2 Corintios 1

2 Corinthians 1
Amados hermanos: Conocéis ya las circunstancias exteriores que han dado lugar a esta carta. El apóstol había escrito desde Éfeso una primera carta a los Corintios, después de enterarse del desorden que reinaba entre ellos y al cual su corazón era más sensible, por el hecho de ser sus hijos en la fe. El Espíritu de Dios se ha servido de estas circunstancias para instruir a todos los cristianos sobre el orden que conviene a la casa de Dios. En efecto, para conocer la organización de la Asamblea y vivir en conformidad con ella, basta leer la primera epístola a los Corintios. Después de haberles dirigido la primera carta, el apóstol envía a Tito hacia ellos para informarse de su estado. Una puerta grande le había sido abierta en Troas, pero en su inquietud había abandonado esta obra para dirigirse a Macedonia al encuentro de Tito. Habiéndole, este último, traído buenas noticias de los Corintios, el apóstol les dirige esta segunda carta. Había ido en persona una primera vez, después, por medio de su primera epístola, una segunda vez; y estaba dispuesto para ir a Corinto una tercera vez, pero entretanto les escribía esta segunda carta (2 Corintios 12:14; 13:114Behold, the third time I am ready to come to you; and I will not be burdensome to you: for I seek not yours, but you: for the children ought not to lay up for the parents, but the parents for the children. (2 Corinthians 12:14)
1This is the third time I am coming to you. In the mouth of two or three witnesses shall every word be established. (2 Corinthians 13:1)
). Su segunda visita personal a Corinto está sin duda alguna relatada en Hechos 20:2-3,2And when he had gone over those parts, and had given them much exhortation, he came into Greece, 3And there abode three months. And when the Jews laid wait for him, as he was about to sail into Syria, he purposed to return through Macedonia. (Acts 20:2‑3) pero ésta es la única mención que hallamos de ella.
Doy estos detalles para que nos demos cuenta de las circunstancias exteriores de Pablo cuando escribía esta última carta, pero para nosotros es mucho más importante buscar lo que el Señor quiere enseñarnos en ella. He dicho una vez que esta epístola podría intitularse: el ministerio cristiano. Aún siendo esto exacto, esta definición está lejos de abarcar el conjunto de las verdades que el Espíritu Santo nos presenta; es así como en el capítulo que tenemos ante nosotros, hallamos en primer lugar las condiciones en las cuales un creyente debe hallarse para ejercer un ministerio que pueda ser bendecido o fructífero. Ahora bien, al hablar de las “condiciones del ministerio”, hablo de cada uno de nosotros, pues un cierto estado moral es necesario para llevar a cabo un servicio cualquiera que el Señor nos confíe.
Os haré notar, al principio de este capítulo, una palabra particularmente edificante. Es la siguiente: “Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios” (versículos 3-4). En las epístolas hallamos tres veces este término “Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo”. En la primera epístola de Pedro (1 Pedro 1:33Blessed be the God and Father of our Lord Jesus Christ, which according to his abundant mercy hath begotten us again unto a lively hope by the resurrection of Jesus Christ from the dead, (1 Peter 1:3)), el apóstol bendice a Dios por haber sido regenerado, es decir, por haber recibido personalmente el nuevo nacimiento que caracteriza a cada uno de nosotros al principio de la carrera cristiana. Ahora bien, en esta epístola de Pedro, el creyente no tiene en el mundo ninguna otra cosa que ésta. Tiene una esperanza y camina hacia ella, sin poseerla aún; su salvación no le será manifiesta sino al fin del tiempo. No es como en otras epístolas, una salvación actual, sino una liberación futura y final. El apóstol bendice pues a Dios por haber recibido una vida nueva, con la cual puede atravesar el mundo, sin poseer nada en él, y aún más, sin haber obtenido ninguna de las cosas futuras, teniéndolas aún todas por lograr. Pero por la fe en Cristo posee la vida divina; está perfectamente gozoso de no tener otra cosa y se “regocija de un gozo inefable y glorioso”, recibiendo una “salvación del alma”, en la cual no entra sino como “fin de su fe”. Amados hermanos, ¿estamos plenamente satisfechos de ser hijos de Dios y de no tener parte alguna en este mundo?, ¿de tener todos nuestros tesoros ante nosotros sin haberlos alcanzado ni poseído todavía?, ¿nada en el presente, todo en el porvenir? Esto era suficiente para estos primeros creyentes; les comunicaba tal gozo que en ninguna otra parte de la Palabra, presenta la expresión de una manera más elevada: “¡Un gozo inefable y glorioso!”.
