificio cumplido por Él, y que habiendo plenamente respondido a todas las exigencias de la justicia de Dios, puede satisfacer todos los afectos divinos, uniendo su Iglesia a sí mismo, como fiel objeto del amor del Padre, y en su gloria eterna de hombre resucitado. "Por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos" (Hebreos 2:11).
FIN