7) Fracaso en tener sobriedad y reverencia en la Cena del Señor: Capítulo 11:17-34

1 Corinthians 11:17‑34
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En este punto de la epístola, el apóstol pasa a referirse a los asuntos de la asamblea cuando se reunían para el culto y el ministerio. Dice: “En primer lugar, cuando os reunáis en asamblea...” (traducción J. N. Darby). Como se mencionó anteriormente, esta frase aparece siete veces a lo largo de los siguientes capítulos, indicando que ahora está tratando desórdenes que tienen que ver con los santos cuando están juntos “en asamblea”. Es significativo que antes de hablar del ministerio en la asamblea, que es el ejercicio del don, se refiera a su comportamiento en la Cena del Señor. Esta es la esfera del sacerdocio donde se ofrece la alabanza y la adoración. Puesto que la adoración debería preceder siempre al ejercicio del don en el servicio, se refiere a esto en primer lugar.
La oración, la alabanza y la adoración pertenecen a la esfera del sacerdocio. La Escritura enseña que todo creyente es un sacerdote (1 Pedro 2:5; Apocalipsis 1:6; 5:10), y cuando la asamblea está reunida los hermanos deben estar en una buena condición espiritual para que el Espíritu de Dios pueda guiarlos a actuar como portavoz de la asamblea, expresando públicamente su dependencia de Dios y su adoración a Dios (1 Timoteo 2:8). La Cena del Señor es quizás la reunión preeminente de la Iglesia. No es una reunión para el ejercicio del don, sino para la memoria del Señor en Su muerte. No se le llama una reunión de “adoración”, pero la adoración ciertamente fluye de los corazones de los santos cuando están ocupados en los sufrimientos del Señor en la muerte. Es un tiempo en el que los santos pueden ejercer su sacerdocio colectivamente ofreciendo adoración y alabanza al Padre y al Hijo.
Deshonrando la Cena del Señor
Versículos 17-19.— Tan graves desórdenes existían en la asamblea de Corinto, que la Cena del Señor, que debería haber sido para su bendición, se había convertido en ocasión para traer sobre ellos los juicios gubernamentales de Dios. De ahí que Pablo diga: “No por mejor sino por peor os juntáis”. Venir a “la Cena del Señor” en un estado tan deplorable era sólo para su “peor” en el sentido de que estaban sufriendo bajo los tratos gubernamentales de Dios por ello, como los versículos 27-32 indican.
El partimiento del pan es la forma en que los miembros del cuerpo de Cristo expresan su unidad, tal como se establece en su participación del “un pan” (1 Corintios 10:17). Sin embargo, la reunión de los santos en Corinto para esa celebración sólo manifestaba un estado de división entre ellos. La misma celebración que se suponía que debía manifestar su unidad, ¡manifestaba su espíritu de división! Dice: “Hay entre vosotros disensiones”. Esto era para vergüenza de ellos.
Además, ya que había disensiones, les dice “preciso es que haya entre vosotros aun herejías”. Una división (un cisma) es una ruptura interna entre los santos, pero una herejía (una secta) es una partición externa entre los santos en la que un partido se separa y ya no se reúne en comunión con los demás. Pablo advierte que si esas disensiones (cismas) no eran tratadas, tarde o temprano se convertirían en una herejía. Era, y sigue siendo, la forma que tiene Satanás de destruir la asamblea desde dentro. El apóstol dice que si las cosas llegan a ese punto, “los que son probados” se han de “manifestar”. En otras palabras, Dios permite estas cosas para probarnos, y nuestro estado se manifestará por el lado que tomemos en la herejía.
Versículos 20-22.— Los corintios aparentemente se reunían para una fiesta social preliminar. Luego, al final de esta, participaban de la Cena del Señor como una especie de añadido. Este fue un terrible malentendido del propósito de la Cena del Señor. Pablo no lo habría permitido cuando estuvo allí con ellos durante 18 meses (Hechos 18:11), así que sus reuniones deben haberse deteriorado considerablemente en su ausencia. Como unos eran pobres y otros ricos, se forjaron divisiones naturales entre ellos mientras comían. Algunos llevaban una elaborada comida para darse un capricho, pero otros pasaban “hambre”. Esto era diametralmente opuesto al propósito del partimiento del pan en la Mesa del Señor. Su reunión se había convertido así en una negación práctica tanto de la Cena del Señor como de la verdad de la asamblea de Dios. Para corregir esto, les dice que no deben mezclar una fiesta social con la celebración de la memoria. Podían tener sus fiestas sociales en casa.