En la epístola a los Efesios (Efesios 1:33Blessed be the God and Father of our Lord Jesus Christ, who hath blessed us with all spiritual blessings in heavenly places in Christ: (Ephesians 1:3)), hallamos exactamente lo opuesto de lo que nos dice la epístola de Pedro. En Pedro el creyente no tiene nada, en Efesios lo tiene todo. Es introducido en el cielo, bendecido de toda bendición espiritual en lugares celestiales; alcanzó su fin; los deseos de su alma están satisfechos, su posición es celeste en Cristo; para él, el mundo ha desaparecido, salvo para dar testimonio y para combatir; desde su posición supereminente, el creyente lo ve a sus pies. Así es que podremos comprender muy bien esta palabra: “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo!”. De todas formas cualquiera de estas posiciones son bien reales para el creyente. En la una está el mundo, en la otra está el cielo. Todo lo posee a la vez; como Israel comiendo el maná en el desierto y nutriéndose del “trigo del país”.
La segunda epístola a los Corintios nos presenta, puede ser, el más sorprendente de los tres pasajes: “Bendito sea el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier angustia, con la consolación con que nosotros somos consolados de Dios” (versículos 3-4). Vemos aquí un hombre rodeado de aflicciones, de pruebas, de dolores, de grandes sufrimientos de tal manera que desespera de su vida, estando ya como en el polvo de la muerte. ¿Cuál es, pues, el motivo por el cual pueda dar gracias? Es porque Dios se sirve de las circunstancias más dolorosas de su vida para glorificarse y hacer de él un conducto de nuevas bendiciones para los demás. Pablo estaba satisfecho de sufrir, porque el Dios de toda consolación, le consuela o lo anima (esta palabra tiene esta doble significación) en toda su aflicción, no para su alma o en respuesta a sus propias necesidades, sino para que sea capaz de animar a los que se hallan en la aflicción que sea. Pablo había sufrido y atravesado estas pruebas, y sus provisiones de consolación eran inagotables de la parte de Dios para sí, a fin de que lo fueran para los demás.
Hallaréis el mismo pensamiento en el transcurso de esta epístola donde se compara a un vaso de barro en el cual Dios ha puesto su tesoro. El vaso es quebrantado, roto; era la muerte la que operaba en el apóstol, pero lo era a fin de que la luz pudiera proyectarse hacia afuera y llevar la vida al corazón de los Corintios.
El apóstol Pablo poseía muchos secretos de su acción y de su servicio en medio de los hombres. Lo veremos en el transcurso de la lectura; pero el primero de todos y lo que daba tanto poder a su ministerio, era que había terminado con todo lo que consistía el hombre en la carne: Pablo era un cristiano liberado.
Puede predicarse la liberación, explicarla claramente a los demás, sin que uno mismo se halle libre, pues para estarlo realmente no se precisa —recordarlo bien— conocer la liberación, sino practicarla.
