1ª Juan 5

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Versículo 1
En este capítulo hay una especie de recapitulación de quiénes son ésos. No de lo que son, sino de quiénes son, y de qué es aquello en lo que ellos tienen parte. En el capítulo anterior, por ejemplo, hemos visto que se trataba de amar a los hermanos. Ahora viene la pregunta, no de quien es mi prójimo, sino de quién es mi hermano. «Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.» No tenemos ahora una prueba espiritual o moral para ver si el amor es real, sino que se nos muestra a aquellos que son los hijos de Dios, y entonces que «todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.» Esto es, que si se trata realmente de este amor divino, amaré a aquellos que nacen de Dios. Si es por causa del padre, amaré a todos los hijos, y es de esta manera que se expresa aquí.
Versículos 2-3
Pero en el versículo 2 da una contraprueba de que este amor es genuino. Sé que amo a Dios al amar a los hijos de Dios; pero sé que es realmente que los amo si amo a Dios y guardo Sus mandamientos. A todo lo largo de esta Epístola corre una serie de contra­pruebas que es de la mayor utilidad. Si tenemos el Espíritu Santo, es también el Espíritu de verdad. Así, tengo el medio de comprobar una cosa por la otra. Podría aparentar que amo mucho a los hijos de Dios, mientras que podría ser sólo un sentimiento de partido. Pero si amo a Dios, los amo a todos por causa de Él. Todo lo demás puede ser meramente un sentimiento de la naturaleza humana. Es la introducción de Dios lo que lo establece todo de manera justa. Se dice en 2 Pedro: Añadid ... al afecto fraternal, amor. Por esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos. Si los amo como hijos de Dios, se debe a que amo a Aquel que los engendró. Los abarca a todos, pero siempre le incluye a Él, y por ello se trata de una cuestión de obediencia. «Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.»
Versículo 4
La gran dificultad es el mundo; pero la fe lo vence. «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.» Hay una naturaleza que hemos recibido que pertenece a un sistema que no es en absoluto del mundo. «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17:16). «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba.» El mundo, como sistema, es del diablo—no en absoluto de Dios. Todo lo que hay en él, «los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo» (2:16). El Padre es la cabeza, fuente y bendición de un gran sistema al que el mundo está totalmente opuesto; y por ello, cuando el hijo vino al mundo, el mundo le rechazó, y esto ha puesto al mundo, como mundo puesto a prueba, en total antagonismo al Padre. Siempre vemos que se trata de la carne contra el Espíritu, del mundo contra el Padre, y del diablo contra el Hijo. «Todo lo que es nacido de Dios vence al mundo.» Es la verdad la que santifica. La dificultad es el mundo. Contemplamos las cosas que se ven, no las que no se ven, y por esto nos debilitamos. La victoria que vence al mundo es nuestra fe.
Versículo 5
No se trata meramente de una naturaleza que nos ha sido dada, sino que como criaturas hemos de tener un objeto para esta naturaleza, y ésta es el Señor. Tengo que tener el verdadero objeto, y, por ello, «¿quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» Está ocupado con algo. Cuando descubro que Aquel a quien el mundo a escupido y crucificado es el Hijo de Dios, digo que esto es lo que es el mundo. Y por ello, cuando mi fe realmente reposa en Jesús como este Menospreciado, el Hijo de Dios, he acabado con el mundo; lo venzo como un enemigo.
Versículo 6
Aquí tenemos una breve relación de estos santos. Son nacidos de Dios; son un grupo de personas que pertenecen a Él como aquellos que viven; viven en otro mundo que pertenece al Padre. Luego habla del espíritu y del poder en el que vino Cristo, aquel por medio de quien somos conectados con esta escena de bendición que pertenece al Padre. «Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre.» Esto se retrotrae a un principio vital que hemos visto a través de toda la Epístola. Si hubiera sido sólo por agua, Juan el bautista vino por agua. La palabra de Dios, si se aplicaba al hombre sólo como hijo de Adán, no podía purificarle. La venida de Cristo al mundo por esta agua puso al hombre a prueba; y el hombre era enemigo de Dios, y por tanto no había manera de enmendarlo. Entonces vino a ser una cuestión de redención, de sangre, así como de agua, y aquella vida estaba en el Hijo; no en el primer Adán, sino en el Segundo. «Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre.»
Hay, como sabemos, una purificación; pero ésta es el efecto de la redención sobre la nueva vida. Fue de un Cristo muerto que brotó la purificación. Un Cristo viviente que entra en el mundo se presenta al hombre para ver si se podía establecer algún vínculo entre Dios y el hombre. Pero entonces el hombre quedó definitivamente condenado, y entra la muerte. Y así es siempre. «Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis.» Y ésta es la razón por la que dice que se tiene que comer la carne y beber la sangre. Si no le tomáis como un Cristo muerto, nada tenéis, porque aquella purificación salió de un Cristo muerto. Es muerte a lo antiguo, y se introduce una vida enteramente nueva.
Versículos 7-8
Luego tenemos otra verdad bendita. Tenemos un Cristo muerto que ahora vive por los siglos de los siglos; y luego tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros. Pero esto es todo como perteneciente a un mundo nuevo. «Tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre.» Tenemos tres testigos, dando testimonio el Espíritu; siendo el agua el poder purificador, y la sangre el poder de expiación; y estos todos concuerdan. No hay purificación de la vieja naturaleza, pero hay el otorgamiento de una nueva naturaleza. «Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.» No es enmendando al viejo Adán, sino que es vida en el Hijo. «El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.» No hay vida perteneciente al viejo hombre, éste está rechazado, y no habrá dos Adanes en el cielo. Aquí está el Hijo, y aquellos que tienen vida en el Hijo. Dios comenzó a llevar esto a cabo desde la caída, pero la plena verdad de esto fue expuesta cuando Cristo resucitó.