El significado de la Cena del Señor
En los versículos 23-26, pasa a hablar del verdadero propósito de la Cena del Señor. El escenario en el que el Señor la instituyó es efectivamente conmovedor. La misma noche en que la maldad del hombre alcanzó su punto culminante con la traición a Cristo, Su amor se manifestó en todo su esplendor. Cuando la lujuria llevó a la traición, ¡el amor instituyó la Cena! El amor y el afecto fue el escenario en el que se instituyó, y el amor y el aprecio es la manera en que se debe tomar.
No es llamada una “reunión de adoración”; con todo, la adoración en la Cena se eleva espontáneamente al Padre y al Hijo. Con los corazones de los que participan de la Cena completamente tocados por la gratitud, la adoración no puede evitar surgir de esa escena. No venimos a recordar nuestros pecados al partir el pan, sino Su amor que sufrió para quitar nuestros pecados. Este conmovedor memorial de la muerte del Señor contrasta fuertemente con la fiesta de borrachos a la que los corintios, por su insensibilidad, habían reducido la Cena.
La costumbre de la Iglesia primitiva era partir el pan “el día primero de la semana” (Hechos 20:7). Esto no era simplemente algo que los santos de Troas hacían localmente; era lo que los discípulos hacían universalmente. Esto es lo que la Iglesia debería estar haciendo hoy, pero, lamentablemente, la Iglesia ha dejado en desuso esta celebración preeminente. Algunos grupos cristianos tienen una forma de celebrar la Cena del Señor una vez al mes; otros, trimestralmente.
La diferencia entre la Mesa del Señor y la Cena del Señor
Un error común es confundir “la Mesa del Señor” con “la Cena del Señor”. A menudo estos dos términos se usan indistintamente como si no hubiera diferencia entre ellos.
•  “La Mesa del Señor” es un término simbólico que hace referencia al terreno de comunión sobre el cual los miembros del cuerpo de Cristo se reúnen y donde la autoridad del Señor es reconocida y reverenciada (1 Corintios 10:21).
•  “La Cena del Señor”, por otro lado, es una ordenanza literal de la que participan los cristianos cuando recuerdan al Señor en Su muerte al partir el pan (1 Corintios 11:20,23-26).
No debemos pensar que la Mesa del Señor es una mesa física que los hermanos colocan en medio de la sala sobre la que ponen los emblemas. Tampoco debemos pensar que la Mesa del Señor es el acto de partir el pan. Como mencionado, es un término simbólico. Si estamos verdaderamente reunidos al nombre del Señor por el Espíritu Santo, estamos en “la Mesa del Señor” 24 horas al día, siete días a la semana, pero sólo comemos “la Cena del Señor” a una hora específica en el día del Señor, una vez a la semana. En condiciones normales, una persona debe venir a la Mesa del Señor una vez en su vida, cuando entra en comunión práctica con los que se reúnen al nombre del Señor, pero debe venir a la Cena del Señor cada semana. La Cena del Señor (el acto de partir el pan) debe comerse en la Mesa del Señor —el terreno de comunión sobre el cual el Espíritu reúne a los miembros del cuerpo de Cristo—. Por lo tanto, sería incorrecto decir que vamos a la Mesa del Señor en el día del Señor, sino más bien, que vamos a participar de la Cena del Señor en ese día. Personas bien intencionadas pueden decir cosas como: “El hermano fulano de tal se levantó a la Mesa del Señor para dar gracias”, pero el comentario sería más adecuado si se dijera que el hermano fulano de tal se levantó a la Cena del Señor para dar gracias.
Cuando una persona es recibida en comunión, es recibida a “la Mesa del Señor” donde tiene el privilegio de comer “la Cena del Señor”. Si una persona es “quitada” bajo un acto administrativo de juicio por la asamblea (1 Corintios 5:13), es quitada de “la Mesa del Señor”, no meramente de “la Cena del Señor”. Es puesto fuera de la comunión de los santos reunidos en el nombre del Señor como un todo, lo cual incluiría el privilegio de partir el pan. Algunos piensan que el comer mencionado en 1 Corintios 5:11 Se refiere a comer la Cena del Señor. Por lo tanto, concluyen que no debemos partir el pan con él, pero podemos tener comunión con él de forma individual. Sin embargo, tiene que ver con cualquier tipo de comida, ya sea en el partimiento del pan o en una comida común en nuestros hogares.
