R. Thonney
El apóstol Juan trata en el evangelio y en sus epístolas de la familia de Dios. El apóstol Pablo trata de la Iglesia de Dios.
El apóstol Pedro trata del reino o el gobierno de Dios.
Juan 1:1212But as many as received him, to them gave he power to become the sons of God, even to them that believe on his name: (John 1:12) dice que somos nacidos en Su familia al creer en el Señor Jesucristo. No nacemos por nuestra decisión sino por la voluntad de Dios: versículo 13. Pues así como no decidimos nacer, la primera vez, en la familia de nuestros padres naturales, tampoco decidimos nacer de nuevo en la familia de Dios. Puede ser que tomemos una decisión, pero es por la voluntad de Dios que nacemos en Su familia. Al nacer compartimos la misma vida de la familia: vida eterna. Vemos las mismas características en los hijos que las que hay en el Padre porque somos nacidos de Él. En los escritos de Pablo somos hijos por adopción, porque nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo.
Una característica de la familia es que viven en comunión. Puede haber inconvenientes a veces, pero lo normal es esto, la comunión, es decir tener los mismos pensamientos y sentimientos de nuestro Padre.
En este capítulo se menciona la palabra comunión cuatro veces. Hay que notar que no es una comunión entre nosotros primero, sino como se desprende del versículo tres: con los apóstoles que están en comunión con el Padre y Su Hijo Jesucristo. Luego cuando existe esto en su debido lugar, el resultado es lo que hallamos en el versículo 7: “si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros”. A veces ponemos la comunión entre nosotros primero; mas nunca resulta ser muy estable. Pues debe ser aquella comunión apostólica que se menciona en el pasaje y que se centra primero en tener comunión con el Padre y Su Hijo Jesucristo.
¿Cómo se puede tener esta comunión con el Padre y Su Hijo Jesucristo? Esta comunión se cultiva mediante dos cosas: 1) La lectura de la Palabra de Dios y 2) La oración. Cuando leemos la Palabra de Dios, es Dios quien nos habla y cuando oramos, entonces nosotros le hablamos a Dios. ¡Cuán importante es mantener esta práctica a diario! A veces nos descuidamos y sufre la comunión y como resultado nos falta el gozo. Dios es un SER comunicador y quiere tener comunión con Sus hijos que ha engendrado. No debemos considerar estas dos cosas prácticas religiosas; sino más bien anhelar esa comunión con todo el gozo del corazón, y entonces obrar para compartir los pensamientos de Dios y ponerlos en práctica en nuestras vidas. Nuestros cuerpos están hechos del polvo de la tierra y se nutren de productos que salen de la tierra. Nuestro espíritu y alma no son materiales y se sustentan con la Palabra de Dios que es espíritu y vida (Juan 6:6363It is the spirit that quickeneth; the flesh profiteth nothing: the words that I speak unto you, they are spirit, and they are life. (John 6:63)). El Señor Jesús citó durante las tentaciones mencionadas en Mateo 4:44But he answered and said, It is written, Man shall not live by bread alone, but by every word that proceedeth out of the mouth of God. (Matthew 4:4) el versículo de Deuteronomio 8:3: “no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”.
En el versículo uno de este capítulo menciona: “Lo que era desde el principio”. No es el principio de la creación que tenemos en Génesis 1:1,1In the beginning God created the heaven and the earth. (Genesis 1:1) ni tampoco el principio mencionado en Juan 1:11In the beginning was the Word, and the Word was with God, and the Word was God. (John 1:1); sino el principio de la manifestación de la vida eterna en este mundo, cuando Cristo vino en forma de hombre. Por primera vez se podría ver en un hombre LA VIDA ETERNA. ¡Qué maravilloso pensar que podemos tener esta vida eterna! Es lo mismo que tenemos en Juan 8:25: “Entonces le dijeron: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: Lo que desde el principio os he dicho”. Es lo que experimentaron mediante las formas mencionadas: al oírle, verle, contemplarle y también palparle. No se trataba de fábulas compuestas por hombres, sino más bien de hechos históricos constatados por muchos testigos que ahora nosotros también podemos leer y apreciar. Los apóstoles nos han dejado su registro especialmente en los evangelios, pero también hay mucho en las epístolas que escribieron. Nos han escrito para que podamos tener comunión con ellos, y luego esto nos lleva a tener comunión con el Padre y Su Hijo Jesucristo. Así nuestro gozo puede estar cumplido. La vida no consiste en tener muchas cosas, sino en andar en comunión con nuestro Dios Creador y ahora nuestro Padre y Su Hijo Jesucristo.