En efecto, son dos cosas muy diferentes: explicar lo que es ser muerto con Cristo, o realizarlo. El apóstol lo realizaba plenamente. La liberación tiene, por así decir, varios lados y comprende muchas condiciones de libertad. Hallaréis el primer lado en Romanos 6. Es la liberación del pecado; hemos sido identificados con Cristo en la conformidad de su muerte y si aceptamos esto por fe, nuestro “viejo hombre” ha sido crucificado con Él, a fin de que el “cuerpo del pecado” (el pecado como raíz en nosotros, de todos los pecados) sea anulado para que no sirvamos más al pecado; pues “el que es muerto, justificado es del pecado”. Ahora bien, si somos muertos con Cristo, creemos que viviremos con Él. Tal es el primer lado de la liberación. Hemos terminado por la muerte con la dominación del pecado sobre nosotros. No quiere decir que no tengamos el pecado, la carne en nosotros, sino que ya no estamos en la carne; hemos sido liberados de su dominio. Aún más, Cristo ha venido a ocupar nuestro lugar, ha sido hecho pecado por nosotros (esto no es solamente que ha llevado nuestros pecados), es muerto al pecado y vivo a Dios, y si somos unidos a Cristo, somos también muertos al pecado y vivos a Dios. Así el apóstol exhorta a los creyentes a “tenerse por muertos”, a fin de que, si el pecado se presenta, puedan decir: “Soy muerto”, y no cedan en manera alguna.
En la epístola a los Gálatas, halláis otros lados de la liberación. El primero (correspondiente a Romanos 7) se halla en Gálatas 2:19: “Porque yo por la ley soy muerto a la ley”. La ley ha pronunciado la sentencia de muerte sobre mí, a causa del pecado, pero esta sentencia ha sido ejecutada sobre Cristo, hecho pecado, cuando “ha sido hecho maldición por mí”, a fin de “redimirnos de la maldición de la ley” (Gálatas 3:13-1413Christ hath redeemed us from the curse of the law, being made a curse for us: for it is written, Cursed is every one that hangeth on a tree: 14That the blessing of Abraham might come on the Gentiles through Jesus Christ; that we might receive the promise of the Spirit through faith. (Galatians 3:13‑14)). La ley que me condenaba; ha condenado a Cristo a muerte, cuando ha sido hecho pecado por mí. En lo sucesivo, Cristo muriendo, es muerto a la ley y yo también. Como Él, soy muerto al pecado, a fin de que viva a Dios.
La epístola a los Gálatas nos presenta aún otra faceta de la liberación (Gálatas 5:2424And they that are Christ's have crucified the flesh with the affections and lusts. (Galatians 5:24)): “Porque los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus afectos y concupiscencias”. Aquí, la crucifixión es el acto de aquellos que son de Cristo. Es más o menos el “mortificar vuestros miembros”, de Colosenses 3:5,5Mortify therefore your members which are upon the earth; fornication, uncleanness, inordinate affection, evil concupiscence, and covetousness, which is idolatry: (Colossians 3:5) salvo que, en nuestro pasaje, es una cosa realizada de una vez para siempre. Aquel que, después de estar muerto con Cristo, ha recibido el Espíritu como poder de su vida nueva, es considerado como haciendo uso de este poder para terminar con la carne y sustraerse a su dominio, pues ella domina por las pasiones, y por las concupiscencias que son el cebo de las mismas. Hallamos, pues, aquí, la realización práctica, en el poder del Espíritu de Dios, del dominio sobre la carne que ha hallado ya completo juicio en la muerte de Cristo.
Al final de esta misma epístola a los Gálatas (Gálatas 6:1414But God forbid that I should glory, save in the cross of our Lord Jesus Christ, by whom the world is crucified unto me, and I unto the world. (Galatians 6:14)), hallamos aún un nuevo carácter de la liberación: “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo”. El apóstol estaba liberado por la cruz, de todo este orden de cosas del cual el hombre es el centro y Satán el príncipe. El mundo, es decir, el sistema que había puesto a muerte al Salvador, había sido juzgado, condenado y crucificado por Pablo por el mismo acto; y cuando el mundo dirigía la mirada hacia el apóstol, veía a un hombre crucificado, muerto a todo lo que el mundo ama, quiere y busca; un hombre al que nada podía tentar en la escena del pecado de alejamiento de Dios y de enemistad contra Cristo; escena que atravesaba y de la cual es dicho: “Todo el mundo está puesto en maldad” (1 Juan 5:1919And we know that we are of God, and the whole world lieth in wickedness. (1 John 5:19)). ¿No es cierto amados hermanos que conocemos muy poco este lado de la liberación? Es lo que me hace decir que la liberación no es una realidad para el alma entretanto no la practica. Un creyente retenido en los lazos del mundo político, artístico, científico, del mundo donde la gente se divierte o del mundo religioso, no será jamás un creyente liberado.