Se puede hacer la pregunta: “¿Pueden los que no están en ‘la Mesa del Señor’, sino en las diversas organizaciones eclesiásticas creadas por el hombre, participar de ‘la Cena del Señor’ donde están?”. J. N. Darby dijo: “Pueden recordar individualmente la muerte del Señor, y en ese sentido tener la Cena del Señor”. W. Potter dijo: “Tomemos por ejemplo las mesas en las diversas denominaciones: para estos cristianos la mesa con ellos es la del Señor y la cena Suya, y como tal participan de ella. Algunos de nosotros estuvimos durante años en una u otra de estas mesas, y allí con toda sinceridad, por falta de más luz. ¿Podría decirse en verdad que nunca habíamos participado de la Cena del Señor hasta que fuimos encontrados entre los que se reunían sobre terreno bíblico? Seguramente no, aunque la forma en que habíamos participado de ella no era conforme a las Escrituras”. Los cristianos pueden comer la Cena del Señor en sus denominaciones, pero si se va a comer correctamente, debe hacerse en “la Mesa del Señor”.
Dos aspectos del partimiento del pan
La cena se menciona en los capítulos 10–11 de dos maneras. Algunas diferencias son:
El capítulo 10:15-17 es el acto colectivo de partir el pan; dice: “La copa de bendición que [nosotros] bendecimos” y “el pan que [nosotros] partimos”, mientras que el capítulo 11:23-26 es el acto individual de partir el pan. Dice: “[vosotros] haced esto ... ”.
En el capítulo 10:15-17 “el pan”, visto en su estado intacto, representa el cuerpo místico de Cristo, mientras que el “pan” del capítulo 11:23-26 representa el cuerpo físico del Señor en el que sufrió y murió.
El capítulo 10:15-17 pone “la copa de bendición” primero, seguida luego por “el pan”, porque está hablando de nuestro título para estar a la mesa como creyentes redimidos, que es el resultado de Su sangre derramada. En el capítulo 11:23-26 el orden se invierte, poniendo primero el partimiento del pan, luego seguido por el beber de la copa, que es el orden en que se debe tomar (Lucas 22:19-20). Esto se debe a que tomamos la cena en memoria de Él en Su muerte, y Él sufrió en Su cuerpo primero, luego después de morir derramó Su sangre.
En el capítulo 10:16-17, el partimiento del pan está en conexión con “la Mesa del Señor”, en la cual mostramos la comunión del cuerpo de Cristo (versículo 21). En el capítulo 11:26, el partimiento del pan está en conexión con “la Cena del Señor”, en la cual mostramos la muerte de Cristo.
El capítulo 10:15-22 Tiene que ver con nuestra responsabilidad de mantenernos separados de todas las demás mesas (comuniones; ya sean mesas cristianas cismáticas, mesas judías, o mesas idólatras), mientras que el capítulo 11:23-32 Tiene que ver con nuestra responsabilidad de mantener la pureza en nuestra vida personal.
Muchos han pensado que, puesto que los cristianos beben de la “copa” (que representa la sangre de Cristo), ellos son aquellos con los que se establece el Nuevo Pacto. Es cierto que la copa está relacionada con la “sangre del Nuevo Pacto” (Mateo 26:28), pero el Nuevo Pacto es lo que el Señor establecerá con Israel cuando sea restaurado en un día venidero (Jeremías 31:31-34). El Antiguo Pacto se hizo con Israel y se selló con sangre de toros y machos cabríos. El Nuevo Pacto también se hará con Israel, pero con la sangre de Cristo.
Es un equívoco común pensar que el Nuevo Pacto se hace con la Iglesia. La Iglesia toma parte de las bendiciones espirituales del Nuevo Pacto, sin estar formalmente en el Nuevo Pacto, porque descansa en la fe sobre el mismo fundamento de la obra consumada de Cristo, de la que habla la sangre. De hecho, siempre que se menciona en las Escrituras el establecimiento del Nuevo Pacto, se especifica que es con “la casa de Israel” y “la casa de Judá” (Hebreos 8:8). Además, el hecho de que se trate de un “nuevo” acuerdo, o pacto, implica que ha existido algún acuerdo previo. Se llama “nuevo” porque ha sido introducido para sustituir al antiguo. Por lo tanto, el Nuevo Pacto es hecho con aquellos (Israel) que tenían el antiguo. Los gentiles que están siendo hechos salvos de entre las naciones durante este tiempo presente (Hechos 15:14) nunca han tenido ningún acuerdo o pacto previo con Dios. No es con ellos que se podría hacer un “nuevo” pacto. Del mismo modo, uno no le diría a una persona con la que nunca ha tenido ningún trato previo: “Hagamos un nuevo trato”. En ese caso no lo llamarías “nuevo”.
