6: Apartando La Cortina

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Pasó una semana. Abrí la puerta de la sala de operaciones y cerré los ojos al salir a la brillante luz solar. Tenía la cabeza cubierta con un gorro de operaciones y tenía un barbijo en la boca. Un africano me saludó.
— Mbukwa, Bwana.
 — Mbukwa (buenos días)— respondí.
— Kah, Bwana, ¿por qué escondes tu cara de esa manera? — me dijo mirándome.
— Fíjate, cuando llevamos medicina a la gente y tenemos que ponerle cosas en su lugar en su interior, tapamos nuestras bocas de los gérmenes, unas cosas muy chiquitas, más chiquitas que cualquier otra. Nuestros ojos no pueden verlos, pero allí están y son más peligrosos que las hienas y los leopardos, las víboras o las arañas — mientras decía eso, le reconocí — . ¿No te acuerdas de esto o no fue tu chico el que necesitó nuestra ayuda el otro día? Sufría de grandes males internos y estaba muy enfermo.
Me saqué el barbijo y el gorro.
— Yah, mira, Bwana, tenemos mucha alegría en casa. He vuelto a mi aldea. Y ahora te he traído un regalo para el hospital.
Noté un ternero atado por las patas traseras en el rincón del patio de nuestro hospital.
— Bwana, tenemos mucha alegría en nuestra aldea y mi familia ha enviado a ngombe (una vaca) para que tengas algún provecho de tu trabajo.
— Jongo, no buscamos provecho de nuestro trabajo, pero apreciamos tu gentileza.
Del otro lado de la esquina del hospital, apareció su esposa con su hijo sobre la espalda, sonriendo feliz por sobre su hombro y haciendo los ruidos que hacen los bebés cuando están felices. Llamé al personal.
— Miren cómo tenemos alegría en el corazón. ¿Un niño ha recuperado la salud? Su papá está lleno de felicidad y su madre de alegría.
— Yah, Bwana, ¡de veras que tiene alegría! Mira, su corazón canta dentro de ella.
Pareció que el canto era contagioso, porque el ternero comenzó a mugir.
— Bwana, muchos de nosotros hemos dado una mano para ayudar al chico — dijo el padre — . Daudi preparó el remedio con cuidado. Yohanna fue quien sacó el agua del pozo con la que hicimos los remedios.
Yohanna, el aguatero, tenía un solo ojo, pero tenía una idea perfecta de su misión en la vida. Dijo:
— Sí, Bwana, he hecho quince viajes por día. ¿No es mi forma de decir “Gracias” a Dios porque me ha dejado un ojo que sirve?
Lo detuve a tiempo, porque conque sólo lo animáramos, Yohanna hubiera seguido hablando indefinidamente.
— Pero fue Perisi quien hizo la mayor parte para cuidarlo.
— Bwana, no te olvides que si no hubiéramos pedido la ayuda de Dios — dijo Sechelela — y vivido de acuerdo con el camino de Dios, el niño nunca se habría recobrado. No es costumbre de nuestra tribu que otra mujer cuide a un niño que no es de su familia.
— Es cierto, así es — dijo la mujer, sacudiendo la cabeza.
— Jongo, pero es el camino de Dios — prosiguió Sechelela y dándose vuelta hacia la madre — . ¿Entiendes ahora estas cosas?
— Jeya (sí), ¿no he hablado contigo muchas veces durante las horas de la noche? Y voy a hablar más con Perisi cuando ella venga a Makali, la aldea donde vivo.
— ¿Y yo voy a escuchar las palabras de las mujeres? — dijo el marido.
 — ¿Y no vive Simba, el cazador de leones en tu aldea? — dijo Daudi — . Está construyendo allí su kaya en estos días. Mañana vuelve Perisi a vivir allí.
— Jongo, ole chaherera (salimos para allá) — dijo el africano, tomando su lanza y su nudoso bastón. Daudi se me acercó y me murmuró al oído:
— Bwana, ¿qué vas a hacer con el ternero?
— ¿Qué te parece si lo guardamos aquí y para mirarlo todos los días? Es un buen alimento para los ojos.
Daudi me miró y sonrió.
— Bwana, entiendo los pensamientos de tu corazón. ¿No será que termine su carrera en una olla y salga de allí con una salsa muy espesa?
— Si, fíjate que este hombre se quede con su esposa y se divierta en la fiesta que tendremos. Festejemos con mucha alegría.
Detrás de mí, me llamó una voz muy aguda:
— Bwana, mwana yunji manghye (doctor, otro bebé, corre).
Me levanté de un salto, y vi la cara sonriente de Simba.
— Kah, ¡vaya contigo! Tú no eres un bebé: lo que pasa es que has olido la comida.
El africano se rió.
— Mi casa está bastante adelantada y ya Perisi puede vivir allí. He venido a buscarla.
— Swanu (bien) — repuse — . Esta será una comida de despedida.
Hubo una tremenda actividad en la cocina. Conseguí dos latas de queroseno llenas de mijo, especialmente para la fiesta. Costaba la gran suma de dos chelines cada una. El personal y los enfermos convalecientes se pusieron a trabajar y a preparar todo. Cocinaron grandes ollas de wugali — la versión nativa de potaje de cereales — y otras grandes ollas con diversos bocados que producían un delicioso aroma. Los chiquillos rondaban por el lugar y fruncían las narices como apreciándolo todo. A la puesta del sol, toda la fiesta estaba lista. Antes de que comenzáramos, me dirigí a todos.
— Miren, este amigo nuestro ha demostrado su gratitud de una manera muy práctica porque su chico está mejor. ¿Qué sería más atractivo para la nariz que este muhuzi (salsa)?
Se oyeron sonidos de aprecio y satisfacción.
— Y nosotros también, antes de nuestra fiesta, digamos gracias a Dios por su bondad para con nosotros — continué.
— Bwana, antes de que lo hagas — dijo la mujer que había estado tan deprimida poco antes — . Bwana, quiero contar a todos, ante mi marido aquí, que las palabras de Dios han quedado profundamente en mi corazón, he oído de su amor y ahora mi corazón canta de gratitud a él. Pues bien, yo viviré en sus caminos.
Cayó un silencio sobre la reunión y en ese silencio oré pidiendo que Dios nos bendijera a todos y nos diera corazones agradecidos. Después, nos dedicamos a la fiesta. Fue asombroso ver de qué manera desapareció. Alguien trajo un farol, lo colgó y la gente comenzó a cantar.
— Bwana, use mbera (te necesitan rápido) — dijo una voz.
— Yah, más bebés — dijo Sechelela.
Dos horas después, la vieja matrona africana, Perisi y Mwendwa, que iba a ocupar su lugar, estaban conmigo mirando el patio del hospital, que ahora estaba muy quieto. Tres grandes ollas de barro era todo lo que quedaba de la fiesta.