Pablo era, pues, un hombre libre de lo que en otro tiempo le retenía; había visto el fin de todas estas cosas en la cruz; ninguna entre las tales podía revivir para él; habían recibido todas, el golpe de gracia en el juicio que había alcanzado a su Salvador, y así puede decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado y vivo no ya yo, mas Cristo vive en mí” (Gálatas 2:2020I am crucified with Christ: nevertheless I live; yet not I, but Christ liveth in me: and the life which I now live in the flesh I live by the faith of the Son of God, who loved me, and gave himself for me. (Galatians 2:20)). Había venido a parar en una nueva personalidad, un hombre nuevo, aun teniendo la carne en él, ésta la tenía en el único lugar que le correspondía, en la muerte sobre la cruz.
Es bien cierto que para Pablo, el hombre está crucificado, que desde el primer capítulo de esta epístola a los Gálatas, rehúsa concederle ningún lugar en su ministerio. Declara no ser apóstol de la parte de los hombres ni por el hombre. No se aplica a satisfacer a los hombres ni a complacerlos. Su Evangelio no es según el hombre, no lo ha recibido del hombre; y, si se trataba de los más insignes entre los apóstoles, Cristo no aceptaba apariencia de hombre (Gálatas 1 y 2).
Volvamos ahora al primer capítulo de nuestra epístola a los Corintios. Hallamos finalmente un último carácter de la liberación que va más allá de aquel que hemos considerado. Dios hacía pasar al apóstol por circunstancias tales que “tenía en sí mismo respuesta de muerte para que no confiara en sí, sino en Dios que levanta los muertos” (versículo 9). Podría no haber tenido confianza en la carne, en el hombre, en el mundo, y sin embargo, tener confianza en sí; pero cuando la sentencia de muerte es pronunciada, no sobre él desde fuera, sino realizada en sí mismo, no puede tener confianza sino en Aquel que resucita los muertos. Al final de esta epístola, aprendemos que catorce años antes, es decir, a principios de su carrera, el apóstol había hecho una experiencia tendiendo al mismo fin. Dios lo había transportado al tercer cielo, donde había oído cosas maravillosas —que ningún lenguaje humano podría reproducir—; pero cuando descendió de estas alturas, el peligro comenzó. Habría podido enorgullecerse y tener confianza en sí. Dios le había enviado un mensajero de Satanás para abofetearle, después le dice: “Bástate mi gracia”. Mucho tiempo después de esta experiencia memorable, ésta se renueva, pues nada es más sutil que el “yo”, y debe tenerse continuamente como fracasado. Aquí no es el mensajero de Satán, sino la sentencia de muerte que sale al encuentro del apóstol, y la ha realizado de tal manera que al final de esta epístola dice: “nada soy” (2 Corintios 12:1111I am become a fool in glorying; ye have compelled me: for I ought to have been commended of you: for in nothing am I behind the very chiefest apostles, though I be nothing. (2 Corinthians 12:11)). ¿Dónde está la confianza en sí, cuando uno es abofeteado por Satán y la sentencia de muerte se ejecuta?; ¡ya no se es nada! No pienso que la práctica de la liberación puede ir más allá de esta experiencia.