El versículo 26 nos dice que esta celebración de la memoria es algo que debe llevarse a cabo “hasta que [Él] venga”. No podemos dejar de pensar que, si el Señor nos ha pedido que hagamos algo, Él proveerá una manera en la que se pueda hacer, incluso en este día tan tardío en la historia de la Iglesia.
Seis cosas que el Señor nos ha pedido que hagamos “hasta” que Él venga
1) Seguirle por el camino de la fe (Juan 21:22).
2) Mantener firme la verdad que Dios nos ha dado (Apocalipsis 2:25).
3) Ocuparse (negociar) en el campo del servicio (Lucas 19:13).
4) No juzgar los motivos de los demás (1 Corintios 4:5).
5) Tener paciencia (Santiago 5:7).
6) Recordarle en Su muerte (1 Corintios 11:26).
El peligro de participar en la Cena de una manera indigna
Versículos 27-32.— El apóstol les recuerda la posibilidad muy real de participar de la Cena de una manera indigna. La provisión y el remedio de Dios para cualquiera que tuviera una mala condición del alma es el auto juicio. Dice: “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa”. Por lo tanto, si nuestra conciencia nos acusa, tiene que haber un autoexamen honesto seguido de un auto juicio exhaustivo (versículo 28). Incluso si nuestra conciencia no nos acusa directamente, es un buen hábito escudriñar nuestros corazones en juicio propio antes de tomar la Cena (Salmos 26:2-6; 139:23-24). Puede haber cosas en nuestro corazón de las que no seamos conscientes y que estropeen nuestro disfrute de ese privilegio (Job 34:32).
Participar de manera indigna sería comer la Cena sin habernos juzgado a nosotros mismos. Si uno hace eso, “juicio come y bebe para sí”. Aparentemente, esto estaba sucediendo en Corinto, y la prueba de ello era que la mano de Dios estaba sobre ellos en juicio gubernamental. Algunos estaban “enfermos y debilitados”, y muchos habían sido llevados a la muerte (“sueño”, versículo 30). Pablo dijo que, si se hubieran juzgado a sí mismos, esto no habría sucedido. Dice: “Si nos examinásemos á nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados” (versículo 31). Nótese que se incluye a sí mismo en la necesidad de juzgarse a sí mismo, diciendo: “Nosotros ... ”. Esto se debe a que ningún santo en la tierra está más allá de la necesidad de juzgarse a sí mismo. Además, nuestro juicio propio no debe ser superficial. No debemos juzgar sólo nuestros caminos, sino a “nosotros mismos”. Esto iría a las raíces más internas de nuestros pensamientos y motivos. Necesitamos juzgar la condición misma de nuestras almas que nos ha llevado a los actos impíos que hemos hecho.
Estos versículos nos dicen que no podemos hacer lo que queramos en las cosas santas de Dios. Es una cosa solemne ser puesto de lado a través de un trato gubernamental de Dios, y aún más solemne ser quitado del lugar de testimonio en la tierra a través de la muerte. Pablo dice: “ ... y muchos duermen”. El apóstol Juan también habla de esto, diciendo: “Hay pecado de muerte”. Esto no significa que un cristiano pierde su salvación, sino que sería quitado del lugar de testimonio en la tierra a través de la muerte porque su vida es una deshonra para el Señor (Juan 15:2; Santiago 5:20; Hechos 5:1-11; 1 Juan 5:16).
Versículos 33-34.— Nótese que al corregir las graves irregularidades que eran evidentes entre los corintios en la Cena del Señor, no hay ninguna sugerencia de tener algún ministro oficial designado. Más bien, Pablo los encomienda a la dirección del Espíritu. Esto es aludido en el hecho de que él dice que, si ellos estaban en una condición correcta y se esperaban “unos a otros”, el Espíritu de Dios quien es el Líder designado por Dios sobre todos los procedimientos en la asamblea, corregiría el desorden.