En el verso 5 nos muestra la sublime verdad que DIOS ES LUZ y que no se puede mezclar con las tinieblas. En el primer capítulo de la Biblia es donde Dios separo la luz de las tinieblas, pues son mutuamente exclusivas. Si vamos a tener comunión con Dios, no se puede combinar con nada de las tinieblas. Los versículos 6, 8 y 10 comienzan con: “si decimos”, porque es muy fácil hablar; pero a veces la realidad es otra. Hay que ser sinceros con Dios: Nada se puede ocultar de él.
Luego el versículo 7 nos muestra que si estamos caminando en la luz, entonces habrá comunión entre nosotros, pues esto es lo normal en la vida cristiana. La última parte del versículo tiene un texto muy conocido: “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Lo que impide la comunión es el pecado. Por más que sea algo pequeño y nosotros lo acomodemos con excusas, si es pecado, impide la comunión con el Padre y Su Hijo Jesucristo. Pero Dios cargó todo el costo contra sí mismo, ya que puso el remedio a fin de que pueda ser quitado aquello que impide la comunión. Así que, para nosotros, quienes somos parte de la familia de Dios, todo lo que la luz manifiesta, la sangre lo limpia. ¡Cuán importante es no dar cabida para que haya algo o alguien que impida nuestra comunión!
Una vez que un creyente ha creído en el Señor Jesús de corazón, nunca más se puede perder. Cristo dijo con tanta claridad en Juan 10:28: “Y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano”. Si alguien dice que se puede perder la vida eterna, le hace mentiroso a nuestro Señor Jesús. Hay personas que dicen creer, pero no lo han hecho de corazón. Ellos se pierden porque nunca tuvieron en realidad la salvación: no tuvieron una relación personal con Cristo. Dios sabe quiénes son verdaderos, pero nosotros solo podemos ver sus frutos: Hay frutos que vienen junto con la salvación.
La salvación nunca se pierde: Lo que se puede perder es la comunión.
El pecado hace perder la comunión por más que sea algo insignificante ante nuestros ojos. No hay manera de corromper la LUZ de la presencia de Dios. Si estoy andando en comunión con Dios y doy lugar a una mentira, el Señor sigue a mi lado, pero ya no hay comunión. ¿Qué hay que hacer?
Los últimos tres versículos del capítulo nos indican cómo restaurar la comunión cuando la perdemos. Los versos 8 y 10 nos hablan del pecado en dos formas: el verso 8 menciona el pecado como raíz, mientras que el verso 10 lo especifica como el hecho. Es como un manzano, aquella planta que produce manzanas, siempre distinguimos la raíz y el fruto. Nosotros, luego de recibir la nueva vida que tenemos en Cristo, reconocemos que es una vida que no puede pecar; sin embargo, tenemos aun dentro de nuestro cuerpo la carne de pecado: aquella naturaleza que recibimos de nuestros padres y que nos conduce a pecar. El verso 8 aclara que no se puede negar que tengamos esta naturaleza. Así que, cuando pecamos debemos estar dispuestos a reconocer que lo hicimos porque dejamos actuar a esta naturaleza pecaminosa. La tendencia natural es echar la culpa a otra persona, como hizo Adán cuando echo la culpa a su mujer y Eva hizo lo mismo al echarle la culpa a la serpiente. También hay que reconocer que lo que hemos hecho es pecado. En vez de defendernos, más bien reconozcamos lo que en realidad hemos hecho.
Luego en el verso 9 dice que tenemos que confesar al Señor. Confesar es sencillamente decirle lo que hemos hecho y la confesión es siempre primero al Señor. Puede ser que se necesite confesarlo a otros contra quienes hemos pecado también, pero siempre todo pecado es contra Dios y desde luego la confesión es primero a Él. No dice que pidamos perdón, porque ya tenemos el perdón de pecados, revisa el capítulo 2 verso 12. Al confesar el pecado tenemos que reconocer que es malo y decírselo. Cuando confesamos el pecado, entonces es cuando Él nos perdona y limpia de toda maldad. Esto es perdón gubernamental, así como acontece a un padre que tiene una familia con hijos: Un hijo no tiene comunión con el padre hasta que reconoce su pecado; y cuando lo reconoce, entonces puede tener de nuevo comunión.
Que sencillos principios, sin embargo son tan importantes para nuestra vida cristiana. Que el Señor nos permita disfrutar siempre el andar en comunión con el Padre y Su Hijo Jesucristo y entonces habrá lugar para andar en comunión con otros creyentes que también gozan de la misma comunión.