Versículos 9-10
Luego tenemos otro punto en relación con la verdad, y es su conocimiento. «El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo», porque tenemos a Cristo, por medio del Espíritu de Cristo en nosotros. Por ello sé que tengo vida eterna, que soy hijo de Dios. Tenemos esta bendita consciencia y consuelo. La obra ha sido llevada a cabo, la sangre ha sido derramada, y además de esto yo clamo Abba, Padre, por medio del Espíritu que mora en mí. Esto es: «El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo». Posee aquello; en una palabra, posee a Cristo.
El fallo del incrédulo no es que no tenga la bendición, sino que hace mentiroso a Dios. Dios ha dado un testimonio adecuado acerca de Su Hijo, y «el que no cree en Dios, le ha hecho mentiroso.» Y por ello, una persona que rechaza el evangelio está rechazando el testimonio de Dios acerca de Su Hijo. El testimonio era suficiente. Leemos de muchos que creyeron en Su nombre. Pero no vencieron al mundo, porque no había una fe verdadera. Jesús no se confiaba a ellos.
Versículos 11-12
«Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.» Es de la mayor importancia ver que no se trata de que la naturaleza que ya tenemos sea enmendada, sino que tenemos otra que antes no teníamos, al recibir a Cristo como nuestra vida. Y todo el resto queda cumplido. El Espíritu es el Espíritu Santo presente en el mundo. El agua salió del costado de Cristo, así como la sangre. El agua purifica lo que ya existe. El agua es el lavamiento por la palabra—pero no sin el poder del Espíritu Santo. Se trata de la aplicación de la Palabra por el Espíritu Santo. Pero, además de esto, el agua da la idea del lavamiento por la palabra; y por ello dice que nacemos del agua y del Espíritu.
Versículos 13-15
Queda una cosa—la confianza actual que tenemos con Dios. «Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, es decir, los que creéis en el nombre del hijo de Dios» (v. 13, V.M.). Y luego viene la confianza diaria: «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.» Somos verdaderamente reconciliados con Dios. No se trata de una condición incierta con respecto a Dios, sino que estamos confiados con Él. Tenemos confianza en Él. No se trata meramente del hecho de que hayamos sido salvados, sino que tenemos una confianza presente. «Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.»
Versículo 16
Pero hay otro privilegio que tenemos—el de interceder por otros. Y ahora, también, tenemos un atisbo de los tratos de Dios en cuanto al gobierno para con los salvos. «Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte.» En el caso de Ananías y Safira, hubo pecado de muerte. Hay unos constantes tratos de Dios en gobierno con Sus hijos, cuando, si el carácter del pecado no es de muerte (puede persistir hasta ella), se trata de una cuestión de disciplina. Hay muchas enfermedades que son una disciplina de Dios en una u otra forma—disciplina positiva, la cual, si el corazón se inclinara a Dios ante ella, sería para bien.
Versículo 17
La disciplina no es siempre por faltas concretas. En Job se dice que Dios «detendrá su alma del sepulcro, y su vida de que perezca a espada. También sobre su cama es castigado con dolor fuerte en todos sus huesos» (cap. 33:18,19); y vemos en el versículo 17 que tiene el propósito de apartar al hombre de su soberbia. Luego, en el capítulo 36 se expone la disciplina por faltas concretas (v. 9): «Él les dará a conocer la obra de ellos, y que prevalecieron sus rebeliones. Despierta además el oído de ellos para la corrección, y les dice que se conviertan de la iniquidad.» Había una disciplina positiva de Dios. Aquí no se trata meramente de que haya disciplina, y de que si hay «algún elocuente mediador muy escogido, que anuncie al hombre su deber; que le diga que Dios tuvo de él misericordia, que lo libró de descender al sepulcro», etc.
Pero ahora, como cristiano, tú mismo estás calificado para ser este mediador. El cristiano que tiene derecho a interceder, y que camina con Dios, tiene este acceso ante Dios para ser oído en todo lo que pide. Cuando entonces ves pecar a un hermano tuyo, y que cae bajo la disciplina de Dios, tú vas para ser este mensajero escogido. Es cuestión de disciplina y de castigo por el pecado; y si se usa esta intercesión, él será restaurado. Supone a una persona que anda con Dios, para poder ser Su intérprete.
Versículo 18
«Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado.» El hombre está viviendo según la carne si se abre al pecado. La nueva naturaleza no peca. Por ello, si peca en absoluto, tiene que ser porque está actuando en la carne. Si andamos en el Espíritu, Satanás no tiene poder sobre nosotros en absoluto. «Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.»
Versículos 19-21
«Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.» Lo recapitula todo en estos dos versículos. «El mundo entero está bajo el maligno», y «somos de Dios». A veces nos cegamos a cosas muy claras a fin de salvar algo del mundo. Pero «sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.» Estando Dios revelado en Cristo, y estando nosotros en Cristo, tenemos nuestro puesto en una escena totalmente fuera del mundo.
Tenemos aquí, también, un testimonio notable de la divinidad de nuestro Señor Jesucristo. «Y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.» Es una gran consolación, porque, cuando he encontrado a Cristo, tengo al mismo Dios. Le he encontrado; le conozco; y conozco lo que Él es para mí. «El que tiene al Hijo tiene también al Padre.»