La consecuencia es que si el apóstol no es nada, Cristo lo es todo para él. Puede decir: “para mí vivir es Cristo”, y en relación a su ministerio, Cristo es su único objeto. Sólo Él ha tomado el lugar de toda otra cualquiera cosa en el corazón, en los pensamientos y en la actividad de Pablo: ¿se trata de circunstancias? entonces dice: “Abundan en nosotros las aflicciones de Cristo” (versículo 5). Estos sufrimientos no son los de Pablo; en su carrera de amor, él cumple las aflicciones de Cristo; a fin de que pueda aportar a los demás toda animación que las acompañan. Por la gracia de Dios, puede hablar de sí como de un “hombre en Cristo” (2 Corintios 12:22I knew a man in Christ above fourteen years ago, (whether in the body, I cannot tell; or whether out of the body, I cannot tell: God knoweth;) such an one caught up to the third heaven. (2 Corinthians 12:2)). Tal es, en el apóstol, la realización práctica de la liberación.
El resultado de esta liberación cuanto a su ministerio era, que su predicación tenía a Cristo solo y únicamente por motivo. Podréis haber pensado, dice a los Corintios, que yo hacía prueba de incertidumbre en mis deseos, pero en Él no hay incertidumbre, “porque todas las promesas de Dios son en el Sí y en el Amén por nosotros a la gloria de Dios” (versículo 20). Sí, todas las promesas se resumen en Él. En Gálatas 3:14,14That the blessing of Abraham might come on the Gentiles through Jesus Christ; that we might receive the promise of the Spirit through faith. (Galatians 3:14) el Espíritu Santo es una de estas promesas. Es en virtud de la aceptación de Cristo y de Su exaltación a la diestra de Dios, que la promesa del Espíritu ha venido a ser nuestra parte. En Tito 1:2,2In hope of eternal life, which God, that cannot lie, promised before the world began; (Titus 1:2) se trata de lo mismo por lo que atañe a la vida eterna, pero hay aún otras promesas: la gloria, la justicia, el perdón, la herencia. El apóstol añade: “A la gloria de Dios por nosotros”. ¿Por qué este “por nosotros”? Porque, cosa maravillosa, Dios nos ha unido a Cristo de una manera tan indisoluble que todo lo que le pertenece, nos corresponde a nosotros también. La gloria de Dios es por Cristo, así la gloria de Cristo siendo nuestra gloria, la gloria de Dios es también por nosotros.
El apóstol añade: “y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió es Dios; el cual también nos ha sellado y dado la prenda del Espíritu en nuestros corazones” (versículos 21-22). Es lo que caracteriza al cristiano: Está ligado firmemente a Cristo hecho “una sola cosa con Él”. Está ungido del Espíritu, como Jesús lo ha sido, pero el Señor, en virtud de Su perfección como hombre, y nosotros en virtud de la obra que ha cumplido en favor nuestro. El creyente está sellado con el Espíritu Santo, que le aporta la conciencia y el entero conocimiento de su relación con Dios, relación de la cual el mismo Señor gozaba como hombre cuando estaba en la tierra. En fin el Espíritu es “las arras de nuestra herencia”. Vamos a entrar en nuestra heredad celeste, de la que, por el Espíritu, tenemos ya el anticipo y la certitud. El Señor entró antes que nosotros, mientras que nosotros sólo tenemos las arras; pero Él espera aún entrar en Su herencia terrestre y nosotros entraremos también con Él.
Tales eran las cosas que Pablo anunciaba: “predicaba el Hijo de Dios, Jesucristo”. Muestra el valor de Su persona y de Su obra, y lo que era para Dios y para nosotros. Afirmaba que a excepción de Cristo, los creyentes no tenían nada y él no quería otro lugar. Sólo le animaba un pensamiento, ser hallado en Él, sin otra justicia que la de Dios; sólo tenía un deseo, conocerle al atravesar el mundo y reproducirlo en su marcha; nada más tenía que una ambición, esperarle de la gloria.
¡Que Dios nos conceda poder decir las mismas cosas y de practicar nuestra liberación de tal manera que seamos testigos de Cristo en este mundo!