R. Thonney
“Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor” (1 Corintos 1:9).
Qué privilegio tan inmenso es poder andar en comunión con nuestro bendito Señor Jesucristo. Fue el privilegio que tuvo Adán cuando en el principio fue puesto en el huerto del Edén. Allí, Dios se paseaba en el huerto al aire del día y buscaba a Adán para tener comunión con él. Es una lástima que el pecado puso fin a esta comunión tan dulce. El pecado siempre rompe la comunión. La sangre de un sacrificio era la manera en que el pecado fuese cubierto para que se restaure de nuevo la comunión. Y hoy en día, mediante la sangre de nuestro Señor Jesucristo que nos limpia de todo pecado, podemos de nuevo andar en comunión con nuestro Dios; pero ya no como Creador y criatura, sino como Padre e hijo. En la parábola del hijo pródigo hallamos que Dios no se interesa tanto en tener jornaleros que le sirvan, sino que desea hijos que puedan sentarse a Su mesa para compartir Sus pensamientos y gozar de la comunión con Él.
La salvación es algo que nunca se puede perder, como se expone de manera tan clara en Juan 10:27-2927My sheep hear my voice, and I know them, and they follow me: 28And I give unto them eternal life; and they shall never perish, neither shall any man pluck them out of my hand. 29My Father, which gave them me, is greater than all; and no man is able to pluck them out of my Father's hand. (John 10:27‑29) sobre la seguridad de un verdadero creyente en nuestro Señor Jesús. Pero en cambio la comunión es muy frágil, pues una mentira puede romperla, así que es imposible que podamos tener comunión si damos cabida a la mentira o a cualquier otro pecado.
En 1 Juan 1 tenemos lo que tiene que ver con la comunión que podemos gozar como miembros de la familia de Dios. Hay principios muy importantes para aprender respecto a este tema que pueden ayudarnos en nuestras vidas. Es muy importante que notemos que en primer lugar está la comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo como menciona el versículo 3 y luego entonces en el versículo 7 se habla de comunión unos con otros. En ocasiones, nosotros ponemos este orden al revés. Sin embargo, la verdad es que la comunión entre nosotros solo se goza si primero, en forma individual, estamos mutuamente en comunión con el Padre y con Su Hijo.
Esta epístola empieza con: “Lo que era desde el principio”, pues es más fácil entender las cosas cuando comenzamos desde el principio. Aquí tenemos el principio de la manifestación de la vida eterna en este mundo, cuando nuestro Señor Jesucristo nació en nuestro planeta y los hombres pudieron observar por primera vez al que en Sí Mismo es aquella Vida Eterna. Juan 17:33And this is life eternal, that they might know thee the only true God, and Jesus Christ, whom thou hast sent. (John 17:3) nos recuerda: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”. Oyeron, vieron, contemplaron y hasta palparon. Tan cerca estuvo Dios en la Persona de nuestro Señor Jesús en Su deseo de gozar comunión con nosotros. Y no fueron fábulas que contaron los apóstoles que estuvieron entonces, sino hechos históricos, ya que la verdadera fe cristiana se basa en lo que realmente ocurrió; pues de forma explícita en 2 Pedro 1:1616For we have not followed cunningly devised fables, when we made known unto you the power and coming of our Lord Jesus Christ, but were eyewitnesses of his majesty. (2 Peter 1:16) se señala que no son “fábulas artificiosas”. Qué gozo produce en nosotros al leer los cuatro evangelios así como la historia sagrada poder oír, ver, contemplar y hasta palpar la realidad de nuestro Señor Jesús.
Al hacer esto gozamos de lo que Juan habla en el versículo 3: “comunión con nosotros (los apóstoles); y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. Ellos nos han anunciado lo que habían “visto y oído”. Y por esto es tan importante prestar mucha atención al registro divino. Pues la comunión apostólica no es algo que nosotros podemos gozar sin estar de acuerdo con lo que las Escrituras nos relatan, ya que esa comunión es a la vez “con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. Cuán tremendo privilegio es poder andar en comunión con el Padre, el Dios del universo, y con Su Hijo que vino a este mundo para redimirnos.
El versículo 4 nos dice que solo así nuestro gozo puede ser cumplido. El hombre se esfuerza tanto para tener gozo en la vida, sin darse cuenta de que no se lo consigue por tener cosas materiales, ni una buena educación, ni ninguna otra cosa, sino tan solo por andar en comunión con Dios nuestro Padre y con Su Hijo Jesucristo. Si no hay gozo cumplido en tu vida ahora, es porque no tienes comunión.
Si vamos a gozar de la comunión con el Padre y con Su Hijo, entonces tenemos que entender que “Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en Él”. La luz lo manifiesta todo. No se puede tratar de esconder alguna cosa, por más pequeña que sea en la vida y a la vez gozar de la comunión con Él. Pues desde el primer capítulo de la Biblia nos declara que “separó Dios la luz de las tinieblas”, ya que la luz y las tinieblas se excluyen mutuamente. Vivimos en un mundo donde hay muchas tinieblas y el enemigo de nuestras almas no quiere que gocemos de comunión y por eso procura mezclar las dos cosas. Pero es imposible si se quiere gozar de la comunión con Dios. Por esto en el verso 6 se pone una prueba: “si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad”. Es fácil decir estoy bien; pero la realidad a veces suele ser otra; así que es mucho mejor reconocerlo, porque si no estamos robándonos a nosotros mismos el gozo de la comunión.
El verso 7 nos enseña que “andamos en luz”. Es la posición de todo creyente verdadero. No se puede esconder nada en la luz. Al andar en la luz el uno y el otro entonces hay comunión. Luego termina el versículo con esta verdad tan preciosa: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Lo que rompe la comunión es el pecado. Dios ha provisto, a costo de Sí Mismo, lo que quita el pecado de delante de Su presencia para que pueda haber comunión de nuevo; primeramente con Dios y luego por consiguiente, los unos con los otros.
Los últimos tres versículos tratan sobre cómo restablecer la comunión. Los versículos 8 y 10 nos hablan del pecado; así en el versículo 8 se refiere al pecado como la raíz que hay en nosotros, mientras que en el versículo 10 es el hecho que cometemos. Es vital reconocer lo uno y lo otro. En ocasiones, sucede que reconocemos lo malo que hemos hecho; pero culpamos a otro de habernos provocado para hacerlo, lo cual es no reconocer la raíz que hay en nosotros. Si hemos pecado es porque nos hemos permitido actuar en la carne: la raíz del pecado que está en nosotros. Una verdadera restauración tiene lugar cuando se reconoce no solo el mal que hemos hecho, sino también la raíz que ha provocado el pecado.
Luego el versículo 9 habla de la confesión. ¡No se nos dice que pidamos perdón! Pues según el capítulo 2 verso 12 dice que judicialmente nuestros pecados ya han sido perdonados, por lo que ya no necesitamos pedirlo. Pero cuando confesamos nuestros pecados, entonces reconocemos el mal que hemos hecho y Le decimos a Dios sin tratar de maquillarlos o justificarnos. Esto es lo que Él desea para poder perdonarnos gubernamentalmente, pues Dios gobierna en Su casa, y entonces además nos limpia de toda maldad. Los inconvenientes que resultan cuando permitimos el pecado en nuestras vidas son fuertes. Tantas personas piensan equivocadamente que tienen que arreglar sus problemas y luego volverse al Señor; pero no es así. Nosotros tenemos que confesarlos y luego Él nos perdona y limpia. Si se ha roto la comunión, entonces amados hermanos cuán pronto sea posible confesemos a nuestro bendito Padre para volver a esa dulce comunión.